Siete voces que cuentan cómo superaron sus adicciones

Manos sucias que se aferran a las agujas ensangrentadas, mujeres embarazadas que se inyectan, niños angelicales con sus padres desplomados frente a ellos después de sufrir una sobredosis… las imágenes mediáticas de la crisis de opioides son despiadadamente atroces.

Por suerte, esa no es toda la historia. Cerca de dos millones de estadounidenses son adictos a los opioides. Sin embargo, muchos más han superado su adicción. Un gran estudio demográfico nacional reveló que casi todas las personas que alguna vez cumplieron con los criterios del trastorno de consumo de opioides alcanzaron la remisión en algún momento de su vida, y la mitad de ellos se recuperaron en un periodo de cinco años. Aunque la heroína y el fentanilo callejero son más peligrosos, la mayoría de quienes evitan sobredosis fatales se recupera de la adicción.

Para aumentar las probabilidades, debemos reconocer y abogar por la recuperación, así como la amplia variedad de formas que puede adoptar. En los medios y la cultura pop, cuando se llega a ver a personas que se están recuperando, generalmente aparece un estereotipo: alguien que va a rehabilitación y después se abstiene de todas las drogas gracias a los programas de doce pasos como Narcóticos Anónimos.

De hecho, hay otras maneras más comunes de recuperarse. Casi la mitad de quienes sufren una adicción a los opiáceos controlados, por ejemplo, pueden recuperarse sin un tratamiento formal ni participar en grupos de autoayuda.

Además, muchos de los que se recuperan lo hacen al someterse a tratamientos profesionales con medicamentos como la metadona o la buprenorfina, no mediante la abstinencia. Los estudios, entre ellos uno de todos los pacientes en el Reino Unido que recibieron tratamiento para la adicción a los opioides entre 2005 y 2009, muestran que las terapias con esos dos medicamentos son las únicas que reducen la mortalidad a la mitad o más cuando se usan a largo plazo y reducen los índices de recaída más que un enfoque basado en la abstinencia.

Otras personas eligen su propio camino. Encontramos nuevas pasiones en las relaciones, la paternidad, la cultura, el ejercicio, el trabajo, el arte, la espiritualidad, el activismo y el servicio comunitario. Algunos se recuperan principalmente aprendiendo mejores maneras de manejar el trauma y las enfermedades mentales que subyacen en muchas adicciones. Algunos incluso atacan su adicción a los opioides consumiendo marihuana o drogas psicodélicas.

Como alguien que sufrió una adicción a la heroína, me gustaría presentarles a algunas personas que han seguido distintos procesos para salir de su dependencia. Mi recuperación de casi treinta años comenzó con terapias tradicionales de rehabilitación y abstinencia, que practiqué durante trece años. Sin embargo, ahora incluye el uso médico de antidepresivos, ejercicio, relaciones sólidas, el compromiso serio con mi trabajo y el consumo moderado de algunas sustancias legales.

Creo que las personas como yo ya no pueden seguir calladas… nuestras historias son el único antídoto ante este panorama de adicciones que omite la etapa de recuperación.

Sam Greenwood

“Spoons ha sido una presencia estimulante en mi recuperación. En mis días más difíciles, ella me ha servido de consuelo, pues me da amor sin reservas”.

Sam Greenwood, de 33 años, tiene un pequeño negocio y vive en Cranston, Rhode Island. El origen de su adicción fue un periodo de depresión en la pubertad. En octavo grado llegó a pensar en el suicidio.

“Estaba tratando de encontrar algo que pudiera tomar para sentirme bien y menos solo”, comentó. Su problema con los opioides controlados —como el de la mayoría que abusa de estas drogas— comenzó con los medicamentos de alguien más, en su caso, el Vicodín que le recetaron a su novia. Tenía 16 años. A los 22, ya compraba píldoras en línea y con el tiempo llegó a consumir opioides fabricados ilegalmente y medicamentos para la ansiedad que no habían sido probados.

Después de dos sobredosis que requirieron de hospitalización, su esposa insistió en que buscara ayuda. Por primera vez le diagnosticaron depresión que, junto con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, aumenta drásticamente el riesgo de sufrir adicciones. Después de varias recaídas, se estabilizó con buprenorfina (Suboxone) y un antidepresivo. También asistió a reuniones de SMART Recovery, un grupo secular de apoyo enfocado en la abstinencia.

“Con lo que más sentí una conexión fue la idea de que todo depende de las decisiones y que no estás indefenso”, dijo. Asistió a las reuniones incluso en sus periodos de recaída. “Regresaba cabizbajo después de uno de esos episodios, pero todos me apoyaron mucho y fueron empáticos al asegurarse de que yo no pensara que estaba comenzando desde cero”.

