Siniestro total

No hay que conjugar ya los verbos pesimistas en futuro. Las probabilidades son hoy certezas. El manido “choque de trenes” se produjo ayer con ocasión de la Diada. La política española -incluida la catalana por si hubiese dudas- registró hace apenas unas horas un siniestro total, es decir, una avería catastrófica que no por prevista impactó menos -y seguirá impactando- en todos los ámbitos sociales, económicos y mediáticos del país y de nuestro entorno internacional. La reivindicación de la consulta se desvistió de eufemismos y lo fue en realidad, lisa y llanamente, de la independencia de Catalunya. No es que no se supiera, pero los acontecimientos de ayer y de la víspera en la conmemoración del tricentenario de 1714, adquirieron una significación explícita desde una contemplación externa a Catalunya. Si había dudas, quedaron despejadas.

Porque si las dimensiones de la concentración ciudadana en Barcelona resultaron tan enormes como se esperaba, los simbolismos casi rituales a los que recurrieron las instituciones catalanas y sus titulares tampoco dejaron margen a una hermenéutica ambigua. Basta conocer someramente la historia catalana y española para valorar lo que quiso expresar la presencia del president de la Generalitat en el Fossar de les Moreres la tarde-noche del día 10, luego en la Llotja de Mar y sus palabras en el posterior mensaje institucional. Actos protagónicos sobre el tradicional y más inocuo -por reiterado en su interpretación política, antaño no secesionista- homenaje a Rafael Casanova, que hicieron que hasta las pautas gestuales de las diadas tradicionales saltasen por los aires.

La Catalunya oficial superó así las convenciones simbólicas del anterior catalanismo enviando mensajes sobre su propia nueva funcionalidad: no sólo la centralidad intangible habría pasado del nacionalismo al independentismo de la mano de esta Convergència Democràtica de Catalunya en trance de refundación. Además, sus escenarios son los martiriales que legitimarían la causa y esos no están en las avenidas ni en el frágil relato sobre la determinación patriótica de la autoridad que hace trescientos años rindió la plaza condal a las huestes de Felipe V, sino en el Born, un emplazamiento que remite a la épica que requiere la orquestación de una jornada como la de ayer.

Primero fue lo simbólico y luego la expresión material. Michael Ignatieff en su último ensayo titulado Fuego y cenizas escribe unas afirmaciones sugestivas: “la política es algo muy físico”, y también que “en la política el verdadero mensaje es el físico”. Tiene razón el canadiense; lo es. Y los simbolismos del atardecer de la víspera de la Diada alcanzaron todos sus efectos cuando la ciudadanía los corporizó. De forma tal que el secesionismo catalán compuso ayer su demostración de fuerza.

Consumado el siniestro -ni en la Generalitat ni en el Gobierno hay margen de maniobra para algo diferente a una espera preocupada y preocupante sobre los arrestos insurreccionales que puedan incendiar el 9-N y días posteriores-, habrá que recoger a las víctimas e identificarlas. Y luego urdir una larga negociación con los sobrevivientes -cambiará el elenco catalán y, quizás, pero en menor medida, también el madrileño- para que llegue algún momento en el que España no sólo tenga problemas como los otros países, sino también soluciones efectivas y sus naturales -sean catalanes o de otros lares- puedan entonar, como el reiterado Ignatieff cuenta en el relato de su fracasada experiencia política, la consigna canadiense de tous ensemble. El “todos juntos” es posible, pero no lo es ahora, ni lo será en un tiempo que se nos hará largo.

El sprint secesionista ha sido agotador y le ha obligado a un esfuerzo estresante que, seguramente, le ha dejado más exhausto de lo que sus dirigentes pueden suponer en estas horas en las que la adrenalina -la épica y la malhumorada, según en qué lado se sitúe cada cual- sigue en niveles muy altos. El independentismo ha de hacer un arqueo de daños en Catalunya -la Diada de Tarragona y los ciudadanos silentes- y el Gobierno, el PP y el PSOE, otro parecido. Hay una España que se está yendo a través del mutis de sus protagonistas estelares y la aluminosis de sus contrafuertes y otra que, impaciente, está llegando. Tras el siniestro, en ese tránsito, estará la oportunidad. Pero insisto, habrá que esperar.

José Antonio Zarzalejos

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