Siria: otra tragedia balcánica

Las doctrinas pacifistas dirán otra cosa, pero combinar la diplomacia con la amenaza del uso de la fuerza militar es una táctica sumamente eficaz, como hemos visto en el caso de Siria. Lo que aparentemente convenció al presidente sirio Bashar Al Assad de aceptar el acuerdo patrocinado por sus principales aliados (Rusia y, menos directamente, Irán) fue la amenaza de intervención militar por parte de Estados Unidos. Parece que ahora Al Assad está dispuesto a entregar sus armas químicas a cambio de permanecer en el poder. Pero si el acuerdo fracasa, ¿qué sucederá con la credibilidad de Estados Unidos y de Occidente?

El acuerdo al que llegaron Estados Unidos y Rusia trajo alivio a la mayoría de las capitales occidentales, donde la dirigencia política no está lista para una intervención militar, incluso si el gobierno de Siria mata a su propia gente con gas tóxico (a tal respecto, el acuerdo equivale a una confesión de Al Assad). Después de una década de guerra en Afganistán e Irak, Occidente prefiere quedarse en casa; ni Estados Unidos ni el Reino Unido (ni tampoco la mayoría de los demás países de la OTAN) quieren quedar atrapados en otro conflicto imposible de ganar en Medio Oriente.

En la práctica, todas las alternativas que tiene Estados Unidos en Siria son malas. Una intervención militar puede prolongarse indefinidamente y contribuiría a aumentar el caos. Pero no intervenir producirá casi el mismo resultado y afectará seriamente (con graves consecuencias futuras) la credibilidad de Estados Unidos en una región en situación crítica. Además, la utilización de armas químicas es una invitación a la escalada del conflicto.

En Occidente, la mayoría ve la guerra civil en Siria como una continuación de la violencia sectaria iraquí. Pero Siria no es Irak. El presidente de Estados Unidos no está buscando pretextos para iniciar una guerra, y las armas químicas de Al Assad no son imaginarias. La magnitud de la violencia en Siria acentúa el peligro que supone la inacción.

Claro que también una intervención militar conlleva riesgos: la expansión regional del conflicto, la muerte de muchos inocentes más y el fortalecimiento de las fuerzas extremistas del campo rebelde, por mencionar solo algunos. Pero todo esto ya viene sucediendo, y seguirá sucediendo, especialmente si Estados Unidos no interviene militarmente. La guerra civil se extenderá y agravará, porque es parte de una lucha general por la supremacía entre Irán y sus aliados shiítas, por un lado, y Arabia Saudita, Turquía y los otros países sunitas, por el otro.

Si Estados Unidos no hubiera respondido al uso de armas químicas por parte del régimen de Al Assad, el mundo entero se preguntaría cuánto vale la palabra de Estados Unidos cuando un presidente estadounidense traza una “línea roja” y otros la cruzan impunemente. En Jerusalén, Teherán y otras capitales de Medio Oriente (así como en la Península de Corea y otras zonas conflictivas del planeta), se producirían terribles consecuencias (tal vez ya se han producido).

Desde el inicio del conflicto sirio, a Estados Unidos y a sus aliados europeos les ha faltado una estrategia. ¿El objetivo es poner fin a la guerra civil o producir un cambio de régimen? ¿Y quién o qué debería ocupar el lugar de Al Assad? ¿O tal vez Occidente aspira a una solución negociada con Rusia e Irán, que incluya la continuidad del régimen de Al Assad? Este último caso supondría un corrimiento del eje de la política estadounidense hacia Medio Oriente, con consecuencias estratégicas de largo alcance, porque semejante solución solo sería posible en detrimento de los aliados sunitas de Estados Unidos.

Rusia e Irán pueden tener motivos diferentes para apoyar al régimen sirio, pero los intereses de ambos países dependen inexorablemente de su continuidad (aunque no necesariamente de la supervivencia política de Al Assad). Para Rusia, un cambio de régimen en la última avanzada militar que le queda en la región equivaldría a otra amarga derrota; para Irán, implicaría perder al aliado más importante que tiene en el mundo árabe y quedar todavía más aislado.

Por eso, los aliados de Al Assad siguen una estrategia muy clara (que contrasta con las indefiniciones de Occidente): quieren la victoria militar del régimen, a la que contribuirán con una generosa provisión de armamento y, en el caso de Irán, con la presencia en el terreno de tropas de su representante en el Líbano, Hizbulá.

La decisión de Obama de someter al Congreso de los Estados Unidos el lanzamiento de una represalia militar limitada fue un error fatal, porque una derrota (enteramente previsible) en el Congreso hubiera sido un desastre en materia de política exterior. Y aunque la iniciativa diplomática rusa (basada en una propuesta conjunta con Irán) ahuyentó el desastre, todo tiene un precio.

El precio no es necesariamente un aumento de prestigio para el Kremlin. El verdadero riesgo que supone el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia es otro.

Obama hizo una apuesta arriesgada, que no nació de la debilidad ni de la impotencia. Si gana (es decir, si se destruyen las armas químicas de Siria, se celebra una conferencia de paz que ponga fin a la guerra civil, asume un gobierno de transición y se inician negociaciones directas entre Estados Unidos e Irán acerca del programa nuclear iraní y la estabilidad regional en Medio Oriente), Obama se hará realmente merecedor del Premio Nobel de la Paz.

Pero si fracasa, Siria no será un segundo Irak, sino, más probablemente, una repetición de la tragedia de los Balcanes. Allí, a la par de un “proceso diplomático” jalonado por una serie de promesas incumplidas, la guerra de Bosnia y Herzegovina fue aumentando de magnitud durante años, hasta culminar en Srebrenica con la masacre de miles de civiles que, supuestamente, estaban bajo protección de las Naciones Unidas. Al final, la intervención resultó inevitable.

¿Están Estados Unidos y sus aliados europeos preparados para la posibilidad de que el acuerdo con Rusia fracase y Siria no destruya sus armas químicas bajo control internacional?

Esa es la pregunta decisiva para Occidente, en términos morales y políticos. Y si esa posibilidad llegara a hacerse realidad, mejor será que tenga respuesta.

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960’s and 1970’s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades. Traducción: Esteban Flamini.

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