Siete voces que cuentan cómo superaron sus adicciones

Brooke Feldman

“Mucho más allá de superar mi consumo problemático de sustancias, mi recuperación ha significado recobrar mi identidad esencial. La escuela ha sido uno de los vehículos más poderosos para mi rehabilitación”.

Brooke Feldman, de 37 años, fungió como oradora estudiantil cuando se graduó en mayo de la Universidad de Pensilvania con una licenciatura en trabajo social. No obstante, ese no era el tipo de futuro que imaginó de niña. Su padre, su madrastra y algunas instituciones fueron quienes la criaron; vio a su madre, que era adicta a la heroína, por última vez cuando tenía 4 años. Una sensación de abandono la acechaba.

“Crecí creyendo que la adicción era una elección y sintiéndome muy confundida sobre por qué mi madre prefería consumir drogas que estar conmigo y mi hermano y ser parte de nuestras vidas”, narró.

A los 13 años se escapó. Cuando su padre la encontró, ella le exigió que le diera la dirección de su madre. Después de años de titubeos, admitió que había muerto recientemente por una sobredosis de heroína. “Fue como si hubiera perdido a mi madre dos veces”, comentó.

Feldman se volvió suicida e insolente. Pasó su adolescencia en hospitales psiquiátricos y prisiones juveniles, a menudo bebiendo o consumiendo muchos medicamentos. A los 21 años, una novia le dio Percocet y, aunque en un principio lo consumía ocasionalmente, pronto comenzó a usarlo diariamente.

Sin embargo, cuando vio que sus amigos se pasaban a la heroína, la droga que mató a su madre, decidió buscar tratamiento. “Me enorgullecía mucho de no ser como mi madre, y ese fue el límite que me impuse”, dijo.

“Lo que vemos en los medios es una narrativa de las adicciones en la que se presenta a las personas blancas simplemente como víctimas de las grandes y malvadas empresas farmacéuticas. Esa no fue mi experiencia”.

Dice que en 2005 encontró consuelo en el compañerismo de las reuniones de doce pasos. También empezó a trabajar en un centro comunitario de rehabilitación, que apoyaba a gente a través de varias alternativas de recuperación. “Aunque para mí y muchos otros la rehabilitación incluye la abstinencia del alcohol y otras drogas, no siempre tiene que ser así”.

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Zachary Siegel

“Todas las investigaciones y los conocimientos que he acumulado como periodista han expandido la manera en que he entendido mi propia adicción. Ha ampliado mi perspectiva y me ha dado la seguridad para encontrar mi propio camino”.

Zach Siegel, un escritor de 29 años, dijo que siempre se sintió diferente durante su infancia en los suburbios de Chicago. Comenzó a beber alcohol a los 13 años cuando tomaba cocteles a escondidas en los bar y bat mitzvás y pronto comenzó a fumar marihuana y a experimentar con píldoras.

En la preparatoria, descubrió los opioides. Las drogas lo hacían sentir “bien consigo mismo”, comentó. “Ese era un sentimiento muy poderoso para alguien como yo, que sufría de mucha ansiedad y había sido muy acomplejado”.

Su adicción despegó a los 17 años, luego de que un amigo le vendió OxyContin. Poco después, lo cambió por una heroína más barata. Sus padres lo enviaron a varios centros de rehabilitación intra y extrahospitalaria.

“Hice un esfuerzo muy sincero con los doce pasos”, dijo. Pero lo que en definitiva lo ayudó más fue escribir y estudiar la ciencia de las adicciones.

“Simplemente anoté lo que creí que me estaba pasando, y también pude leer lo que otras personas pensaban que les ocurría”, dijo. “No sabía qué estaba haciendo en ese entonces, pero ahora creo que le estaba dando sentido a mi historia”.

Sus relaciones con su novia, su familia y sus amigos también han sido esenciales. “Mientras me apoyen y sean vínculos amorosos y estables, no siento la necesidad de llenar ningún vacío ni consolarme”.

No ha usado opioides desde 2012, pero dice que bebe alcohol y consume marihuana con moderación, donde se ha legalizado.

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Jacques Hargrove

“Comencé a consumir drogas después de no poder completar mi proceso de inclusión a una fraternidad en 1972 ni entrar a la escuela ese semestre”, dijo. “Veinte años después, completé mi inclusión a la fraternidad Omega Psi Phi. Mi nombre asignado fue ‘El Perseverante’”.

Jacques Hargrove, de 64 años, ha dado clases de matemáticas en preparatoria durante más de tres décadas. Creció en Nashville; su padre era trabajador de correos y su madre, ama de casa. Sobresalió en la escuela y asistió a la Universidad Fisk, donde comenzó a fumar marihuana y beber con frecuencia.

No obstante, cuando era estudiante de primer año en la universidad, su hermano le pidió que intentara algo… inyectarse heroína. Poco después, ya vendía la droga. “En ese entonces, creía que era lo mejor del mundo porque me hacía sentir muy bien”.

