Agosto, con permiso de las sorpresas y las urgencias, es un mes propicio para regresar también a aquellas nociones elementales que nunca podemos abandonar del todo y reflexionar con ellas desde nuestra experiencia acumulada. Pilares de vida, de cultura, que son una latencia del alimento esencial en nuestro devenir con sentido y que nos ayudan a corregir el nihilismo de fiesta psicotrópica o la indiferencia de la subvencionada 'pasancia' (ni siquiera es orteguiana vivencia) ociosa.
Y hay que demorarse, sumergirse en ellas con la tranquilidad de los caballos de río en un meandro profundo. En estos días de sol siderúrgico y aire encorsetado, de remojo suplicante, de nubes que pasan bajo el cielo esférico, de atardeceres hasta las diez de la noche. Benditos días de luz que no quieren dejar paso a la luna y las estrellas. Porque precisan la atención y las horas que no deberíamos malgastar en otras ocurrencias; sólo así, es posible recrearse en esas nociones que exigen una dedicación especial.
En el principio de esta aventura de cultura y vida, fue Alfonso X el Sabio, por la mitad crecida del siglo XIII, quien prefirió definitivamente el castellano al latín. Con ello, por cierto, se adelantó a los otros reinos peninsulares, excepto el navarro, que iba a la par del castellanoleonés, hasta que aquél cayó bajo la influencia francesa, y al inglés y al francés, que tardaron al menos medio siglo más en preferir la lengua vernácula. Dos siglos largos más tarde, año arriba, año abajo, apareció el sempiterno asombroso genio político de Isabel la Católica, reina fetén, y, por más señas, mujer, con poder y criterio y un lirio en el cuerpo y en el alma, que le dijo a Colón que adelante con los faroles de irse a las Indias Orientales por el lado por el que nadie había ido –que era como querer ir a la Luna sin verla–; pero no sólo a comerciar, sino bajo condición de edificar una civilización sobre la roca del Evangelio y la lengua castellana. Y junto a ella estaba un bolonio único, Antonio de Nebrija, que le suministró y dedicó una gramática a Su Alteza (trato entonces de los reyes y príncipes), la tercera publicada tras la griega y la latina, para facilitar su enseñanza, aprendizaje y extensión.
Siguieron increíbles desarrollos y creaciones de convivencia y crecimiento compartidos en español durante más de tres siglos. En este tiempo, el castellano dejó paso al español, en el sentido de que el idioma se había ensanchado, como lo siguió haciendo después y lo sigue haciendo ahora. Entonces, aquella trenza se rompió; pero sólo en las fronteras políticas; nunca en las de vida, de ida y vuelta, a uno y otro lado del Atlántico, y del Pacífico. Y, en menos de un siglo, cristalizó en un individuo la obviedad de poner las cosas del español, de lo hispánico en su sitio.
Escribió César Antonio Molina de Alfonso Reyes que su «obra escrita y la calidez de su trato terminarían de convertir al escritor en el mejor puente cultural entre México y España. Puente luego extendido por él entre la antigua metrópoli y buena parte de Hispanoamérica». Ocho años después, Rodríguez Lafuente recordó en este diario que, para el citado autor pontifical, ya, en 1915, «si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar la lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana».
Luego de leer una evidencia como ésta –más evidente ahora–, uno debe sentirse singularmente agradecido, feliz y comprometido de ser o poder ser en español. Esta condición (de nacimiento, adopción o voluntad) de integrar o integrarse en un magma a borbotones de la sustanciación de la vida en sus más variadas proyecciones (la poesía, el arte, la literatura, la teología, la filosofía, la historia, el derecho, la medicina, la ciencia, el comercio, la economía, etc.) no la detiene ninguna frontera, prohibición o castigo, ni ninguna pobreza ideológica, ni complejo psicológico, ni coz pertinaz contra el aguijón multitudinario de sus seiscientos millones de hablantes. Es una energía inmanente y transoceánica. Por lo pronto, no importa dónde uno se encuentre para hacer cultura en español y menos ahora con la comunicación instantánea a cualquier punto de la Tierra y del espacio exterior.
La cultura en español, inseparable del idioma, siguiendo la tercera acepción del Diccionario de la Real Academia Española, es el «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc». que se desenvuelve en los países hispanohablantes (¡atención!, nueve de cada diez están al otro lado del Atlántico) y en aquellos donde el español, a pesar de no ser lengua oficial o mayoritaria, se utiliza como lengua de cultura…
–¿Alta o baja?
–Como sea bien está.
…, por amplios o reducidos grupos. Sucede con Estados Unidos; donde los universitarios de lengua inglesa matriculados en cursos de español superan al total de alumnos inscritos en otras lenguas (francés, alemán, italiano, árabe, chino) y que, en 2050, según las previsiones más prudentes, será el primer país hispanohablante. También, con Brasil y Francia, y los países del Magreb y Extremo Oriente.
La Real Academia Española es ejemplar en la comprensión de la importancia de este vínculo ordinario y extraordinario de los hispanohablantes. El 5 de agosto, sin ir más lejos, ofrecía al público en línea el 'Tesoro de los diccionarios históricos de la lengua española'. El español es la segunda lengua internacional y un bien universal, hablado por casi quinientos millones de personas como lengua materna y más de cien millones como lengua extranjera; es la segunda lengua más visitada en Wikipedia; y, si el español aumenta cerca de un trescientos por ciento el comercio bilateral entre los países hispanohablantes, imagine el lector cómo se acrecienta cuando se involucran otras naciones que asumen con inteligencia que deben emplearlo para sus objetivos. Recientemente, García Calero defendía con acierto entre otros extremos que «España debe reivindicar su papel de puente entre Europa e Iberoamérica y su condición de base de la industria editorial de habla hispana».
Este mes de ¿asueto? personal y nacional he vuelto a enfrentarme con esa noción de la cultura en español. He pensado, sobre todo, en las personas corrientes de España, con sus preocupaciones expresadas sin contención o acalladas en la vengativa prudencia del 'paso-de-ellos-son-todos-iguales' ante nuestra eventual deriva como país occidental con un Estado Constitucional consolidado y una sociedad civil avanzada. Aunque sepamos, en este agosto, de las enconadas dificultades para reconducirla, debajo de Dios para los creyentes, el hecho de compartir una cultura en español todos los hispanohablantes, debe mantenernos en la esperanza; porque, parafraseando a Francisco Ayala, siempre nos quedará el español como patria.
Daniel Berzosa López es jurista y doctor europeo por la Universidad de Bolonia.