Sin respeto para Líbano

Hace ya más de dos meses que se agrava la crisis libanesa por efecto del peso de la intervención extranjera en sus diversas formas, tal como he analizado en artículos anteriores. Desde el periodo 1840-1860, que conoció una primera desestabilización de Líbano a instancias de la rivalidad franco-inglesa que conmocionaba entonces a Oriente Medio, el país no había vuelto a experimentar como hasta ahora un grado tal de intervención extranjera en sus asuntos internos. Las numerosas y frecuentes declaraciones de dirigentes estadounidenses y europeos constituyen, en realidad, una indudable injerencia en los asuntos internos de Líbano, igual que sus visitas a Beirut para reunirse y apoyar al primer ministro, Fuad Siniora; a estos gestos puede añadirse la reciente celebración de la Conferencia de Ayuda a Líbano para socorrer a este país: se trata de una actividad desbordante e incluso inquietante en torno a Líbano, sumido en una crisis ministerial sin precedentes, en el intento de apuntalar en el poder a un Gobierno que ha perdido su carácter constitucional y su legitimidad.

Recordemos que el factor desencadenante de esta crisis fue la dimisión, el pasado 11 de noviembre del 2006, de los cuatro ministros representantes de la comunidad chií en el consejo de ministros, órgano colegial del poder ejecutivo según la Constitución libanesa, además de la dimisión de uno de los dos ministros representantes de la comunidad cristiana ortodoxa. Es menester recordar aquí que ningún gobierno libanés había ejercido sus funciones desde la independencia hasta el momento presente sin que todas comunidades históricas estuvieran representadas en su seno. Numerosos ministros que, de acuerdo con las previsiones constitucionales, han ejercido su cargo siendo suníes han dimitido en el pasado debido a diversas tensiones o dificultades políticas de mucho menor rango y entidad que la que afecta a Líbano en la actualidad. Muchos gobiernos dimiten a lo largo y ancho del mundo, sea porque cuentan con una base exigua y frágil, sea porque distintos movimientos o grupos de oposición y huelgas paralizan la vida del país como así sucedió en el caso del gobierno de Alain Juppé en 1995 en Francia en 1995, por citar sólo un ejemplo. Se considera asimismo normal que, en tales circunstancias, se convoquen elecciones anticipadas a fin de recomponer un paisaje político superado por nuevos acontecimientos.

Sin embargo, y desde hace varios meses en el caso de Líbano, la intervención occidental consiste en líneas generales en dificultar o entorpecer la dimisión del Gobierno libanés actual, ya sea para dar paso a un gobierno de unión nacional en cuyo seno los partidos de oposición (cristiana y musulmana) participarían de forma sustancial, ya sea para dar paso a un gobierno de transición que convocaría nuevos comicios tras la aprobación de una ley electoral más justa que la del 2005 con arreglo a la cual se ha constituido el Parlamento actual. Una u otra de tales opciones permitiría reconducir la vida del país por el sendero de la normalidad y disipar las temibles tensiones que acechan al país desde el ataque israelí del verano pasado. Resulta curioso constatar, por lo demás, que los mismos países que predican la instauración de la democracia y el Estado de derecho en Oriente Medio sean tan negligentes a la hora de ponerla en práctica dependiendo de eventuales amenazas sobre sus intereses estratégicos.

¿A qué factor o conjunción de factores puede obedecer, por tanto, que tan numerosos países democráticos no quieran respetar las reglas del Estado de derecho en Líbano, sumiendo a este pequeño país en una importante crisis de Gobierno? La primera hipótesis que acude a la mente se refiere a una toma del poder por parte de Hizbulah y, tras él, de la comunidad chií y por tanto, a ojos occidentales, a una mayor influencia de Irán sobre Líbano. Pero, si tal fuera el caso, ello significaría que los líderes occidentales pasan por alto el hecho de que la popularidad y la influencia política de Hizbulah en Líbano proceden en menor medida de su relación con Irán que de la admiración concitada por su operación de liberación, en mayo del 2000, del sur de Líbano tras 22 años de ocupación israelí, como también de la repulsa general libanesa de la violenta actitud israelí contra Líbano el verano pasado, actitud que se inscribe en una larga serie de operaciones militares israelíes desde 1968 y de violaciones constantes de la soberanía libanesa.

Su fuerza es también la de sus aliados cristianos (el tan popular Movimiento Patriótico del general Michel Aoun que tanto hizo por sacar a Siria de Líbano) y suníes (antiguos movimientos naseristas de Saida y Beirut así como salafistas de Trípoli) además de otros pequeños partidos. ¿Se empujará pues a Líbano a la guerra civil sobre una idea errónea y un conocimiento defectuoso de la complejidad política y comunitaria del país donde nunca una comunidad religiosa ha podido hacerse con el poder de modo exclusivo en detrimento del resto de las comunidades? Lo intentó el partido falangista cristiano en 1982 al hilo de la invasión israelí de aquel año y con el pleno respaldo de los países occidentales, de lo que resultó un rebrote espectacular de la guerra interna libanesa. Estos países, al sostener contra viento y marea al actual primer ministro libanés, ¿no están incurriendo en el mismo error que en 1982 cuando sus soldados presentes también en Líbano en aquella época pagaron un duro tributo?

Otra hipótesis que cabe formular - y más preocupante- es la relativa a una política occidental aún más agresiva con respecto a Líbano, que consiste en empujar al país a un proceso de iraquización en medio de la oposición violenta entre suníes y chiíes libaneses. El proceso en cuestión permitiría debilitar considerablemente a Hizbulah y empañar su imagen, lo que facilitaría una nueva operación israelí destinada a conseguir el desarme y la aniquilación de este partido que tanto inquieta a Israel y a Estados Unidos y a restablecer el prestigio tan mermado de las fuerzas armadas israelíes tras la guerra del verano pasado.

Como puede comprobarse, los parámetros constitucionales internos de la crisis libanesa han sido totalmente secuestrados por las potencias occidentales que instrumentalizan de forma creciente a Líbano en la lucha de ámbito regional que opone, por un lado, a Estados Unidos e Israel, y a Irán por el otro, pero que también instrumentalizan a este país en la guerra contra el terrorismo estadounidense en todas direcciones y que para estos dos países citados incluye a Hizbulah libanés y Hamas palestino. ¿No sería hora de que los países miembros de la Unión Europea tomen sus distancias respecto de tales políticas, que no han hecho más que sembrar el caos y el sufrimiento en la región hasta el momento presente, alejando cada vez más las perspectivas de paz y estabilidad?

Georges Corm, ex ministro de Economía de Líbano. Autor de El Líbano contemporáneo. Historia y sociedad, Edicions Bellaterra, Barcelona, 2006. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.