Siria necesita una negociación en vez de armas

Frente a la violencia brutal que el Gobierno de Bachar al Assad lanza contra la población, crece el consenso en favor del uso de la fuerza. Dado que la protesta pacífica no ha logrado la caída de un régimen que reprime masivamente, se razona, entonces la solución es canalizar armas a la resistencia, crear zonas protegidas y pasillos humanitarios, o practicar una intervención internacional. Implícitamente, la única forma de detener las matanzas sería cambiando el régimen por la fuerza.

Los países de la OTAN no quieren intentar una segunda guerra como en Libia, que empezó humanitaria y terminó política al usar el mandato para derrocar a Muamar el Gadafi. Siria tiene identidades internas enfrentadas y ocupa un sitio geopolítico clave en Oriente Próximo. Tanto una guerra civil como una intervención armada podrían tener resultados graves e imprevisibles en el país y en la región. La aparente alternativa es facilitar armas y apoyo logístico a los rebeldes, y establecer pasillos humanitarios y zonas protegidas.

Es legítimo que gobiernos y ciudadanos de la comunidad internacional se preocupen por la represión en Siria. Es lógico que algunos sirios tomen las armas. Pero el impulso moral de proteger a las víctimas no debe ocultar las consecuencias que pueden tener las buenas intenciones, las razones que tienen algunos países para que caiga al Assad, ni descartar las opciones políticas para detener las matanzas.

Canalizar armas a los grupos rebeldes agudizará el conflicto y dará excusas al presidente sirio para incrementar la represión. Esto conduciría a Estados Unidos, Europa, Turquía y diversos países árabes al dilema entre permitir que el régimen aplaste (aún más) la revuelta o intervenir militarmente, algo que se quiere evitar dando armas a los rebeldes. La rivalidad suníes-chiíes, y las tensiones entre otras minorías (cristiana, drusa y kurda), serían explotadas por el Gobierno. Armas para los civiles llevará a que Siria sea una mezcla de Líbano en los 70, Argelia en los 90 e Irak desde 2003. Arabia Saudí y Qatar ya canalizan armamento a los rebeldes, pero su interés no es humanitario sino derrocar a un aliado de Irán.

Los pasillos humanitarios es una idea atractiva pero difícil de implementar. ¿Cómo se protegen? ¿De qué forma llega hasta ahí la gente que huye? Las zonas protegidas en Bosnia eran trampas para los que huían. Los pasillos o zonas precisarían fuerzas extranjeras para protegerlas, y armas, asesores e inteligencia para que los rebeldes las salvaguarden. Los rebeldes usarían estas zonas como retaguardia y entonces el Gobierno no las respetaría como zona humanitaria.

El fracaso de las armas y las zonas protegidas precisaría una intervención militar por aire que no sería sencilla como en Libia, y podría costar la vida de muchos civiles. El Gobierno sirio tiene apoyo de parte de la población, y cuenta todavía con un ejército fuerte y cohesionado, especialmente en sus altos mandos, y sistemas de defensa anti aérea. El alto número de civiles muertos por los ataques de la OTAN en Libia, y la proliferación de milicias post-Gadafi, abre muchos interrogantes sobre la efectividad de usar la fuerza aérea para proteger civiles y apoyar milicias (se calcula que en Siria operan más de 100 grupos no coordinados entre sí).

La tentación de la fuerza desplaza a las negociaciones políticas y las estrategias no violentas. El ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para negociar una salida a la crisis, tiene dos problemas: el presidente sirio, y una parte de la oposición y de la comunidad internacional que dicen, erradamente, que con él no se negocia. En diversas experiencias de transiciones de dictaduras a democracias se usaron sanciones, aislamiento, deslegitimación del poder y negociaciones en vez de la violencia. Pero antes en Libia, como ahora en Siria, se confunde detener las matanzas con cambiar el régimen político. En consecuencia, al proponer un fin ideal se anula toda posibilidad de lograr un objetivo inmediato.

Aparentemente no se puede esperar; al Assad debe caer ya mismo. Pero los procesos políticos no son un twitter; requieren tiempo y negociaciones. Así ha ocurrido en muchas luchas y transiciones. Las luchas políticas no son lineales y, generalmente, fracasan cuando se las quiere imponer violentamente. Argumentar que la fuerza es la única vía contra la injusticia y la brutalidad es comprensible emocionalmente, pero puede ser el camino para mandar o apoyar a miles de personas hacia la muerte.

¿No es una imprudencia facilitar armas a una oposición débil y dividida, en vez de promover pasos atrás, salvar vidas e infraestructura, y prepararse para una segunda vuelta con una oposición interna- externa más cohesionada? El Gobierno sirio necesita una salida; la oposición precisa una estrategia que no sea el sacrificio y esperar una intervención internacional. Por ejemplo, la propuesta presentada por el International Crisis Group implicando a Rusia, negociando el acceso humanitario y promoviendo un período de transición, es más realista que armar a los civiles sirios o lanzar otra guerra de la OTAN.

Mariano Aguirre dirige el Norwegian Peacebuilding Resource Centre (NOREF), en Oslo.

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