Siria: la muerte de la diplomacia

El fracaso de la primera y segunda rondas de las conversaciones de paz de Ginebra II para cambiar la dinámica del conflicto sirio era inevitable, pero ha ejercido el efecto de subir más el listón tanto en el caso del régimen de El Asad como en el de la oposición, cada uno de los cuales sigue intentando obtener una decisiva ventaja en el campo de batalla. Sus ofensivas de primavera tan anunciadas ya están en sus fases iniciales y la violencia se intensificará y ampliará en las próximas semanas y meses, posiblemente a niveles sin precedentes. No habrá tercera ronda de conversaciones en Ginebra.

Cabe descartar unas negociaciones serias sobre la cuestión durante muchos meses, si es que llegan siquiera a plantearse. Por primera vez desde que el Consejo de Seguridad de la ONU emitió su declaración presidencial del 16 de marzo del 2012, según la cual se adoptó el plan de seis puntos para la paz propuesto por el enviado especial, Kofi Annan, la comunidad internacional no posee un acuerdo marco para resolver la crisis de Siria de forma diplomática. El plan de Annan fue seguido del comunicado de Ginebra I del 30 de junio, en relación con las primera y segunda misiones de Brahimi y, por último, se produjo la iniciativa ruso-estadounidense en mayo del 2013, que condujo a Ginebra II, ahora fracasada.

En parte, ello obedece a que Estados Unidos y Rusia, junto con sus principales homólogos regionales, siguen sin estar dispuestos a ir más allá de sus posiciones básicas sobre lo que una solución política en Siria implicaría de forma concreta, a pesar de compartir grandes preocupaciones por la amenaza yihadista y por los riesgos de la fragmentación en Siria con la incidencia correspondiente sobre sus países vecinos. Esto significa que la estructura fundamental de incentivos para los protagonistas sirios no va a cambiar, aun cuando la mayoría reconoce las limitaciones de confiar principalmente en una alteración del equilibrio militar.

Existe una reveladora analogía histórica con la conferencia de paz internacional convocada en Ginebra por Estados Unidos y la predecesora de Rusia, la Unión Soviética, tras la guerra árabe- israelí de 1973 . Las superpotencias coincidieron en la importancia de resolver el conflicto que les había llevado al borde de la confrontación nuclear, pero las conversaciones que iniciaron en diciembre se aplazaron en cuestión de semanas sin resultados. Mayor importancia tuvo la “diplomacia itinerante” del secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, que negoció acuerdos de retirada por separado de fuerzas militares sobre los frentes de Egipto y Siria con Israel con la ruptura de la coalición bélica árabe.

La declaración Estados Unidos-URSS de octubre de 1977 que proponía volver a convocar la Conferencia de Ginebra fue su último intento de diplomacia conjunta, inmediatamente abandonado por el presidente estadounidense Jimmy Carter y luego desplazado por la visita sorpresa del presidente egipcio Anuar el Sadat a Jerusalén. La firma del tratado de paz egipcioisraelí en 1979 alteró radicalmente el equilibrio estratégico militar, permitiendo que Israel expulsara a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) del Líbano en 1982. El fin de la guerra fría y la guerra del Golfo de 1991 con Iraq permitió la reunión de la conferencia de paz de Madrid, pero tuvo de diplomacia colectiva tan sólo el nombre, ya que Estados Unidos fijó el orden del día, el formato y la lista de participantes. Cuando la OLP finalmente firmó los Acuerdos de Oslo con Israel en 1993, fue a través de un proceso bilateral, en el que aceptó términos que les habían dividido a muerte desde 1973.

En el caso de Siria, en el 2014, el fracaso de Ginebra II significa que la resolución 2139 emitida por el Consejo de Seguridad de la ONU el 22 de febrero para garantizar el acceso de la ayuda humanitaria representa el tope máximo de la diplomacia de ahora en adelante. A fin de asegurar el apoyo ruso (y chino), el borrador se diluyó hasta un punto en que confiaba totalmente en la buena fe para su puesta en práctica. Es cierto que la resolución 2139 amenaza con adoptar nuevas medidas “no especificadas” en el caso de incumplimiento, pero nada da a entender que Rusia (o China) vayan a permitir en el futuro lo que han bloqueado sistemáticamente en el pasado: sanciones serias, aun del tipo más modesto, contra el régimen sirio .

Como han concluido los palestinos, las resoluciones e informes anuales no vinculantes de la ONU que reiteran los principios básicos de organismos como el Comité para el ejercicio de los derechos inalienables del pueblo palestino no pueden reemplazar a una diplomacia enérgica y vigorosa. Podría darse la ocasión para ello a finales de junio, si el régimen se demora seriamente en completar la eliminación de su capacidad de fabricar armas químicas, ofreciendo a Estados Unidos la oportunidad de reactivar la diplomacia de misiles de crucero con la que amenazó brevemente el pasado mes de agosto. Pero las probabilidades están en contra de la acción militar de Estados Unidos y la situación empeora: la reticencia de la administración de Obama a avanzar por una senda susceptible de requerir una mayor escalada se agrava por el deterioro de las relaciones con Rusia sobre la crisis de Ucrania, por lo que la aquiescencia rusa en lo concerniente a una acción punitiva contra el régimen de El Asad resulta aún menos probable. He aquí el intríngulis: Estados Unidos y otros Amigos de Siria necesitan que Rusia ejerza de buen grado una presión suficiente sobre el régimen de El Asad para aliviar la crisis humanitaria en Siria, pero a menos que estén dispuestos a elevar el precio por no hacerlo, no pueden esperar un cambio de la postura rusa, ni siquiera una rendija, de modo que abra su política –tanto militar como económica– con respecto a la cuestión del régimen de El Asad. Esto ha sido así desde el principio, pero Estados Unidos se está quedando sin posibilidades de ejercer una diplomacia creíble. Unos aumentos limitados de la ayuda a los rebeldes armados de Siria no modificarán la ecuación fundamental.

Ha llegado el momento de reconocer las implicaciones para la diplomacia futura. Hasta ahora, el enfoque de Estados Unidos ha sido reiterar la interpretación del comunicado de Ginebra de junio del 2012 adoptado por los Amigos de Siria –especialmente tal como fue reafirmado y ampliado en su declaración del 22 de octubre del 2013–, pero nada obliga de hecho a El Asad, Rusia o Irán a comprometerse sobre tal supuesto. Muy al contrario, un acuerdo de paz negociado en las actuales circunstancias sólo puede asemejarse a las preferencias expuestas por rusos e iraníes, más cercanas en fondo y el formato a las propuestas cosméticas hechas por el régimen sirio.

Los Amigos de Siria se justifican en su postura de renunciar a buscar la paz en estos términos y sostener su propia visión alternativa de una verdadera transición en Siria. Pero han de ser francos en el sentido de reconocer que esto equivale a renunciar a efectuar un cambio político significativo a corto plazo, dejando a Siria atrapada en su creciente estancamiento militar de signo destructivo.

En todos los casos susceptibles de consideración, si aparece otro marco diplomático conjunto –no podemos hablar de cuándo, ya que esto ya dista de ser seguro– será muy distinto del de Ginebra I/II. Uno u otro de los bandos en guerra habrán tomado distancia de modo significativo respecto de su postura actual, reconociendo por fin su fracaso a la hora de lograr de hecho un cambio esencial. Sin embargo, se abren escasas perspectivas de ello en el futuro previsible.

Yazid Sayigh,  investigador asociado del Centro Carnegie sobre Oriente Medio, Beirut. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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