Síntomas y causas del fracaso de la enseñanza media

Por Antonio Fernández-Rañada, catedrático de Física de la Universidad Complutense de Madrid (EL MUNDO, 09/09/04):

A veces los políticos españoles tienden a enrocarse en sus posiciones ideológicas, olvidando un tanto los datos reales de los problemas.Se explica así que algunas leyes muy estudiadas y debatidas acaben fracasando por falta de sentido de la realidad. La educación es un ejemplo muy claro.

Tomemos la enseñanza media, sobre la que vemos enfrentarse a posturas agresivas e irreconciliables. Es normal que existan diferencias marcadas sobre cuestiones ideológicas: eso ocurre siempre en la democracia. Pero se entiende menos que, tras tantos debates, polémicas y rifirrafes, no se haya llegado a acuerdos sobre cuestiones técnicas, en las que cabría esperar alguna convergencia.Eso es grave, pues la mayor facilidad de entenderse sobre temas prácticos puede servir para acercar las posturas, pero procediendo como se suele hacer en este tema todo se confunde y emborrona.Por ejemplo, ¿cómo vamos a tomar decisiones sobre educación, sin saber primero si la que reciben los jóvenes en España es buena, regular o mala? Pues, por mucho que esto sorprenda, da la impresión de que casi nadie lo sabe a ciencia cierta: abundan los pronunciamientos radicales, pero escasean clamorosamente los argumentos y los análisis del problema. No parece haber interés por los datos objetivos. Y sin embargo, los hay.

Para encontrarlos basta con hacer algo muy sencillo: compararnos con los otros países. En ajedrez, baloncesto o atletismo, se examinan los resultados del equipo nacional o de nuestros representantes en los grandes campeonatos o en los Juegos Olímpicos y se sacan conclusiones. Nadie diría de un país que es bueno en fútbol si queda siempre en los últimos lugares de Europa o del mundo. Pues lo mismo puede hacerse aquí, al menos en Ciencias, pues España participa todos los años en las Olimpiadas Científicas, algunas ya con larga tradición internacional, en las que compiten estudiantes del final de la enseñanza media. Conviene advertir que, a pesar de su nombre, no tienen nada en común con la alta competición deportiva. No son certámenes para pitagorines. Los ejercicios que se plantean se sacan de los programas habituales en la enseñanza media de todo el mundo, de modo que a todos se les debería haber explicado. Con la única excepción de China, los participantes no estudian en colegios especiales, sino que pueden venir de cualquier centro de enseñanza. Precisamente por eso, muchos países las usan como piedra de toque para medir la eficacia de su sistema educativo. ¿Por qué no se hace así en España?

¿Cómo quedan en ellas nuestros estudiantes? Pues muy mal. Según un informe de la Sociedad Española de Matemáticas, en el cómputo del sexenio 1998-2003 de las Olimpiadas de esa ciencia, quedamos en el puesto 11 entre 14 países de la UE-15 (Luxemburgo no participó) con 46 puntos frente a 122 de Alemania, 106 de Reino Unido o 90 de Francia. En la de 2003 nos clasificamos en el puesto 22 entre 40 países europeos y en el 46 entre 82 de todo el mundo.Fue ese nuestro mejor año, cuando más nos acercamos a la primera mitad de la tabla mundial, donde nunca conseguimos estar. Nuestros resultados son peores en las otras ciencias. Según informa la Sociedad Española de Física, en el cómputo del decenio 1991-2000 de las Olimpiadas de Física, quedamos en el puesto 34, empatados con Islandia, entre 38 países europeos, y en el 51 entre 60 países de todo el mundo. ¿Se imaginan la conmoción que se produciría si España perdiese en baloncesto con Alemania por 60 a 4 y con Inglaterra por 50 a 4, o si quedásemos en el lugar 34 del campeonato europeo de fútbol? Pues esos son nuestros resultados en Física (ciencia en cuya investigación ocupamos un muy digno nivel internacional), cosa mucho más grave para el futuro de España que fracasar en los campeonatos deportivos. En las Olimpiadas de Química ocurre prácticamente lo mismo: en el septenio 1996-2002, quedamos en el puesto 14 entre 15 países de Europa Occidental, con 14,3 puntos frente a 75 de Alemania, 57,1 del Reino Unido o 56,2 de Francia.En 2003 se iniciaron otras Olimpiadas que abarcan varias ciencias: Biología, Química y Física. Por ahora sólo han participado países de Europa Occidental. Visto lo anterior, no extrañará saber que España quedó en el último lugar en las dos ediciones habidas (2003 y 2004). Como detalle a subrayar, los ocho países orientales que acaban de entrar en la UE nos suelen ganar con gran ventaja.Viene esto a cuento porque crece ahora nuestro temor a su competencia industrial por sus bajos sueldos. Pues resulta que ése no es el único motivo de preocupación: además están mejor preparados.Para un país que se precia de ser la octava o novena potencia industrial del mundo y el quinto de la Unión Europea, no es ésta una situación aceptable.

