Siete lecciones de 20 años en Afganistán

Insurgentes talibán patrullan en Kandahar, tras su victoria. EFE
Insurgentes talibán patrullan en Kandahar, tras su victoria. EFE

El mejor y más firme crítico de Vietnam probablemente fue el senador William Fulbright, que presidió la Comisión de Exteriores de la Cámara Alta estadounidense durante los momentos más difíciles de la guerra.

Las críticas mejor documentadas de los 20 años en Afganistán, la guerra más larga en la historia de los EEUU, son los informes que, desde su establecimiento en la ley de Defensa Nacional de 2008, ha elaborado el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) a partir de más de 760 entrevistas con generales, políticos, diplomáticos, cooperantes, académicos y otros con experiencia directa en el conflicto.

Aunque esos informes no estaban destinados al público, tras tres años de recursos para acceder a esa información acogiéndose a la ley de Libertad de Información (FOIA) de 1967, el Washington Post logró publicar a finales de 2019 en los llamados "Papeles de Afganistán" lo más importante de los nueve primeros informes.

Ayer, lunes, 16 de agosto, coincidiendo con el caos en el aeropuerto internacional de Kabul, pocas horas después de la proclamación en el palacio presidencial por los dirigentes talibán de un nuevo emirato islámico, SIGAR publicaba su undécimo y, supongo, último y definitivo informe (140 págs), con un resumen de 18 págs y un sumario interactivo de lecciones y conclusiones que no tienen desperdicio para comprender cómo hemos llegado hasta aquí.

En el primer párrafo del sumario la agencia oficial estadounidense encargada de investigar lo sucedido reconoce que el Gobierno estadounidense "ha invertido 20 años y 145.000 millones de dólares en la reconstrucción de Afganistán, en sus fuerzas de seguridad e instituciones gubernamentales, en su economía y en su sociedad civil".

Además, añade, el Departamento de Defensa ha gastado 837.000 millones en operaciones de una guerra en la que han muerto 2.443 soldados estadounidenses y 1.144 de países aliados (102 de ellos españoles) y en la que han resultado heridos otros 20.666 soldados estadounidenses.

A esas bajas hay que añadir al menos 66.000 soldados y más de 48.000 civiles afganos muertos, y al menos 75.000 heridos. Sorprende que en la lista de muertos, el informe se olvide de 3.846 contratistas estadounidenses, 444 cooperantes y 72 periodistas.

¿De qué ha servido todo ese sacrificio y derroche? George Bush ordenaba el inicio de las operaciones el 7 de octubre de 2001 para eliminar a Al Qaeda. Con el tiempo ese primer objetivo dejó paso a otros: diezmar al movimiento talibán por haberle dado cobijo, acabar con el santuario terrorista afgano, formar unas fuerzas de seguridad nacionales, poner fin al gran negocio del opio y la heroína, que tenían y siguen teniendo en Afganistán más del 80 por ciento de la producción mundial, sentar las bases de una democracia moderna con elecciones regulares y dejar el país en manos de un Gobierno legitimado por el voto de la mayor parte de los afganos.

"Aunque en algunos ámbitos como la educación y la atención sanitaria ha habido progresos", concluye SIGAR, "se ha avanzado muy poco (elusive) y las perspectivas de que se mantenga son dudosas".

Después de 13 años de esfuerzos -concretados en 427 auditorías, 191 informes sobre proyectos concretos, 52 informes cuatrimestrales y 10 recopilaciones de lecciones aprendidas de todos los fallos y errores detectados-, el Inspector General para Afganistán señala que se han abierto investigaciones criminales que han resultado en 160 condenas y que, gracias a sus denuncias internas, se ha ahorrado al contribuyente estadounidense 3.840 millones de dólares. Una gota en el océano de lo despilfarrado.

"Hemos identificado en estos 20 años de campaña siete lecciones que pueden servir para otras zonas de conflicto en el mundo", concluye.

Cada lección ocupa un capítulo. Los siete se pueden resumir en los siguientes epígrafes:

  • Incoherencia estratégica derivada, sobre todo, de una pésima división del trabajo entre los departamentos de Estado y Defensa por falta de personas y de medios en el departamento de Estado y un exceso de recursos y de personal en el Pentágono sin experiencia ni conocimiento de lo que había que hacer.
  • Plazos imposibles en planes y proyectos, y obsesión absurda por gastar con rapidez lo presupuestado, ignorando la realidad sobre el terreno e incentivando objetivos cortoplacistas que, en vez de impulsar reformas de calado que preparasen el camino para una retirada triunfal, multiplicaron la corrupción y deslegitimaron a las autoridades locales.
  • Insostenibilidad manifiesta de muchos de los proyectos de infraestructura y de las instituciones diseñadas en despachos de los contratistas del Pentágono por los que se evaporaron, como en un caldero sin fondo, sin llegar nunca a Afganistán, miles de millones en obras sin continuidad ni utilidad alguna.
  • Incapacidad del Gobierno estadounidense para seleccionar al personal adecuado para las misiones y los proyectos aprobados. "Muchos tenían una formación pésima o no estaban cualificados y los cualificados no se quedaban mucho tiempo", se añade.
  • Si ya era difícil reconstruir un país que venía de 20 años de ocupación soviética, una guerra civil y cinco años de represión talibán, hacerlo sin lograr antes una seguridad mínima en buena parte del territorio resultó imposible casi desde el primer día. Las deserciones masivas de soldados y policías que han facilitado la reconquista relámpago por los talibán sin apenas oposición de las 33 de las 34 capitales provinciales en 10 días han sido el colofón de un proceso que se inició casi desde el primer año de la guerra y que no ha dejado de empeorar.
  • "El Gobierno estadounidense no comprendió el contexto afgano -las dinámicas políticas, económicas y sociales del país- y, por consiguiente, no supo adaptar su intervención a la realidad..." Sus militares y civiles actuaron casi siempre a ciegas, sin la información necesaria, forzando modelos tecnocráticos occidentales a instituciones afganas sin la menor idea, entrenando a las fuerzas de seguridad locales en sistemas avanzados que no entendían o imponiendo una legislación formal en un país donde el 80 por ciento de sus disputas se resuelven por la vía informal.
  • Sin un sistema de observación y evaluación permanente y eficaz de intervenciones tan complejas en escenarios tan imprevisibles como el afgano es imposible corregir los errores a tiempo y, según SIGAR, "ese sistema brilló por su ausencia, con lo que se multiplicó el riesgo de hacer a la perfección lo que nunca se debió haber hecho". El remate fue calificar de éxitos infinidad de acciones que no contribuían en nada a los objetivos buscados.

El presidente Joe Biden se equivocó haciendo suya una retirada mal negociada y peor ejecutada de espaldas al Gobierno afgano por Donad Trump en febrero de 2020, pero en el desastre que describe la propia agencia federal estadounidense en estos 20 años posiblemente sea Biden el que menos culpa tiene.

Felipe Sahagún

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