Sin embargo, en 1975, los amigos con los que vendía drogas fueron encausados. “Decidí que ya no lo haría”, comentó. “En Navidad, me inyecté por última vez y comencé a beber. Bebí hasta el 29 de diciembre y la pesadez que sentía desapareció”.

Mientras tanto, sus amigos estaban en prisión o tenían antecedentes penales. “Salieron y regresaron a la misma vida en las calles”, comentó.

Se graduó de la universidad y se volvió un exitoso profesor de matemáticas de preparatoria. Ahora está próximo a la jubilación. Bebe “en ocasiones, pero no mucho” y esta es la primera vez que ha contado su historia. Quería compartirla para “ayudar a los demás” y demostrar que las adicciones no siempre duran toda una vida.

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Valerie Ross Zhaawendaagozikwe

El raquis de la pluma representa “el camino recto del creador”, dijo Valerie. “Todas las barbillas que se desprenden son los distintos caminos que puedes tomar. Ese sendero principal es el que debemos seguir”.

Valerie Ross Zhaawendaagozikwe, de 26 años, es técnica en un centro de rehabilitación en Minnesota. Su adicción nació de la angustia que le causó el encarcelamiento de su primer amor a los 17.

“Recurrí a la bebida y pensé: ‘Esta es la única manera en que me desharé del dolor’”, relató. Su hermana menor ya estaba usando analgésicos controlados y heroína, y pronto Valerie también lo hacía.

“Muchas personas indígenas sufren traumas persistentes”, dijo. En efecto, algunos expertos han dicho que la adicción a la heroína es producto de una “infancia destrozada” porque, de acuerdo con un estudio, por lo menos el 90 por ciento de las personas que se vuelven adictas han tenido experiencias traumáticas tempranas. “Es como una herida profunda que no comprendemos”, comentó.

Zhaawendaagozikwe, miembro de la tribu india Muckleshoot, dijo que sufrió abusos sexuales cuando era niña. Los opioides la hicieron sentir invencible. “Me quitaron todos los sentimientos negativos y los remplazaron con euforia”.

De los 22 a los 24 años, Valerie intentó entrar en tratamiento por lo menos veinte veces; sufrió cerca de nueve sobredosis. Durante la última, estuvo ciega brevemente, lo cual la aterró. Probó un tratamiento convencional, pero no funcionó y regresó a sus raíces para rehabilitarse.

Comenzó a asistir a ceremonias nativoestadounidenses y a orar usando pipas ceremoniales y tabaco. “Trato de decirle a la gente que, si aprendes esas canciones y usas un instrumento de percusión, puedes cambiar tu mentalidad y la manera en que te sientes”, comentó.

En una ceremonia conoció al hombre que se convirtió en su pareja y poco después se embarazó. “Si no tuviera a mi hijo, no estoy segura de cuán lejos habría llegado”, concluyó.

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Tino Fuentes

“Aunque ya no me drogo, conozco todas las etapas por las que pasan las personas que lo hacen”. Las tiras reactivas, dijo, le dan a la gente “el poder de tomar decisiones”.

Tino Fuentes, de 55 años, creció en la ciudad de Nueva York; tiene ascendencia puertorriqueña y cubana. A los 6 años, encontró en el baño a su tío, quien había sufrido una sobredosis. Tenía una aguja enterrada en el brazo. En primer grado, un profesor le dijo que no se molestara en hacer la tarea porque de grande solo sería un “lavaplatos o conserje”.

A edad temprana comenzó a vender y consumir marihuana y cocaína. Ascendió en la jerarquía del narcotráfico hasta dirigir esquinas en el Lower East Side, el Bronx y Brooklyn; mientras tanto se volvió adicto a la heroína. Sin embargo, en la década de 1980, la policía impuso mano dura contra la venta de drogas en las calles, y Fuentes se mudó a Florida para evitar que lo atraparan. Poco a poco, dejó de vender y consumir.

Dejó de usar heroína en algún momento de los noventa gracias a la metadona y la buprenorfina que le compró a un amigo, y después también dejó esas sustancias gradualmente.

Cuando supo por primera vez que estaban distribuyendo agujas limpias para evitar el contagio de VIH, no lo creyó y fue a presenciarlo él mismo. Pronto, se volvió voluntario y después obtuvo un empleo en un centro de intercambio de agujas. Actualmente, ayuda a que la gente haga análisis de heroína para detectar la presencia de fentanilo: las investigaciones sugieren que las personas toman más precauciones si saben que hay fentanilo o sus derivados en lo que consumen.

“Solo porque consumas drogas no significa que debas morir”, comentó.

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Maia Szalavitz es autora de Unbroken Brain: A Revolutionary New Way of Understanding Addiction.

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