Si no nos tomamos en serio los Balcanes, se los tomará Putin

Hace una semana, los Estados miembros de la Unión Europea dieron su visto bueno al inicio de las negociaciones de adhesión con Macedonia del Norte y con Albania. Tras un largo período como países candidato (ocho años en el caso de Albania, diecisiete en el de Macedonia), y nueve años después de la incorporación de Croacia, la UE podría verse, en los próximos años, ante una nueva ampliación.

El proceso de adhesión de ambos países, que a partir de ahora se adentra en una nueva fase, ha sido (sobre todo en el caso de Macedonia del Norte) una larga odisea. Tras serle otorgado el estatus de país candidato en 2005, Macedonia sufrió, durante diez años, el veto de una Grecia que se oponía al nombre de la antigua república yugoslava. La disputa se resolvió, referéndum mediante, en 2019, tras lo cual el país logró entrar en la OTAN mientras veía cómo el debate sobre membresía de la UE comenzaba a deshelarse.

De nuevo, sin embargo, la convulsa historia de la región jugaría en su contra. Esta vez fue Bulgaria, inmersa en una disputa histórica y lingüística con Macedonia del Norte, quien se opondría a su admisión.

Y, de nuevo, hizo falta la mediación de la comunidad internacional para alcanzar un acuerdo.

Gracias a la intervención del Gobierno francés, obligada a actuar tras la desastrosa cumbre UE-Balcanes del pasado mes de junio, la intransigencia búlgara comenzó a ceder, desembocando en un acuerdo bilateral entre Sofía y Skopie que ha allanado el camino hacia la ampliación de la UE.

El reciente convenio entre ambos países contempla, esencialmente, dos cosas.

1. Por una parte, Bulgaria acepta que el macedonio sea reconocido como lengua oficial en la UE.

2. Por otra, Macedonia acuerda modificar su constitución para reconocer a la minoría búlgara residente en el sudeste del país. Y pese a que dicha reforma constitucional no será fácil, el desbloqueo del conflicto entre Bulgaria y Macedonia del Norte marca un antes y un después en el proceso de ampliación de la UE.

Hay dos motivos para apoyar la incorporación de Albania y de Macedonia del Norte a la UE.

En primer lugar, dicho ingreso es una cuestión de justicia. Durante más de una década, ambos países, cuyas poblaciones son mayoritariamente proeuropeas, han llevado a cabo profundas reformas económicas, políticas y jurídicas para adaptarse a las exigencias de Bruselas (Macedonia del Norte, por ejemplo, se enfrenta a su segunda modificación constitucional de calado en apenas cuatro años).

Esta condicionalidad es, por supuesto, necesaria. Todo país que desee ingresar en la UE ha de satisfacer los criterios de Copenhague, y relajarse en su aplicación para acelerar la entrada de ciertos países, como se hizo con Hungría o Polonia, tiene consecuencias evidentes.

Sin embargo, no debe abusarse de los criterios de Copenhague ni de los cálculos políticos de ninguno de los Veintisiete, usándose como mera excusa para retrasar sine die la incorporación de dos países que cumplan las condiciones de entrada.

En el caso de Macedonia del Norte y de Albania, la intransigencia griega, el veto búlgaro y el recelo de algunas capitales estaban pervirtiendo el proceso de adhesión contenido en el artículo 49 del Tratado de la UE.

La importancia de incorporar a ambos países, sin embargo, no responde exclusivamente a motivos idealistas. Obedece también a la necesidad imperante (especialmente, tras la invasión de Ucrania) de acercar los Balcanes Occidentales al mainstream europeo, alejándolos por ello de la órbita rusa.

Dichas consideraciones estratégicas no son nuevas. Ya en 2017, el entonces presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker reconoció que, si la UE quería asegurar la estabilidad política en la región, habría de mantener "una perspectiva creíble de ampliación para los Balcanes Occidentales".

El pasado mes de mayo, a su vez, los ministros de Exteriores de la región participaron, por primera vez, en el Consejo de Asuntos Exteriores de la UE.

Es por este motivo que la reciente propuesta de Emmanuel Macron, que abogaba por una unión política europea que permitiera un acercamiento político de los países en la órbita de la Unión sin requerir una ampliación de los Veintisiete, es insatisfactoria.

En una Europa concéntrica, apunta el analista Dimitar Bechev, los Balcanes Occidentales correrían el riesgo de verse atrapados en un eterno purgatorio, sin una perspectiva clara de acceder a la Unión y, por lo tanto, sin incentivo alguno para proseguir en su acercamiento político, en su integración jurídica o en la coordinación de su política exterior.

Un seguidor de la oposición lanza un huevo contra el Parlamento de Macedonia del Norte durante los debates sobre la incorporación a la UE. Reuters

Esta sensación de abandono, indicó recientemente el Parlamento Europeo, podría a su vez suponer un riesgo geoestratégico para la Unión. Pese al apoyo mayoritario hacia la UE en los seis países de la región, la falta de una perspectiva real de ingreso podría incrementar la sensación de traición política que, desde hace años, alimentan los movimientos rusófilos en países como Serbia, Montenegro o Bosnia-Herzegovina.

Una Europa que desee tomarse en serio su seguridad deberá, por ello, hacer lo propio con los Balcanes. Ello requerirá, a su vez, ofrecer a sus integrantes la membresía, a plenos efectos, de la Unión Europea.

Con el desbloqueo del veto búlgaro y el comienzo de las negociaciones oficiales, la ampliación de la UE parece cada vez más posible. Por delante queda un proceso que no será ni fácil ni corto, y cuyo su éxito dependerá de dos cosas.

Por una parte, la capacidad de los países candidatos de adaptarse al ordenamiento jurídico europeo.

Por otra, la voluntad de los Veintisiete de tomarse en serio sus obligaciones derivadas de los tratados.

Por eso el reciente paso adelante es una buena noticia. Al fin y al cabo, la adhesión de Macedonia del Norte y de Albania es algo más que una deuda histórica, una cuestión de justicia o un imperativo moral. Es fundamental para el desarrollo de una estrategia exterior europea que se tome en serio los Balcanes. Una región que, durante siglos, ha estado en el corazón de Europa, y que el presidente español, Pedro Sánchez, visitará en una gira de cuatro días que dará inicio este viernes 29 de julio.

Guillermo Íñiguez es analista político y doctorando en Derecho europeo en la Universidad de Oxford.

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