Si no ganamos todos, perdemos todos

Por Teresa Infante, presidenta UNICEF-Comité País Vasco (EL CORREO DIGITAL, 15/06/06):

El 16 de junio de 1976 cientos de escolares de raza negra de Soweto, Sudáfrica, salieron a la calle para demandar igualdad en la calidad de la educación y reivindicar su derecho a recibirla en su propia lengua. Aquel día y los siguientes, cientos de niños, niñas y jóvenes fueron tiroteados, más de 100 murieron y más de mil resultaron heridos. Para recodar aquellos hechos, honrar la memoria de los que fallecieron y llamar la atención sobre los problemas que padece la infancia en África, mañana, como cada 16 de junio desde 1991, se conmemora el Día del niño africano.

Por ello, no queremos dejar pasar esta ocasión para insistir y volver a insistir sobre la situación de la infancia en África. Entre lo que entendemos que debe ser una etapa en la vida como la infancia y la situación que viven los niños y niñas africanos hoy media un abismo. La infancia es una etapa especial de la vida de las personas, que debe y debería estar marcada por el estímulo, la protección y el amor de los adultos para que niños y niñas crezcan fuertes, seguros de sí mismos y puedan desarrollar plenamente todas sus capacidades. De esta forma aseguramos futuras generaciones sanas, productivas y libres.

Sin embargo, África es un continente asolado por la pobreza, las guerras, el sida y la violencia. Según el Informe de Unicef sobre el Estado Mundial de la Infancia de 2006, más de la mitad de la población en África Subsahariana es menor de 18 años. La esperanza de vida media al nacer es de sólo 46 años, y en torno a un 40% de la población vive con menos de 1 euro al día. Todos los años mueren en África 5 millones de niños menores de cinco años por causas prevenibles, que en nuestro país hace décadas que han sido superadas. Los países del mundo que registran las tasas más altas de mortalidad infantil son africanos y la mayoría ha sufrido un importante conflicto armado. De los 38 millones de personas afectados por el sida, 25 millones viven en África y de ellos casi 2 millones son niños, y más de 12 millones son huérfanos, que han perdido a uno de sus padres o a ambos por causa del sida. Y también en África se estima que cada año 3 millones de mujeres y niñas sufren mutilación genital, una práctica aberrante que además de secuelas físicas de por vida puede ocasionar la muerte.

Es cierto que las respuestas de la comunidad internacional ante los llamamientos de emergencia para salvar vidas están garantizadas; pero en muchos lugares de África la emergencia es crónica, se reproduce año tras año, día tras día, silenciosamente. Por ello, necesitamos ir más allá: contribuir, cada uno desde su responsabilidad, en la solución. Desde 1989, año en que se aprobó por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Convención de los Derechos del Niño, los derechos de la infancia son competencia internacional, modificando profundamente la naturaleza del compromiso del mundo con la infancia. Y más recientemente, desde su aprobación en septiembre de 2000 por 189 jefes de Estado y de gobierno, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se refieren principalmente a la infancia, se proponen como metas concretas y medibles para alcanzar un mundo más justo en 2015.

Ciertamente, cada vez más la comunidad internacional, nuestras instituciones y todos nosotros somos no sólo sensibles ante esta situación, sino también conscientes de la importancia que la realidad de África, de sus niños, niñas y jóvenes, tiene para nuestro propio futuro como sociedad. África no está lejos, cada vez está más cerca, y la infancia es la base de su futuro: la esperanza en una vida digna, la de cada uno de los 340 millones de niños y niñas, su futuro, es también el nuestro. La intención existe, los recursos están disponibles y los objetivos son claros. Compartir esa responsabilidad, moral y práctica, y comprometernos con ella para que esta situación no se reproduzca generación tras generación es nuestro mensaje, porque si no ganamos todos, perdemos todos.