Sin bandas y a lo loco

El laicismo necesita celebrar un concilio. Urge que suavice sus estrictas exigencias o de lo contrario no va a haber una liturgia más severa que la del estricto cumplimiento de los dogmas laicos. Lo vimos el pasado miércoles en Huesca, donde para que un alcalde pudiera quedar bien con sus socios de gobierno pese a ir a misa, se ha necesitado la intervención excul-patoria de la archivera, que tras la confesión del alcalde anunciando su intención de acudir a la misa por San Lorenzo absolvió al primer edil, imponiéndole como penitencia no ser alcalde durante los cuarenta minutos de misa y escenificarlo despojándose de su roja banda. La absolución llegó en forma de peculiar interpretación de lo que es una misa por San Lorenzo: un acto tradicional más que religioso.

No hay nada más cursi que el romanticismo práctico, la artificiosa combinación de lo ya conocido con lo exótico. Exótico y algo esperpéntico es interpretar que la misa por un santo es un acto más popular y tradicional que religioso. Como si lo religioso excluyera a lo popular o viceversa. Extravagante es invocar la tradición como coartada para que un alcalde pueda acudir a una misa sin ofender a sus minoritarios socios municipales.

En Huesca ha habido alcaldes y alcaldesas republicanos y monárquicos, socialistas y populares, de izquierdas y de derechas, del Barcelona y del Madrid, con el único denominador común de su tradicional asistencia a la misa por San Lorenzo. Es decir, lo tradicional en los archivos municipales y fuera de ellos era precisamente acudir como alcalde a misa.

Ocurre que el laicismo adopta una rígida impostura, cuando en el fondo de lo que se trata es de ser gregario de un ateísmo anticlerical, algo que no tiene nada que ver con la verdadera laicidad. En las relaciones humanas de cualquier tipo, amorosas, familiares e incluso políticas, no hay ingrediente más dañino que el de la esperpentización de las cosas normales. Las relaciones o son naturales o no lo son. Si es cierto que un hombre por mera maldad puede disfrutar poniendo una bomba en una estación de tren o mutilando a un ciempiés, un filósofo religioso podrá llegar a dos conclusiones: o negar la existencia de Dios, como hacen los ateos; o negar la intervención de Dios en un acto humano provisto de libre albedrío, como hacen los cristianos. Al parecer, el nuevo laicismo militante, tras beber en las profundas corrientes filosóficas de un expediente administrativo, prefiere negar la existencia del tren y del ciempiés.

La tradición es la elección histórica de una ciudad que, como Huesca, lleva siglos en procesión venerando a un santo. La tradición es que el alcalde sea alcalde incluso si va a misa. La tradición es libertad. Y si realmente el alcalde no quiere acudir a un acto religioso, lo normal es que no acuda.

Si al año que viene vuelve a repetirse el esperpento sería conveniente que, puesto que el alcalde y algunos concejales dejan de serlo en cuanto traspasan el umbral de una iglesia para volver a recuperar su municipal condición a la salida del templo, alguien comunique la baja en la Seguridad Social a la entrada y vuelva a darlos de alta a la salida. Al fin y al cabo, para la popular tradición malpensante de la ciudadanía, lo que de verdad imprime carácter sacramental en un cargo público es el sueldo.

Víctor M. Serrano Entío, abogado.

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