Siempre la crisis o la crisis de siempre

La crisis en si no existe. Somos nosotros los que percibimos ciertas mutaciones como momentos de crisis. Es decir: algo se escapa de nuestra realidad organizada y cambia nuestra rutina familiar. Esto nos provoca incertidumbre, y nos sorprende por su evolución acelerada. Tampoco tenemos mucha información sobre este elemento nuevo o quizás solo una información distorsionada que nos inquieta. Hasta podemos sentirnos amenazados por esta percepción de crisis. La combinación de estos elementos -o más bien sentimientos- es además terreno abonado para reacciones extremas y oposiciones radicales. Es entonces cuando la “crisis”, por sus múltiples síntomas inquietantes, se considera un peligro, una decadencia e incluso una ruina a la que es urgente reaccionar. La brecha entre Norte y Sur se llamará  crisis del euro y la división Este-Oeste se achacará a la crisis de refugiados o quizás mejor dicho a la crisis de acogida. Vuelven viejas desconfianzas con nombres nuevos.

“Nos encontramos con que casi todas las cosas que antes considerábamos más sólidas y sagradas empiezan a tambalearse: la verdad y la humanidad, la razón y la justicia. Vemos formas de estado que ya no funcionan, sistemas de producción que están a punto de desmoronarse. Descubrimos fuerzas sociales que no cesan de trabajar en loco frenesí. La máquina retumbante de este formidable tiempo está a punto de parar en seco”. Son palabras que se podrían leer en cualquier artículo que haga referencia al momento de crisis actual. Sin embargo, estamos en el año 1935 y se trata de un texto del historiador holandés Johan Huizinga (1) (1872-1945) que describe como la civilización occidental, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, vivía con la conciencia de crisis, es decir con una gran incertidumbre y con miedo al mañana. “Vivimos en un mundo enloquecido y lo sabemos” dice Huizinga, y se refiere a la inestabilidad del régimen social, a las “sensaciones de decadencia y derrumbamiento no como meras pesadillas sino como previsiones meditadas” que predican los encantos y los mitos del pasado.

Otro momento de la historia y otra percepción de crisis, después de la misma guerra. Albert Camus (2) (1913-1960), pensador francés nacido en Argelia, escribió en el año 1946: “Nos asfixiamos entre las personas que creen que tienen toda la razón, ya sea en sus máquinas o en sus ideas. Y para todos aquellos que solo pueden vivir en el diálogo y en la amistad de los hombres, este silencio es el fin del mundo”. Para Camus, uno debería ser capaz de pensar y actuar según su propio reflejo para poder escapar de este terror. “Pero, -añade Camus- el terror, precisamente, no es un clima favorable para la reflexión”. Si para Huizinga la crisis era la incertidumbre total por el cambio y la decadencia provocada precisamente por este cambio, para Camus, en esos años de guerra, la crisis venía del terror y el miedo.

Sin embargo, la palabra “crisis” viene del griego κρισις (krisis) y quiere decir “elección”, “decisión”, sin que ello implique un significado negativo o la referencia a una situación grave, sino solamente difícil. Es un momento de cambio, de tomar una decisión, dejar lo viejo y orientarse hacia algo nuevo. Cualquier cambio en este sentido quiere decir que dejamos la rutina de lo conocido y optamos por lo desconocido, que para algunos puede significar un salto al vacío o un errar sin rumbo.

La razón por la cual hemos hecho esta incursión en el pasado es para aprender de situaciones parecidas y retomar las recomendaciones que hacían estos dos autores, en lugares y tiempos históricos diferentes, para hacer frente a la crisis y presenciar cambios de rumbo. Incluso el mismo Huizinga, en aquellos años, ya comentó lo útil que sería “orientar históricamente nuestro sentimiento de  crisis, comparándolo con otros similares en tiempos pretéritos de grandes trastornos”.

Dos momentos de crisis, dos autores y dos reflexiones sobre la desintegración de un mundo conocido por un futuro incierto y controvertido. No entramos en los factores de la crisis o los discursos anti-algo que generaban estos momentos sino en lo que nos enseñan en sus análisis y criticas como consejos para afrontar la crisis. Huizinga, por más que era crítico con las posibilidades de recuperación y denunciaba la creciente barbarización de la civilización occidental, no permitía ser pesimista: ”Cualquiera que sea nuestra intención u orientación, todos sabemos que no podemos volver atrás y que tenemos que pasar por ella, he aquí lo totalmente nuevo y único en nuestro sentimiento de crisis”. No permitía tampoco las continuas evocaciones a los encantos del pasado, predicando un tiempo pretérito glorioso de purezas imaginarias: “Vamos adelante, aunque nos causen vértigo las honduras y lejanías desconocidas, aunque el inmediato porvenir se abra ante nosotros como abismo envuelto en tinieblas”.  Dentro de este panorama de desequilibrio, de parálisis y de angustia, Huizinga consideraba la crisis como una figura patológica y, como tal, proponía la metáfora siguiente: “Todos juntos somos, a la vez, enfermo y médico. Sin duda, hay enfermedad, puesto que el organismo no funciona normalmente. La observación debe atender los síntomas; la esperanza debe pensar en el restablecimiento”.

En sus escritos políticos, para Camus, la crisis está en el terror y el miedo que anulan el diálogo: “Vivimos en el terror porque la persuasión ya no es posible”; “El largo diálogo de los hombres acaba de terminar. Y, por supuesto, “un hombre que no puede ser persuadido es un hombre que da miedo”, escribe Camus, y nos aconseja combatir el miedo y el silencio porque “no hay vida sin diálogo”. En la mayor parte del mundo, “el siglo XX es el siglo de la controversia y el insulto”, continua. El diálogo se remplaza hoy por la polémica -”miles de voces, de día y de noche, cada una persiguiendo un tumultuoso monólogo”- y también por la mentira. “Sabemos que nuestra sociedad se basa en mentiras. Pero la tragedia de nuestra generación es haber visto, bajo los falsos colores de la esperanza, una nueva mentira superpuesta a la anterior”. Si para Huizinga, el mundo está sobrecargado de odios y, más que nunca, los hombres parecen esclavos de vocablos y de lemas, que inducen a matarse unos a otros, para Camus puede haber gente que en el fondo esté contra la violencia pero pocos reconocen que esto les obliga a reconsiderar su manera de pensar y actuar. Y a la pregunta ¿cuál es el mecanismo de la polémica? Camus responde: “Consiste en considerar al adversario como un enemigo, simplificarlo en consecuencia y negarse a verlo. Al que insultó, no sé el color de su mirada, o si sonríe y de qué manera. Vueltos casi ciegos por la gracia de la controversia, ya no vivimos entre los hombres, sino en un mundo de siluetas”.

“Hoy ya nadie habla (excepto los que se repiten), porque el mundo nos parece dirigido por fuerzas ciegas y sordas que no oirán los gritos de las advertencias, ni los consejos, ni las súplicas”, dice Camus. Valdría la pena tener en cuenta estos comentarios cada vez que leemos o escuchamos hablar de crisis –crisis de identidades, de refugiados o crisis global- para no sufrir como “enfermos” (Huizinga) ni alimentar como meras “siluetas” (Camus) la misma crisis de siempre.

Yolanda Onghena, investigadora sénior asociada, CIDOB.


Notas:

(1) Huizinga, Johan (2007) Entre las sombras del mañana. Diagnóstico de la enfermedad cultural de nuestro tiempo. Barcelona Ed.Peninsula. Título original holandés: In de schaduw van morgen (1935)

(2) Camus, Albert (1950) Actuelles. Ecrits politiques. París,EditionsGallimard

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