Siria, el fin de un bloqueo injusto

Siria, el fin de un bloqueo injusto

Semanas atrás tomaba fuerza una petición en la plataforma Citizen.go en la que se solicitaba el fin de la sanciones contra Siria decretadas en 2011 por la Unión Europea. En la carta, firmada por los representantes de las distintas iglesias cristianas de Siria, se pedía que se acabase con las medidas tomadas por dicho organismo que, bajo el pretexto de presionar al presidente Bashar al Asad y lograr su dimisión, han llevado al país a la descomposición total, y a quienes aún permanecen en él, a la más absoluta penuria, con independencia del bando al que pertenezcan o, como ocurre con la mayoría, sin haber tomado partido por ninguno de ellos.

Es cierto que hablamos de un país en guerra. Una guerra que dura ya cinco años y que, tras los intentos abortados de alto el fuego, parece no tener fin. Sin embargo, incluso una situación tan dramática como la de un enfrentamiento armado puede empeorarse -como así ha ocurrido- con las medidas tomadas por la UE.

Como entiende cualquiera que haya vivido una guerra civil, aunque sobrevivir a la violencia desatada y a los proyectiles enemigos o propios sea en sí mismo una victoria diaria, lo es también, comer, tener medicamentos, beber agua potable, acceder a los servicios médicos básicos, poder disponer de energía eléctrica (de vez en cuando) y conseguir algún empleo con el que llevar alimento a casa. Porque, a pesar de que gran parte de algunas ciudades, como Alepo, por ejemplo, no sean más que la imagen de la desolación, en lo que queda de sus calles y de sus edificios derruidos sigue habiendo vida, incluso vida que empieza, a pesar de todo.

Las medidas impuestas por la UE contra Siria suponen el embargo del petróleo, el bloqueo de las transacciones financieras y la prohibición de la exportación. Esas medidas con las que se pretendía ahogar la economía del país y forzar a Al Asad a su abdicación sólo han cumplido el primero de sus objetivos: sumir al país en la miseria.

Es cierto que, con respecto al petróleo, los países europeos levantaron parte del embargo en 2013, pero sólo el que procedía de las zonas controladas por la oposición armada y yihadista, con el fin de que dicha oposición no quedase desabastecida, y en ningún caso pensando en las necesidades de la población civil del resto del país.

El bloqueo de las transacciones financieras impide que los sirios que residen en el extranjero desde antes de la guerra puedan enviar dinero a sus familiares. Otro tanto ocurre con las organizaciones no gubernamentales que trabajan en la zona, que no pueden recibir fondos del exterior.

En cuanto el bloqueo de las importaciones, resulta obvio cuáles son las consecuencias para la vida cotidiana de los habitantes de cualquier país, sin necesidad de que la guerra se encargue de privarles de todo. La ausencia de inversiones, la prohibición de los vuelos internacionales y el cierre de embajadas, entre otras medidas, han contribuido al aislamiento de Siria, pero no sólo al de su presidente sino, y eso es lo grave, de sus ciudadanos.

Tras cinco años y 250.000 muertos, un exilio incierto se convierte en la única alternativa para la mayoría de los sirios. Se contabilizan seis millones de refugiados, una cifra que no incluye a aquellos que han pagado con la vida su intento de huir de una muerte más que probable. Esos seis millones, junto con los provenientes de Irak, Afganistán y otras zonas en conflicto, se han convertido en un reto humanitario al que Europa no ha sabido hacer frente, y ante el que ha demostrado una decepcionante falta de criterio común. Una unanimidad de criterio que parece que sí hubo a lo hora de tomar partido en una guerra civil sin conocer demasiado bien a los protagonistas de la difusa oposición al régimen (como ya ocurriera en Libia) y decidir sancionar al dictador, y con él, a todo el país.

Incluso la decisión, tres años después, de levantar parcialmente el embargo para favorecer a una de las partes, ha mostrado la torpeza con la que la Unión Europea se ha metido en un avispero sin medir las consecuencias y, como ya ocurriera con otros conflictos en la región -a día de hoy inconclusos-, sin conocer el terreno.

El drama de los refugiados está enfrentando a Europa a su propia esencia y la crisis humanitaria corre paralela a la crisis de la Unión. Las diferencias entre los Estados miembros a la hora de afrontar el reto que supone la llegada masiva de refugiados, junto con la eclosión de partidos antieuropeístas que han hecho del rechazo al extranjero su principal argumento, no son sino los síntomas de esa crisis.

Sin embargo, en un ejercicio de hipocresía suicida, mientras se discute la política migratoria y se afronta la avalancha de refugiados sin un criterio lógico y común, resulta que los que han decidido permanecer en Siria -esos a los que Europa no va a tener que acoger-, son condenados al hambre y a la falta de lo más elemental debido a unas sanciones injustas que está en la mano de Europa eliminar. Con lo que, si la situación se prolonga (y no sólo por la guerra), es posible que esos sirios condenados al embargo que se han quedado en su país, se acaben sumando a esos millones de desplazados con los que Europa no sabe qué hacer. Resulta absurdo, pero es así.

Cinco años después, la dramática situación que se vive en Siria y las consecuencias directas que ha tenido para los países europeos el conflicto sirio han demostrado que la Unión Europea se equivocó tomando partido y, sobre todo, sancionando a todo un país. Como se pide en la iniciativa ciudadana de Change.org, ya es hora de poner fin a este bloqueo injusto.

Gari Durán es historiadora y exsenadora del Partido Popular.

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