Sicilia como parábola

Con la edad se me ha exacerbado el desprecio hacia los signos identitarios. Lo que no es folklore - y lo digo en el mejor sentido de la palabra, el de cultura popular-, o es barbarie o no vale un carajo. En los interminables trayectos en autobús entre Siracusa, Catania y Palermo, me daba por pensar en el valor de los gestos sicilianos, que usurpó la mafia convirtiéndolos en signos identitarios difícilmente comprensibles para los foráneos. La realidad ha ido confirmando la leyenda según la cual la palabra sirve para ocultar las intenciones pero un movimiento de manos, un modo de mirar, una leve inclinación de la cabeza..., llevan certificado de veracidad. Si la singularidad de la diferencia estuviera ahí, su valor sería similar al de los viejos pastores, que les bastaba con un silbido para que el rebaño entendiera.

La raíz identitaria conserva un sustento tribal. En términos de Atapuerca, hemos bajado muy recientemente de los árboles y nos quedan muchas reminiscencias del pasado. Esa adoración mafiosa a los santos locales apenas si enmascara un pasado pagano. Religión y muerte, inseparables. Cuando me enteré de que el legendario capo Calogero Vizzini tenía dos hermanos sacerdotes, un tío obispo y otro arcipreste, y que todos constituían una familia unida y modélica en su reparto de papeles, entendí por qué fueron tan fundamentales en la historia de Sicilia tras el desembarco aliado de 1943.

Me lo contó el principal mafiólogo de Sicilia, Umberto Santino. Posiblemente nadie sepa tanto de la mafia y le haya dedicado tantas horas a su estudio y escritura como Santino. Un tipo insufrible, con un toque de soberbia que se manifiesta en su desdén hacia el oyente. Como un cura de aldea que puede estar hablando el tiempo que juzgue necesario para tu conversión, sin que tenga el detalle de ofrecerte ni un vaso de agua. Y al final, como si fueran estampitas, te vende los libros que él mismo ha escrito. Escuchándole entendí por primera vez el artículo brutal que Leonardo Sciacia publicó en el Corriere della Sera criticando a los jueces antimafia y que logró conmocionar a Italia entera. Pero Sciascia no tenía razón, como tampoco la tengo yo haciendo ironías sobre el impasible Umberto Santino, porque unos años más tarde del artículo de marras los jueces antimafia, Falcone y Borsellino, fueron asesinados. Y cualquier sicario palermitano podría considerar que ese mafiólogo apellidado Santino, que dirige el Centro de Documentación Giuseppe Impastato de Palermo, está de más en este mundo. Cuando alguien se juega la vida en defensa de la justicia o de la verdad, tan parecidas, debemos cubrir lo secundario bajo una capa de benevolencia. Leonardo Sciascia, el crítico, murió en la cama, y los criticados por soberbios, avasalladores y egocéntricos, Falcone y Borsellino, en atentados mafiosos. La muerte, a menudo, coloca a cada uno en su sitio, por más que sea demasiado tarde.

Lo más cruel del arte es que acaba arrogándose la razón. La matanza de Gernika es un cuadro de Picasso. Las figuras de Modigliani son mujeres que uno encuentra por la calle. Los paisajes reales imitan a Van Gogh. El arte se adelanta al tiempo y acaba convertido en realidad. Lampedusa y su Gatopardo tenían razón, y era necesario - para algunos- que todo cambiara para que todo siguiera igual. La aparición estelar, nunca mejor dicho, de Silvio Berlusconi en la política italiana ha significado en términos mafiosos un cambio radical, y en términos sociales la continuidad de lo existente. A menudo olvidamos que Berlusconi nace a la vida política como socio de Bettino Craxi y del Partido Socialista italiano. Craxi dio paso a Berlusconi y Berlusconi protegió a la nueva apertura siciliana del ajedrez político, los hermanos gemelos Alberto y Marcelo dell´Utri, de Palermo, cultos, uno de ellos coleccionista experto en libros antiguos, vinculados a la masonería - la masonería, de antiguo, siempre tuvo una tentación mafiosa; mafiosa y católica al tiempo, cosa que no debería sorprendernos a los españoles tras la peripecia de Mario Conde, masón público galardonado por el Papa de Roma-. Su último hombre en la isla, Totó Cuffaro, presidente de la autonomía siciliana, hubo de dimitir tras la condena a cinco años de cárcel por colaboración mafiosa.

