Sin lugar para los jóvenes (y las mujeres)

En los últimos 20 años, alrededor de medio millón de italianos de entre 18 y 39 años de edad emigraron, especialmente a países de la Unión Europea económicamente más dinámicos, como Alemania, Francia y el Reino Unido. Y son solo las cifras oficiales; es probable que el número real sea mucho mayor, tal vez más del doble. ¿Por qué se van los jóvenes italianos?

No es por falta de representación política. Desde 2013, la proporción de parlamentarios italianos de menos de 40 años aumentó del 7% al 13%. Además, Italia tiene uno de los gobiernos más jóvenes de los países avanzados (solo la supera Francia). Y Matteo Renzi (41) es el primer ministro más joven de la historia de Italia.

Sin embargo, los jóvenes italianos siguen profundamente insatisfechos con el estado de su país y con las oportunidades económicas que ofrece. A pesar de la promesa de Renzi de implementar reformas para rejuvenecer la economía y las instituciones del país (plataforma con la que ganó las elecciones en 2014), desde entonces se han ido unos 90 000 italianos de menos de 40.

El mensaje de Renzi, por más elaborado y optimista que sea, no puede ocultar la dura realidad económica de la Italia de hoy. Lo más preocupante es que el desempleo juvenil se mantiene en 39%, una de las cifras más altas de la UE y muy por encima del promedio del bloque, que es 20%. Corregir el desempleo juvenil estructural será difícil, porque un 26% de los menores de 30 años no estudian, trabajan ni reciben alguna capacitación (el segundo mayor porcentaje de la UE, solo superado por Grecia).

Incluso para quienes tienen empleo hay motivos de descontento. Según Eurostat, los jóvenes italianos están entre los más insatisfechos con sus trabajos; muchos están convencidos de que los mejores empleos están reservados para quienes tienen buenas conexiones. Y en los hechos, la corrupción sigue siendo un importante problema en Italia; los dos últimos alcaldes de Roma, por ejemplo, perdieron su puesto en medio de escándalos por malversación. El año pasado, en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparency International, Italia terminó en el lugar 61, el peor de todas las economías avanzadas.

Para colmo de males, la economía italiana lleva años estancada. Es cierto que sigue siendo la octava economía del mundo, con un ingreso anual per cápita de unos 26 000 euros (29 300 dólares) y una tasa bruta de ahorro relativamente alta, igual al 18% del PIB. Pero de 2000 a 2015, el PIB real se redujo ligeramente y el ingreso per cápita real cayó un 0,5%. El período 2012‑2014 fue especialmente difícil, con una recesión profunda y prolongada que dio lugar a una caída de 2,1% del PIB real y 4,3% del ingreso real per cápita.

No es raro entonces que muchos jóvenes prefieran emigrar a quedarse en Italia desempleados o subempleados y depender del sostén familiar. Claro que algunos terminan en empleos precarios o insatisfactorios en el extranjero. Pero para los más capacitados y cualificados, las oportunidades de hacer carrera en su vocación son considerablemente mayores en el extranjero que en Italia.

Previsiblemente, los italianos mejor calificados son mayoría entre los que se van. Esta tendencia empezó a fines de los ochenta, con doctores e investigadores que no hallaban lugar en las universidades locales (hiperjerárquicas, proclives a la corrupción y escasas de fondos). Luego los imitaron muchos otros profesionales, desde médicos y personal sanitario hasta bibliotecarios y especialistas en software.

Hasta cierto punto, esta tendencia se compensa por la inmigración: por cada italiano que se va, llegan (oficialmente) tres inmigrantes. Este flujo de extranjeros (poco más de cinco millones de personas, el 8,3% de la población) es un hecho positivo para el balance demográfico del país. Italia no solo tiene la población más anciana de la UE después de Alemania: 1,5 personas de más de 65 años por cada una de menos de 15; además su tasa de fertilidad (1,35 hijos por mujer) es una de las más bajas del mundo, casi a la par de Japón.

Pero la limitada oferta de empleos cualificados en Italia en comparación con otros países avanzados de la UE también influye sobre los flujos migratorios. El 30% de los trabajadores extranjeros dicen estar demasiado calificados para el trabajo que realizan: Italia está perdiendo su atractivo, especialmente para los profesionales capacitados. Por ello, desde 2007 el ingreso anual de inmigrantes se redujo a la mitad, mientras que se triplicó la cantidad de emigrantes.

Los que se quedan en Italia (tanto italianos como extranjeros) tienden a ser los menos capacitados. Alrededor del 41% de la población italiana tiene solamente educación básica, proporción considerablemente mayor que en la mayoría de los otros países europeos (a excepción de Portugal, Malta y España). Además, el 17% de la población italiana abandona los estudios prematuramente, y solo el 22% de los jóvenes reciben educación terciaria.

La buena noticia es que Italia, junto con sus socios de la UE, ya se comprometió a mejorar estas cifras. La estrategia de crecimiento Europa 2020 de la Comisión Europea, que apunta a la creación de una “economía inteligente, sostenible e integradora”, propone como meta para 2020 que los países reduzcan el porcentaje de abandono escolar a menos del 10% y garanticen que al menos el 40% de las personas de entre 30 y 34 años tengan estudios superiores completos.

Pero estas metas son solo un aspecto de una estrategia eficaz para revitalizar la economía italiana y su capacidad de atraer a los mejores profesionales. El gobierno de Italia también debe cumplir su promesa de seguir flexibilizando el mercado laboral y combatir la corrupción (incluido el nepotismo). Pero las reformas serán difíciles de implementar con una economía mundial desacelerada y una herencia de larga recesión. Lo menos que puede decirse es que llevarán tiempo.

Entretanto, los jóvenes italianos seguirán buscándose un futuro en otros países. Ni siquiera un primer ministro joven y optimista puede convencerlos de quedarse.

Paola Subacchi is Research Director of International Economics at Chatham House and Professor of Economics at the University of Bologna. Traducción: Esteban Flamini

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *