Sin motivos para el optimismo

Encerrado en mi coche, escucho los programas matutinos de radio. Paso de una emisora a otra. Para recorrer un trayecto de veinte kilómetros estoy una hora y cuarto. Es el embotellamiento diario de la ronda Litoral de Barcelona durante las horas punta que después prosigue por la autovía C-58, en dirección a Sabadell y Terrassa. Aunque da igual la dirección que se emprenda: también en lentísimas colas los automóviles van entrando en Barcelona, también están atascados quienes intentan acceder a la ciudad procedentes del Maresme. La radio informa que hay paros intermitentes en las vías de entrada a Barcelona por el sur y advierte del atolladero que se ha producido en el túnel de Vallvidrera. En fin, el habitual pequeño drama de cada día, las mil dificultades de los barceloneses metropolitanos para llegar puntualmente al trabajo por las mañanas y volver a casa por las tardes.

¡Una hora y cuarto para veinte kilómetros! ¡Montado en el AVE casi habría llegado a Zaragoza!

Era el martes pasado por la mañana, el día después del segundo debate Zapatero-Rajoy. Me pregunto qué pensarán los sufridos automovilistas que resignadamente hacen cada día el mismo trayecto y se encuentran con semejantes dificultades, qué pensarán del debate de la noche anterior, de nuestros políticos y de la política, ¿irán a votar el próximo domingo?, ¿cómo influirá en su voto este penoso vía crucis diario? En una valla publicitaria el PSC se proclama representante de la Catalunya optimista. Caramba, caramba. Osea que esto existe. ¿Hay motivos para el optimismo?

Motivado por la situación en que me encuentro, cavilo sobre nuestras infraestructuras. Hoy todos parecen estar preocupados por el tema: no hay buenas infraestructuras porque no ha habido inversiones suficientes. Quizás. Ahora bien, me acuerdo de los tiempos pasados, de los tiempos en que CiU reinaba felizmente en Catalunya. Nunca las infraestructuras fueron una prioridad. Entonces no se hablaba de autovías, ni de ferrocarriles, ni de aeropuertos, ni de energía, ni de agua. Se hablaba siempre de algo mucho más importante: de Catalunya.

Sí, se hablaba siempre de nuestra identidad y de los peligros que la amenazaban, de aumentar la autonomía y obtener mayores cotas de autogobierno, de obtener más traspasos de competencias, de alcanzar finalmente la soberanía, de permanecer fieles a nuestra historia milenaria, del definitivo encaje en España. Identidad, autogobierno, encaje: misteriosas palabras, metafísica y teología. Se trataba de un amor a Catalunya que, en definitiva, no era más que ambición de poder. ¿Poder para qué? Para obtener todavía más poder, hasta poseerlo al completo, sin límite alguno. Estas eran las preocupaciones. Lo importante era el ser, no el existir. Pensar en las infraestructuras era una vulgaridad indigna. Aún Jordi Pujol, en esta campaña, va repitiendo que lo más urgente del momento es recuperar "nuestra" dignidad, hoy por lo visto perdida.

Pero vinieron sus adversarios, formaron el primer gobierno tripartito, hubiera sido normal que las cosas cambiaran. Pues no: empeoraron. En lugar de preocuparse el nuevo Govern de los problemas reales de los catalanes comenzó la pesadilla del nuevo Estatut, cuya principal finalidad era idéntica a los objetivos de la etapa anterior: reforzar la identidad, obtener, cómo no, más poder para Catalunya, alcanzar mayores cotas de autogobierno y llevar a cabo un nuevo pacto con España que resolviera el famoso y enigmático encaje. Se aprobó el Estatut con besos y abrazos, hay fotografías que lo muestran. Pero siguen los mismos problemas, agravados por el paso del tiempo. Entre ellos, las infraestructuras. Tras casi cinco años de tripartito, estos problemas siguen sin perspectivas de solución.

Todo ello lo recordaba el oportuno y certero editorial de La Vanguardia del domingo pasado: no hay acuerdo en el Govern sobre el cuarto cinturón, ni sobre la línea de alta tensión con Francia, ni por dónde debe pasar el AVE en su travesía por Barcelona, ni sobre la reforma de la enseñanza secundaria. No se hizo el trasvase del Ebro y ahora hay que ir a buscar el agua a Almería. El Govern Montilla, más sosegado que el anterior, es igualmente ineficaz: paralizado por sus contradicciones internas, consciente de que el nuevo Estatut no sirve para nada, puro humo y tiempo perdido, como era evidente desde el primer día, ni es capaz de llevar adelante los proyectos en marcha ni menos todavía lo será de emprender nuevos proyectos. El AVE ha llegado a Barcelona y falta poco más de un año para que la nueva terminal del aeropuerto - de hecho, un nuevo aeropuerto- esté finalizada, proyectos ambos del Estado, por cierto, aprobados bajo gobiernos del vilipendiado Partido Popular. Pero nada más.

Mientras, cada vez más atascos en las entradas y salidas de Barcelona. Atascos que polucionan mucho más el medio ambiente que exceder los 80 km/ h de velocidad, esa ingenua y piadosa prohibición, una medida cuya efectividad me recuerda a aquel famoso papel de plata de los envoltorios de chocolate que recogíamos de pequeños para remediar el hambre del Tercer Mundo. No, por el momento, el actual Govern no da motivo alguno para el optimismo.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.