Por los datos que tengo, nuestro nivel no es muy distinto en Humanidades (evitemos el enfrentamiento entre las ciencias y las letras: no es que sepan poco de las unas porque saben mucho de las otras). La conclusión es inevitable: nuestra enseñanza media funciona muy mal. Los estudiantes no saben de ciencias, leen poco y escriben menos. Con esta premisa, ¿cómo aprenderán a pensar? Parece evidente que es necesario tomar medidas audaces y resueltas sin dilación. Afortunadamente, la esperanza puede estar en los mismos estudiantes, según me indica lo que estoy observando desde primera fila. Llevo varios años explicando un curso de Física general a alumnos que se estrenan en la universidad.Estoy disfrutando de la magnífica experiencia de hablar y escuchar a un porcentaje alto de alumnos llenos de entusiasmo y con muchas ganas de aprender. Pero está claro que les resulta difícil hacerlo: su preparación es baja, ellos lo comprenden bien. Además, están poco acostumbrados al esfuerzo, o sea a luchar por entender las cosas, en comparación con sus antecesores de hace 20 años.

Podemos descartar algunas causas de este desastre. Primero, los profesores son suficientemente buenos como para que los resultados fuesen mucho mejores, pero cuando intentan cambiar las cosas no se ven apoyados por una estructura burocratizada cuya obsesión es evitar todo lo que parezca competitivo. Y sin embargo la educación debe preparar para la vida, que no es ciertamente un jardín plácido.Por otra parte, la selección de candidatos para las Olimpiadas se hace razonablemente bien, igual que en otros países, con una primera fase en cada distrito universitario, seguida de otra nacional, donde se seleccionan los estudiantes que van a las internacionales. Allí acuden acompañados por varios profesores que los aconsejan y estudian las razones de sus resultados.

Algunas son muy claras. Tanto el número de horas como los contenidos mínimos de las enseñanzas básicas, por ejemplo Lengua, Matemáticas y Ciencias, se han reducido notablemente en la última década para dar cabida a materias que forman en actitudes (no en conocimientos), que se deberían inculcar en las familias, cada vez más habituadas a abdicar de esa responsabilidad en favor del sistema educativo.Los alumnos suelen estar ayunos de laboratorio, considerado en todas partes como algo muy importante. Y sobre todo, la valoración del trabajo bien hecho está muy baja, a pesar de los esfuerzos de muchos. Curiosamente, no se suele apreciar algo que es muy evidente: una buena formación intelectual ayuda mucho en la vida.Hablar bien por conocer bien la lengua sirve para entender mejor en todos los órdenes de la vida, tanto en lo profesional como en lo afectivo.

Se oye decir con cierta frecuencia que no importa si los jóvenes no aprenden, lo importante es que sean felices. La falacia de esta opinión es clara, aun prescindiendo del hecho evidente de que un buen sistema educativo debe y puede estimular a los alumnos a sentirse contentos aprendiendo. Garantizar a todos una educación de buena calidad es una función importantísima del Estado, por la simple razón de que sin ella es imposible acercarse siquiera a la igualdad de oportunidades, clave de la justicia social.Si la enseñanza no es buena, como ocurre a menudo ahora, las familias con alto nivel de renta siempre pueden permitirse complementarla con cursos alternativos o adicionales, caros e inalcanzables para las de rentas más bajas.

