Siria, la pieza clave del puzle de Oriente Próximo

Siria, la pieza clave del puzle de Oriente Próximo. Robert Kaplan es escritor y analista de The New York Times (EL MUNDO, 11/04/05):

Entre la creación del Estado de Israel en 1948 y la caída del régimen iraquí de Sadam Husein en abril de 2003, la geografía política del Oriente Medio permaneció cristalizada entre los hielos de la Guerra Fría. Los amplios cambios sociales, demográficos y económicos que recorrieron la región durante décadas apenas se notaron en estos regímenes dictatoriales fuertemente centralizados y administrados con leyes de una situación de emergencia como la vivida en los años cincuenta.

Abatiendo a uno de ellos y afrontando abiertamente la revuelta que se produjo como consecuencia de ello, el presidente George W. Bush puso en movimiento a los demás regímenes de la región por vez primera en medio siglo.

Está claro que la democracia se reveló para la región un factor de cambio mucho más potente de lo que los analistas -incluido yo mismo- sospechaban. Si en un tiempo los estudiantes libaneses interpretaban la libertad en los términos impuestos por el nacionalismo árabe suní, hoy lo hacen tomando el modelo de la revolución democrática ucraniana. El debilitamiento de las viejas dictaduras, sin embargo, pondrá en discusión la integridad de algunos de esos mismos Estados que sobrevivieron, inmunes a los desórdenes, sólo gracias a la disciplina impuesta por los servicios de seguridad interior.

En realidad, es Siria la que corre el riesgo de colapsarse, mucho más que Irak incluso. El panarabismo sirio está orientado a sustituir la débil identidad del Estado sirio. La Gran Siria es una expresión geográfica que procede de la época del Imperio otomano e identifica un área que contradice las actuales fronteras sirias y que incluía al Líbano, Jordania, Isarel y Palestina.Desde que Francia separó el Líbano de Siria en 1920, los sirios siempre mantuvieron la esperanza de recuperarlo. La completa retirada siria del Líbano -exigida por el presidente Bush- minará la base política del régimen de minoría alauí de Bashar al Asad, cuyo grupo étnico está repartido entre ambos países y cuya supervivencia política depende de la capacidad de hacer gala de un espíritu nacionalista sirio más tenaz que el de la mayoría suní.

Siria no es la versión mediooriental de la ex Yugoslavia, privada de la clase intelectual de la que podía enorgullecerse el otro Estado post-otomano en la época de su división, porque el gobierno de Hafez al Asad, padre del actual presidente, fue mucho más incapaz que el de Tito. En Siria, como en la ex Yugoslavia, a cada religión le corresponde una específica área geográfica.En el norte, Alepo es una ciudad-bazar unida con vínculos históricos a Mosul y a Bagdad más que a Damasco. Entre Alepo y Damasco late el corazón suní siempre más islamista.

Entre Damasco y la frontera jordana se concentran los drusos.Las elecciones libres de 1947, de 1949 y de 1954 pusieron de manifiesto estas divisiones, organizando el voto sobre bases étnicas y religiosas. Hafez Al Asad subió al poder en 1970 tras 21 cambios de gobierno en 24 años. Durante treinta años, Al Asad fue el Leonidas Breznev del mundo árabe, rechazando el futuro, pero sin saber construir una conciencia nacional en medio de una tiranía sofocante. La pregunta que hay que plantearse es la siguiente: ¿Dado que el presidente Bush humilla al débil hijo y sucesor de Asad, Siria se revelará una versión en grande del Líbano de la guerra civil?

Las implicaciones para los vecinos Líbano y Jordania son enormes.Una Siria debilitada podría favorecer la emergencia de Beirut como capital económica y cultural de la Gran Siria, con Damasco obligada, por fin, a pagar el precio de un alejamiento al estilo soviético del mundo moderno que duró décadas. Es cierto que la Gran Siria no sería un nuevo Estado, sino, una vez más, una vaga expresión geográfica como en los tiempos del imperio otomano.

Jordania resistiría a tal cataclismo mejor de lo que podría esperarse, porque la dinastía hachemita -a diferencia de la alauí- utilizó décadas para construir una conciencia estatal, impulsando una elite nacional unida. Aman rezuma ex ministros del Gobierno leales a la monarquía jordana. Gente que no fue encarcelada o asesinada tras el cambio de gobierno. El auténtico problema de Jordania será la integración de la mayoría urbana palestina, apenas advierta el reto del nuevo Estado palestino surgir de las negociaciones entre el primer ministro Ariel Sharon y Mahmud Abbas.