Para los mafiólogos Sicilia se ha italianizado, Dell´Utri vive en Florencia, lo cual es válido también al revés: la Italia berlusconiana, que probablemente ganará las próximas elecciones del 13 de abril, se ha sicilianizado. Sicilia es el rojo de la pintura de Renato Gutusso y las fotos en blanco y negro de Letizia Battaglia. La militancia comunista de Renato Guttuso no facilitó su conocimiento entre nosotros. Que yo recuerde influyó en las escasas huestes de la pintura militante y antifranquista, más entre catalanes y valencianos, si hacemos excepción de José Ortega, tan olvidado hoy pero cuya obra, especialmente en su interesantísima última etapa, debe mucho a Guttuso. Pues bien, el tema es el siguiente. Ese rojo de Guttuso, que por cierto cantó Pasolini en un brillante poema - también lo hicieron, Neruda y Alberti, en espantosos versos- y esas fotos de Letizia Battaglia, ¿son universales o se limitan al mundo local? O lo que es lo mismo, ¿el fenómeno mafioso es estrictamente siciliano?

Un político corrupto, susceptible por tanto de colaborar con el entramado mafioso, tendría por principio las elecciones perdidas. Pues no, la ciudadanía en pleno derecho de sus voluntades le puede votar e incluso promoverle a las más altas magistraturas del Estado. Fue el caso reciente del siciliano Totó Cuffaro, pero tenemos un puñado de historias locales, en Catalunya y fuera de ella. Podría poner ejemplos de corruptos, alcaldes o diputados, que quizá por eso mismo han sido votados por sus conciudadanos. Eso no es otra cosa que el lado universalizador del comportamiento mafioso.

No sé si se trata de una herencia siciliana, pero al menos sí una referencia al lugar donde este tipo de comportamientos eran norma y ley de la costumbre. Nosotros no tenemos, al menos de momento, un brazo armado mafioso que se dedique a allanar los objetivos. Pero seamos sinceros; no lo necesitan. ¿Para qué? ¿En qué sentido se puede decir que nosotros constituimos un frente de rechazo a la corrupción política y económica? Hemos sonreído de medio lado ante el trágala de los Albertos. Por menos que eso cayó el gobierno de Lerroux y su cándido estraperlo durante la República. Podríamos incluso llamar a Letizia Battaglia para que fotografiara a la viuda de Benjamín Olalla, asesinado (¿o se dice homicidiado?) en un paso de cebra por un tipo al que se conoce por Farruquito, a quien se concedieron antes, durante y después del juicio todo tipo de privilegios, y que ahora visita la cárcel sólo por las noches. Por no citar al innombrable letrado Piqué Vidal, maestro del foro, y sus andanzas carcelarias, que harían las delicias de Quevedo, por lo ridículas. No me canso de repetirlo, y lo haré mientras pueda: imagínense si seremos condescendientes con el delito que cualquier asesino pasa en nuestros medios de comunicación como anónimo, apenas el nombre de pila y unas siglas. Algo que no ocurre en Sicilia, ni en ningún otro lugar de Europa.

Creo que la imagen más fidedigna de ese mundo en el que todo ha cambiado para seguir siendo igual la tuve en la ciudad siciliana de Catania. Un negro africano sostenía un hilo de pescar sobre una alcantarilla, vecina a la plaza del Duomo. Sospeché que debía buscar algún anillo perdido, o un billete, o algo así. Cuando al día siguiente vi a otro africano con idéntico hilo echado sobre otra alcantarilla, no pude resistir la tentación y pregunté a qué se debía aquella singular pesca. "Muy sencillo, me dijeron. Están tratando de pescar anguilas para luego venderlas en algún restaurante de postín". Entendí que todo debe cambiar para que todo siga igual.

Gregorio Morán