Es por eso que luchar contra la desigualdad social exige cambiar a fondo nuestra enseñanza, subiendo el nivel de exigencia y ayudando a los muchos profesores que están luchando contra viento y marea, en vez de desanimarlos, como se viene haciendo en las últimas dos décadas. Por eso sorprende que sean los partidos de izquierdas los que más se oponen a ello, cuando la situación actual perjudica especialmente a las familias de sus votantes. Si alguien se opone a tomarse más en serio el aprendizaje, piense que el Estado dedica a cada estudiante una buena cantidad de euros cada año. Eso es un derecho intocable, de acuerdo, y debemos defenderlo con toda la fuerza posible, pero es un derecho que lleva aparejado un deber: hacer un buen uso de ese dinero, que es de todos. Por eso es obligación de los poderes públicos controlar el resultado.En segundo lugar, la competencia internacional exige que nuestros profesionales tengan una preparación mejor. Tercero, me temo que los padres no entienden bien la situación real, sin duda negativa para el futuro de sus hijos; si la conocieran pedirían que se les enseñe mejor. A menudo tampoco tienen conciencia de que hay una tarea que les compete a ellos.

Pero la razón más importante para pedir que se acabe con este desastre es que la democracia sólo puede funcionar bien con una opinión pública bien preparada por una buena enseñanza. Y ahí veo que tenemos un problema, pues la polarización de la vida pública española se ahonda, al tiempo que se perciben un aumento de encono social y síntomas inquietantes de la vuelta de las dos Españas, olvidando la actitud pluralista y tolerante generada durante la Transición política. El mejor antídoto contra la subida del odio es un buen conocimiento de la Historia, para no repetir los errores del pasado, por ejemplo. Pero por desgracia se suele explicar de modo somero, sin llegar al siglo XX o contada desde el mito. Como consecuencia, no creo que los estudiantes acaben hoy entendiendo 1a Historia mejor que las Ciencias, y eso me parece preocupante. Cada vez hay más gente con una idea confusa, en el mejor caso, de las razones que nos llevaron al desastre físico y moral de la Guerra Civil de 1936-39. A los estudiantes japoneses los llevan a visitar Hiroshima y su Museo de la Bomba Atómica para que comprendan hasta dónde puede llevar la locura militarista. Recuerdo cuánto me impresionó, durante una estancia allí, ver sus rostros desazonados e inquietos al observar los paneles explicativos. Quizá deberíamos hacer aquí algo parecido, por ejemplo complementando los cursos de Historia con explicaciones sobre el sentido y las razones del terrible y exacto cuadro de Goya Duelo a garrotazos.

¿Qué hacer? La cuestión no es simple, pero algunas cosas están claras: es necesario entender lo que está pasando, dar importancia a lo que de hecho aprenden los estudiantes y cuidar a los profesores.Para ello, y admitiendo la necesidad de reservar su lugar a lo ideológico, es preciso adoptar una actitud más pragmática que permita un acuerdo nacional entre los partidos. Las autoridades de Educación deberían hacer pruebas para determinar realmente el rendimiento del sistema y el resultado de sus decisiones políticas.También hay que acabar con el desánimo entre los docentes, ayudándoles y estimulándoles en vez de ponerles trabas, pues son ellos quienes de verdad pueden arreglar las cosas. Como resumen, me atrevo a sugerir un objetivo: que dentro de 10 años los estudiantes que representen a España en las diversas Olimpiadas Científicas no estén en ninguna de ellas entre los 12 últimos de los cerca de 40 países europeos (sería estupendo que, además, estuviésemos en la primera mitad de alguna). Me parece alcanzable, pero habría que cambiar algunas cosas.