Sin paz ni democracia

El viaje del presidente Bush por Oriente Próximo, el primero en sus siete años de presidencia, concluyó en Egipto en medio de una gran confusión y un estallido de violencia. El atentado de los talibanes en un hotel de Kabul, el ataque fallido contra un automóvil de la embajada estadounidense en Beirut y, sobre todo, la sangrienta incursión del Ejército israelí en Gaza resaltaron tanto la endémica situación torcida como el fiasco de todos los esfuerzos diplomáticos por enderezarla. El mismo escenario devastado, cruel y luctuoso que nunca cambia.

El "tour del emperador", como lo denomina un comentarista árabe en el londinense Al Hayat, tuvo un carácter promocional y solo ha servido para rebajar incluso las escasas expectativas levantadas por la conferencia de Annápolis, en noviembre último, y encerrar a los palestinos en sus reductos miserables, entre la cada día más debilitada Autoridad Palestina en Cisjordania y la pesadilla islamista de Gaza, segregados de Israel por un muro infamante y vigilados en sus menores movimientos por toda la panoplia del Ejército más poderoso de la región.

La pretensión del séquito presidencial de asegurar a los estados árabes su voluntad de cambio en la región no resistió la prueba de los hechos. Igual ocurrió con la retórica exhibida. Bush ha sido el primer presidente norteamericano en llamar por su nombre a la ocupación israelí iniciada en 1967 y solicitar su final, pero la osadía verbal llega con enorme retraso y sin efectos tangibles sobre la desesperación. Las bases del Estado palestino han sido formuladas con calculada vaguedad y supeditadas por completo a las exigencias de seguridad de Israel, lo que sería lógico si la falta de progresos no alimentara la violencia.

En manos del poder extremista de Hamás, que no se inquieta por la vida de sus habitantes y piensa que "cuanto peor, mejor", la superpoblada franja de Gaza se convierte en un Vietnam simbólico, castigada con unos bombardeos terroríficos que no detienen el lanzamiento de cohetes artesanales ni alumbran una transacción. Pero la buena conciencia ante la carnicería permanece inalterable y no se espera una revuelta de la opinión israelí como la norteamericana contra el presidente Lyndon Johnson en 1967-1968. Lo único reseñable es que un partido de proclividades fascistas abandona el Gobierno israelí para protestar por los tratos con los palestinos.

En el otro frente, el de la amenaza nuclear de Irán, y pese al incidente naval en el estrecho de Ormuz entre la flota norteamericana y las lanchas iranís, Bush se topó con la indiferencia o la cautela de sus anfitriones, los jeques del petróleo, menos inquietos por el expansionismo de Teherán que por la voluntad de alejar de la región el espectro de una guerra. El príncipe Saud al Faisal, ministro de Exteriores, se mostró arrogante ante las presiones: "Irán siempre será un amigo, un socio y un vecino de la región árabe".

En los lujosos palacios del golfo Arábigo prevaleció el escepticismo ante la capacidad de EEUU y de un presidente en el ocaso para que la crisis evolucione. Todo se redujo a la venta de armas a Arabia Saudí (20.000 millones de dólares), aunque menor que el regalo para los israelís (30.000 millones), y una patética petición de Bush al rey Abdalá para que este influya en la rebaja del precio del petróleo y evite la recesión en el mundo atlántico. Los árabes en general piensan que el enemigo es Israel, no Irán, mientras el máximo líder iraní, el ayatolá Alí Jamenei, jura que su nación no se postrará.

La bulimia petrolera siempre formó parte de los planes estratégicos y fue más importante que la presunción de expandir la democracia. Las proclamas democratizadoras, estribillo de la cantilena del eje del mal (Irak, Irán, Corea del Norte), compuesto hace ahora seis años, quedaron enterradas en una sarcástica conferencia de prensa del príncipe Saud al Faisal y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice. Cuando un periodista preguntó si el rey y Bush habían tratado acerca de los derechos humanos, el príncipe inquirió: "¿Acerca de qué?" Rice le aclaró: "Los derechos humanos". Y el príncipe volvió a la carga: "¿Derechos humanos?" Y pasó a otra cuestión.

El fracaso de Bush en movilizar a los países del Pérsico contra Teherán se explica por la escasa credibilidad de todos sus retos luego de que los servicios secretos proclamaran en un informe insólito, el 3 de diciembre, que Irán había detenido su programa nuclear militar en el 2003, meses después de la invasión de Irak, aunque es evidente que sigue enriqueciendo uranio y que puede utilizarlo para fabricar la temida bomba. El informe de los espías fue un golpe habilidoso que condiciona la diplomacia, frena la opción militar y desconcierta a los aliados europeos, de manera que muy probablemente Bush legará el terrible embrollo a su sucesor dentro de un año.

La secretaria Rice olvidó su discurso del 2005 en la Universidad Americana de El Cairo, en el que proclamó solemnemente: "Durante 60 años, mi país, EEUU, persiguió la estabilidad a expensas de la democracia, y no logró ni una cosa ni la otra. Ahora tomamos un nuevo camino al respaldar las aspiraciones democráticas del pueblo". El periplo de Bush consagra el retorno a los negocios de siempre, sin paz ni democracia, luego de haber dilapidado 60 años en una guerra interminable.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.