¿Sin salida?

Hace ya más de veinte años, en 1987, se estrenó una película protagonizada, entre otros, por Gene Hackman, Sean Young y por un impresionante Kevin Costner (¿cuántos adolescentes de hoy se llaman Kevin porque sus madres estaban rendidamente seducidas por él?) y que narraba la historia de un brillante oficial de la Marina de Estados Unidos y asignado al Pentágono y que recibe un inquietante encargo: encontrar, en 24 horas, al asesino de la amante del secretario de Defensa norteamericano, sabiendo que, él mismo, ha sido amante de la asesinada. Terrible. La película se titula, como todos ustedes recordarán, Sin salida (No way out).Un maldito embrollo.

Y nunca como ahora, por lo menos desde hace ochenta años - desde 1929-,nos habíamos enfrentado a tamaño lío. Hemos asistido a muchas crisis en el pasado. Inmobiliarias, derivadas de shocks de oferta o de carácter financiero. Pero nunca hemos asistido, de verdad, a la posibilidad, real de que el sistema capitalista se colapsara. Y estuvimos al borde del abismo. En torno al Columbus Day,el sistema financiero internacional pudo perecer y sólo, en el último minuto, los gobiernos y los bancos centrales supieron reaccionar, por una parte, inyectando cantidades descomunales de liquidez al sistema global y, por otra, garantizando ilimitadamente los depósitos. Se salvó la catástrofe en última instancia. Y bien estuvo.

Pero el problema permanece. Hemos visto como la crisis no es de liquidez sino de solvencia de nuestras entidades financieras. Y que, por tanto, queda mucho por hacer. Y que mientras no se resuelva este tema, no vamos a cumplir con la condición necesaria. Y que, mientras tanto, el sector real sufre como nunca. Y la consecuencia es profundamente dramática: el paro. Y ese tema, en nuestro país, es especialmente sangrante. Y ante todo este desastre, todos los gobiernos han hecho todo lo que han podido. Aunque a algunos les costó Dios y ayuda reconocer que había una crisis, primero, y que era de carácter global y muy profunda, después. Perdiendo, desde mi punto de vista, un tiempo precioso. Pero ahora todo eso ya da igual.

Todo el mundo ha reaccionado improvisando. Mediante lo que los estadísticos llaman el método de prueba y error y así ir corrigiendo. Y así se salvó in extremis el colapso del sistema en octubre del año pasado. Así se han ido improvisando todo tipo de planes gubernamentales - el último el plan Geithner, sin la mayor relevancia práctica hoy por hoy-,o se han inyectado descomunales cantidades de liquidez al sistema financiero, sin que eso llegue, significativamente, a la economía real, o se han nacionalizado, o mejor pseudonacionalizado entidades financieras señeras mundialmente. Y, en paralelo, los bancos centrales han propiciado políticas monetarias profundamente expansivas, conscientes, al mismo tiempo, de que la permanencia de esas políticas explica, en buena medida, muchísimas de las cosas que nos están sucediendo.

Y, naturalmente, los gobiernos están acudiendo, masivamente, al gasto público y a la elevación exponencial del endeudamiento. Y todo ello, seguramente inevitable en la actual coyuntura, nos lleva a una reflexión elemental: Hemos aumentado brutalmente los déficits públicos, hemos incrementado el endeudamiento público y privado hasta límites impensables hace pocos años, hemos - el Banco Central Europeo-aplicado políticas monetarias brutalmente expansivas y, encima, hemos entrado en una dinámica, que en España tiene aún un largo recorrido (y en Catalunya, especialmente) de concentración del sector financiero y de evidente asunción de riesgos societarios y patrimoniales por parte de los poderes públicos centrales y, especialmente, regionales y municipales.

Todo ello es un mal asunto. Y es verdad indiscutible que ante situaciones dramáticas las respuestas deben ser también dramáticas y, sobre todo, ágiles. Y, quiero insistir, los gobiernos han hecho lo que han podido. Y han salvado al mundo del colapso. Que no es poco. Y han hecho muchísimo más, sobre todo en términos de política fiscal, tributaria y presupuestaria. Y los bancos centrales, en especial el Banco Central Europeo, han implementado políticas intrínsecamente expansivas, porque, probablemente, no había más remedio.

Dejémoslo ahí. No vamos a hablar, pues, de las respuestas inmediatas y urgentes a una crisis global sin precedentes. E insisto en que, más allá de improvisaciones, frivolidades y cierto candor, se ha hecho lo que se ha podido. Y eso significa que hemos entrado en la senda de los desequilibrios presupuestarios y en la del mayor intervencionismo público en nuestras entidades financieras. No voy a hablar más, hoy, de este tema. Tiempo habrá.

Pero sí quisiera hablar de las salidas posteriores a los caminos que, inevitable y arriesgadamente, estamos siguiendo.

Parece inevitable incurrir en enormes déficits públicos a corto plazo. Bien. Pero ¿podremos presentar, de manera convincente, un plan de recuperación de la senda de la estabilidad presupuestaria en un horizonte temporal creíble? Para eso, hace falta una estrategia de salida de la actual situación. ¿La conocemos? Evidentemente, aún no.

Parece también inevitable la política fuertemente expansiva de la oferta monetaria del Banco Central Europeo. Pero ¿sabemos anticipar cuál va a ser, de verdad, la política de esta nueva, y poderosa, autoridad económica?

¿Y sabemos qué va a pasar con los posicionamientos accionariales de matriz pública en nuestras entidades financieras?

Bien. Vamos a dejarlo, de momento, ahí. Porque no sabemos qué va a pasar.

Porque, más allá de la coyuntura y de superar los momentos más críticos, lo importante es, además de sobrevivir, saber de antemano cuáles son las estrategias de salida de los líos que, inevitablemente, hemos tenido que afrontar.

Sintetizo: ¿qué hacer con las políticas macroeconómicas más o menos ortodoxas, tanto desde el punto de vista monetario como fiscal? ¿Qué hacer con las reformas estructurales?

Porque nada de lo que se está haciendo hoy es sostenible.

Y lo primero es ponerse de acuerdo en el concepto de sostenibilidad. Si no, no puede haber salida. Ojalá reservemos la expresión que da título a este artículo a la película. Ojalá.

Josep Piqué, economista y ex ministro.