La debilidad de Siria no puede anunciar nada bueno para su aliado regional, Irán, virtualmente rodeado ya de gobiernos filoamericanos en Irak, en Afganistán y en las nuevas democracias del norte como Georgia. La próxima evolución política en Irán deberá determinar una política más débil y menos centralizada, descubriendo en el norte la caja de Pandora de las cuestiones étnicas de los turcos azeríes, de los turcómanos y de otros grupos que viven en las fronteras entre Irán y la ex Unión Soviética.

Durante gran parte de su historia, Irán se comportó como un imperio informe más que como un Estado, por la riqueza y el dinamismo propios de la cultura persa. Apenas se haya liberado de los corsés puritanos y religiosos de los mulás, que gustan poco en las vecinas Repúblicas centroasiáticas (donde se bebe vodka en cantidad), la Gran Persia podría volver a surgir en sentido cultural, incluso por medio de la capacidad de Teherán de tejer alianzas de poder.

Pensemos en las transformaciones que se derivarían de una evolución democrática en el seno del mundo árabe y persa, una vez dejada atrás la fase de mexicanización del Oriente Medio: el gobierno de un partido único con pocos hombres en la cúpula sería sustituido por una completa clase política en busca de contactos en todos los países. Los Estados débiles comportan una carga mayor para los diplomáticos, pero no necesariamente anarquía. Los parlamentos estarían empeñados en resolver tantos problemas internos que se iría atenuando la hostilidad hacia Estados Unidos, sobre todo en el caso en que una evolución democrática de este tipo se verificase al mismo tiempo que un acuerdo de paz israelo-palestino.

Democratización significa inestabilidad constante. Pensar que los árabes sean incapaces de vivir en democracia es una forma de determinismo. Pero un poco de determinismo, al servicio de un pesimismo constructivo, es indispensable. La transición democrática en Europa central, por ejemplo, ha sido más fácil que la balcánica, dada su tradición ausbúrgica y prusiana de cuño occidental, reforzada por la presencia de una amplia burguesía y opuesta a la más caótica historia de los Balcanes otomanos, dominada por la clase campesina.

Y sin embargo, comparados con el Oriente Medio, incluso los Balcanes parecen un trozo del antiguo imperio turco con mayor bienestar y mejor gobernado. Por eso, no esperar numerosas dificultades en todo el Oriente Medio sería tan ingenuo como pensar en una entrada militar en Irak acogida con flores en vez de con disparos.

Los neoconservadores pueden haber pecado de ingenuidad sobre las condiciones del territorio y las realidades tribales en lugares como Irak, pero han demostrado que entendían perfectamente los efectos de la globalización sobre toda la región. Recuerdo que durante mi última estancia en Líbano en 1998, los intelectuales explicaban una y otra vez que los cambios democráticos en Europa central podían proporcionar un modelo a su país. Hoy son más frecuentes todavía las comparaciones de este tipo. Los medios de comunicación que están surgiendo -jóvenes, inexpertos y, a menudo, irresponsables y letales, como en el caso de Al Jazira-, están liberando de la botella al genio de la duda y de la búsqueda.

Los neconservadores lo intuyeron, pero habrá que ponerse en manos de mejores expertos en Oriente Medio para conseguir gestionar las consecuencias de la situación. La de los expertos americanos de Oriente Medio (los llamados «arabistas») es una tradición wilsoniana, como la de los neoconservadores.

En el caso de los arabistas procede de la fundación de la Universidad Americana de Beirut (AUB) en 1866, después llamada College Siriano Protestante. Durante la Guerra Fría, los arabistas propugnaron tanto en el AUB como en todo el mundo árabe los valores wilsonianos, en aquel entonces interpretados a través del prisma de las aspiraciones nacionales de los árabes sunís palestinos.

Los arabistas consideraban que los sunís eran capaces de un gobierno ilustrado exactamente igual que los israelíes. La administración Bush adoptó esta línea no sólo en Palestina, sino en toda la región. Sería histórica y filosóficamente irónico que hoy los expertos del Oriente Medio del Departamento de Estado fuesen de la misma idea que los neconservadores.