Siempre ocurre lo imposible

Por José García Abad, presidente del Grupo Nuevo Lunes y editor del semanario El nuevo lunes (EL PERIÓDICO, 13/05/06):

Cada cierto tiempo se produce en el mundo financiero lo imposible. Por circunstancias fortuitas o provocadas saltan a las primeras páginas de los periódicos escándalos que florecen en las lagunas legales. Es un hecho comprobado que el defraudador va siempre un paso por delante del controlador y dos por delante del legislador. Así ocurrió con las primas únicas y con la cesión de créditos inventadas para la "optimización fiscal". Lo sorprendente del escándalo de los sellos de correos de las sociedades Afinsa y Fórum Filatélico es que no eran vanguardistas del fraude, pioneros de la ingeniería fiscal ni exploradores de limbos celestiales ni de tierras de nadie, sino timadores al más viejo estilo, plagiarios del timo de la estampita del que se han limitado a transformar lo religioso por lo postal.
El mecanismo del negocio era más simple que el de un palillo. Los comerciales de los chiringuitos aludidos garantizaban a los incautos inversores rentabilidades que eran el triple y hasta el séxtuplo de las del mercado en razón de una supuesta revalorización futura del precio de las estampitas que se garantizaba por contrato. Tamaña rentabilidad y sobre todo semejante garantía eran imposibles y por tanto sospechosas.
Sin embargo, los comerciales podían apoyarse en las apariencias de prosperidad --unas oficinas lujosas, el mecenazgo de actividades deportivas y culturales y más de 1.000 empleados-- y en la antigüedad del negocio: un cuarto de siglo pagando intereses. Además cumplían las apariencias de legalidad: rendición anual de cuentas, registro de los balances y el apoyo de auditorías, si bien amistosas y de poca entidad, que firmaban las cuentas con salvedades de letra pequeña. Lo más eficaz en la captación de clientes no eran, sin embargo, los folletos que pocos leen, sino el boca a oído, las confidencias del vecino o del colega sobre rentabilidades insólitas y el puntual cobro de las mismas que muchos reinvertían en busca de las bendiciones del interés compuesto.
El tinglado estaba montado para estafar y resulta chocante que no se percatara de ello la Administración. La revalorización filatélica no se generaba en la proporción prometida, por lo que el negocio se caía por la base y solo podría sostenerse por el reclutamiento de nuevos incautos; las rentabilidades de los inversores veteranos se pagaban con el dinero aportado por los recién llegados al paraíso. El mecanismo funcionó un cuarto de siglo y podía haber funcionado un siglo entero o por toda la eternidad, pues es infinito el número de potenciales incautos, e increíblemente no era una actividad sometida a la debida vigilancia por los órganos reguladores del ahorro y la inversión como los restantes captadores de ahorro público.

LAS CULPAS de la Administración, su evidente negligencia, no eximen de responsabilidad a los estafadores ni a los auditores que deberían haberse negado a firmar unos estados de cuentas de ciencia ficción; un auditor como dios manda debería haber exigido a la empresa la demostración de tales rentabilidades. Pero si los Gobiernos del periodo constitucional hubieran hecho bien su trabajo, no se habría producido tamaño agujero estimado en 2.000 millones de euros --más de 333.000 millones de pesetas-- y la probable pérdida de los ahorros de 350.000 personas. El timo filatélico pudiera alcanzar una dimensión, si se confirman las aprensiones actuales, que podría afectar a la salud y la credibilidad del sistema financiero.
El fraude no hubiera alcanzado semejante dimensión si la actividad de Afinsa y del Fórum Filatélico hubiera sido incluida entre las entidades que captan ahorro y encauzan inversiones y no en el pelotón donde se insertan los supermercados, las boutiques y las tiendas de todo a cien. Lo que vendían no era una mercancía tangible, un sello de correos o una antigüedad, sino una expectativa de revalorización, en definitiva, un activo financiero como el que pueda venderse en bolsa. Es un asunto demasiado complejo para confiarlo a la supervisión de la Dirección General de Consumo como la venta de las patatas o del aceite.
Los precios de los activos filatélicos no responden al encuentro ordenado de la oferta y la demanda. El precio era fijado artificialmente por las propias empresas implicadas. La mano invisible del mercado que, como sostenía Adam Smith, el padre de la ciencia económica moderna, asignaba el precio justo de las mercancías y servicios era en el caso de los aludidos chiringuitos una mano bien visible que está ahora esposada y en espera de juicio en la Audiencia Nacional.

LAS GALOPANTES cotizaciones de las estampitas filatélicas fueron una mera ficción sostenida por virtudes cardinales, la fe y la esperanza, y alimentada en algunos casos por un pecado capital: la avaricia. Las raíces de Afinsa y Fórum Filatélico --digámoslo con las cautelas de lo que todavía no ha sido juzgado-- arrancan de la capacidad de autoengañarnos que tenemos los humanos cuando se nos presenta un señuelo brillante. Está en la naturaleza de las cosas y en la del hombre, desde Atapuerca hasta nuestros días.
Sin embargo, la Administración debe garantizar unos mínimos de seguridad ciudadana e incluso proteger a los ciudadanos, hasta cierto punto, de sus pecados; solo hasta cierto punto, pues no se les puede expropiar de su derecho a equivocarse, pues el derecho a la ruina y a la quiebra está reconocido en la Constitución.
Por ello, aunque he resaltado las culpas de la Administración, no me parece pertinente que el Estado, o sea, usted y yo, paguemos la factura de los que decidieron asumir un alto riesgo en sus inversiones, como no procedería indemnizar a los que se dejan el bolsillo en bingos y casinos.