Siempre mañana y nunca mañanamos

«El castillo», la obra de Franz Kafka, me ha venido a la cabeza tras releer un artículo del ministro de Justicia en ABC, el mismo día de apertura del Año Judicial. Momentos después, y por irreflexivas relaciones, en mi mente se reflejaba el rostro aún semidormido de Bill Murray, golpeando su despertador. Estaba «Atrapado en el tiempo», esa película que reproduce, una y otra vez, «el Día de la Marmota». Ustedes, los elegidos lectores que se dignen echarle un vistazo a estas líneas que en realidad a pocos importa, se preguntarán… ¿de qué nos está hablando este? ¿Qué tiene que ver Kafka, el título del articulillo, una película sobre la tradición del pueblo de Punxsutawney en Pensilvania (esto último lo he sacado de la Wikipedia, evidentemente. ¡Hay que fastidiarse con el nombrecito!) y el acto formal que se ha celebrado en el Supremo? Pues bastante. Ya leerán.

Hará un año más o menos, incauto, ¡Oh mísero de mí!, inocente en estas cosas –aunque no tanto en otras–, alma confiada en la bondad intrínseca de mis congéneres, asistí en un céntrico inmueble madrileño a unas jornadas sobre Justicia organizadas por un medio periodístico de la competencia. Lo hice como portavoz nacional de la Asociación Judicial Francisco de Vitoria, a la que me honro en pertenecer. Ese día, mi mente estaba abierta a propuestas. Creía en las palabras de los dirigentes. En cierto modo, yo era un «pardillo», y seguro que lo sigo siendo. Abrió el acto el Sr. Catalá, con una cita de Luis Rosales. Esa cita aludía al mañana y a la pereza que da cumplir las promesas. Insistió el titular de la cartera correspondiente en que nunca «mañanaría» en Justicia, que se iban a reformar cosas para bien, que no consentiría la tradicional «pereza» española para reformar asuntos que la sociedad demandaba y que los jueces exigíamos. La reforma de la LOPJ, su sistema de elección, era una de ellas. Otra, la inversión importante en medios personales y materiales. Había más, pero eso es otra historia. Por triviales que puedan parecer esas reformas –créanme, crean a este «pardillo»–, no lo son. Le va mucho en ello a usted, lector, en estas reflexiones. También a quienes no las leerán y al propio Estado si quiere ser moderno y garantizar derechos de manera y forma debida. Nos va en realidad a todos, ¡hagan caso a este inocente!... Retorno. Esa mañana, el ministro estaba poético y yo era un romántico. Las palabras basadas en nobles ideales siempre me han atrapado. Más que reformas, podía tocar campos extensos de verde esperanza, rosas de independencia y añiles cielos de sólido compromiso en Justicia (perdón por las cursis metáforas). El ministro estaba «sobrao», como un torero que engarza varios capotazos en el albero sevillano. Yo le creí. En serio. Háganme caso. Confié en su palabra. No tenía por qué dudar de una autoridad estatal.

Ha pasado el tiempo. Un año. He asistido a reuniones con el Ministerio y sus colaboradores. Las promesas continúan. El «vuelva usted mañana» de Larra se repite, aburrido. Unos por otros, otros por uno y, como la canción de nuestro pícaro Julio, «la vida sigue igual», nada se ha hecho, nada se quiere hacer. La culpa es de Hacienda. La culpa es de los otros. La culpa fue del chachachá… Eso mismo dijeron Gallardón, Caamaño, López Aguilar, Bermejo y tantos otros, que, con honradas excepciones, aburre y asquea. ¡Volved mañana y haremos otra comisión! Mañaneemos, en el sentido rancio del término, en definitiva. ¡Qué aburrimiento, Dios santo!

Hoy releo el artículo del Sr. ministro en ABC. No me refiero a él como persona, por supuesto. Imagino que es buena gente, aunque no comparta mis ideas futbolísticas. Releo las ideas que vierte como ministro en ABC el día de la apertura del Año Judicial. Releo sus ideas. Su proyecto. Releo. El despertador suena y me despierto en ese pueblo de Pensilvania de nombre impronunciable. Releo y me siento envuelto en la cobertura esquelética y absurda de un insecto que intenta apartar las pesadas sábanas con apéndices imposibles. Releo y la marmota sonríe en mi cara y en la de todos. Releo y me da pena. En serio. Releo «el corta y pega» de aquel discurso. Otra vez Bill Murray y su rostro indeciso, abotargado por un cansino sueño constante. Releo y me convenzo de que la Justicia, no sólo para el señor ministro, sino para otros que tienen poderes decisorios, es sólo una cenicienta de segunda clase que acudirá, presta y pobre, cuando se la necesite. Una «mandada» que… «a servir, que para eso estamos». Son más importantes los globos de colores, las pompas de jabón político que estallan tras las tertulias, por supuesto.

Releo el artículo. Me acuerdo de la situación absurda en la novela de Kafka. Es necesario salir del laberíntico y absurdo bucle que habita el Castillo. Y, como me gusta jugar con las palabras, invento una: «Esperance ar judicial mente hasta las narices ». Así. Todo junto.

Feliz Año Judicial a las personas de buena voluntad. Lo necesitamos.

Raimundo Prado Bernabéu es magistrado y portavoz nacional de la Asociación de Jueces Francisco de Vitoria.

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