Desmoraliza el regreso de la violencia política a las portadas. De no haber llovido tanta libertad, tanta prosperidad y tanta Europa, de no haber llovido tanto café en el campo después del fratricidio cruzado y de la dictadura, lo de esta semana sería escalofriante. Comunistas -o neocomunistas, o chavistas- compaginan su presencia en el Consejo de Ministros con la insensata excitación de la violencia más fácil del mundo: la organización de contramanifestaciones. Por otro lado, socialistas coaligados con los anteriores, despidiendo un tufillo de aquiescencia cómplice a lo Casares Quiroga, consienten la provocación y envían a la policía con los medios mermados, las barreras cortas y las órdenes sospechosas. Luego está la predisposición ambiental a ciscarse en los agredidos, a pintar a la policía pateada como provocadora y a invertir la culpa. Como si lo intolerable fuera celebrar el acto y no el contra acto. Una parte de nuestra sociedad cree que otra, sencillamente, no debería existir, y esta monstruosidad totalitaria circula en un solo sentido: el que llevan los que revientan concentraciones.
Si el tercer partido de España fuera fascista, si Vox fuera lo que pintan las televisiones, entonces sí tendría España un grave problema, pues ya habría dos partes con ganas de guerra. Por suerte Vox no es fascista. Los fascistas no se dejan apedrear: apedrean como los sedicentes antifascistas. Los fascistas no tienen bastante con manifestarse: organizan contramanifestaciones como los presuntos antifas. Los fascistas que tanto agitan los analistas a la violeta son en España un par de partidos extraparlamentarios. Mientras, en palmaria asimetría, la extrema izquierda gobierna, señala y propicia violencias callejeras que luego blanquea. Lo hace con discursos que pueden convencerte siempre que acabes de nacer. Sí, solo a un neonato le puedes vender que «el comunismo es la democracia y la igualdad», como afirma una vicepresidenta del Gobierno.
El problema es que está lleno de gente que acaba de nacer. Y como no ha tenido tiempo o ganas de enterarse, ignora el truco más viejo del comunismo: la catalogación como fascista de cualquiera que moleste a sus planes. Truco que sigue usando con sombrío provecho el poscomunismo, o populismo posmarxista, o como deseen llamarlo. Como si nada hubiéramos aprendido en el último siglo, desde Willi Münzenberg. Convenientemente etiquetado su objetivo, que antes fue el PP, que luego fue Ciudadanos, que ahora es Vox y la parte madrileña del PP, sus seguidores devienen cosas. ¡Toma reificación, marxistas sin lecturas! Cosas odiosas contra las que se puede actuar. El botellazo, el ladrillazo, el puñetazo, la patada en el suelo, a matar, resultan aceptables para los representantes de los partidos que llaman a rodear las concentraciones humanas ajenas. La prueba es que, después de los heridos, no solo no hay arrepentimiento, no solo se evita la condena, sino que se abunda en la misma trola que alimenta la violencia política: eran fascistas y contra los fascistas todo está justificado. En cuanto a los agresores, eran el pueblo que se defendía. He ahí el discurso que defeca el líder podemita tras la docena de heridos.
Dejé implícito que no es previsible una vuelta a los años treinta porque ha llovido mucho, y entre lo llovido he citado a Europa. La impregnación europea, en efecto, el empaparse del espíritu de los padres fundadores, el implicarse en el proyecto con más entusiasmo que nadie, han hecho mucho bien a nuestra nación. Y esa es una discrepancia clave en la derecha española porque en Vox, con todo el derecho, piensan lo contrario. Señalemos que las preferencias políticas del señor Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, desacreditan a fondo la visión europeísta. ¡Qué diferencia con su antecesor y compatriota Antonio Tajani, que sirvió a la causa de nuestra democracia como un comprometido español más! Y con pleno dominio de nuestra lengua. Con Tajani, uno podía creer en la futura patria europea; con Sassoli no hay manera de motivarse. El tipo corrió a condenar unos insultos a Iglesias. Gritos de cuatro sujetos por la calle. Algo incómodo e inadecuado, por supuesto. Lo sé porque lo padecí a diario cuando vivía en Barcelona. Pero la extraordinaria sensibilidad de Sassoli desaparece por completo cuando en vez de insultos contra un señor bien escoltado se trata de pedradas contra anónimos asistentes a un mitin. ¿Quizá porque el señor escoltado por quien Sassoli pierde el culo es el que ha atizado primero, y justificado después, la violencia política? Esa Europa, parcial Sassoli, no atrae a nadie civilizado. Ah, la civilidad de esta Europa contraproducente -que es en realidad la anti Europa- coincide con la del ministro durmiente Castells, que anunció una especie de bárbaro fin del mundo si Sánchez no gobernaba, para volver a caer en un sueño profundo y profético.
A cuantos insisten en que Vox fue a un barrio en concreto a provocar, no creo que haya que recordarles lo evidente porque lo evidente ya lo conocen. De hecho, nos quieren repitiendo lo evidente para ir avanzando en lo suyo, que es la superlegitimación de los unos a costa del complejo de los otros. Pues bien, hay que celebrar que existan personas y grupos que no tragan con las zonas de exclusión. Ni las territoriales ni las mentales. Hay mucho acomplejado. Menos que antes, pero son legión. Abascal no está entre ellos, como no lo está Ayuso. Como no lo estuvo Ciudadanos mientras lo presidió Albert Rivera. La ley de hierro es esta: allí donde te dicen que no puedes ir, allí es donde debes acudir de inmediato.
Juan Carlos Girauta