Mezclado profundamente en el conflicto sirio y en respuesta a las amenazas de Estados Unidos, Hizbulah según se ha informado ha movilizado a sus fuerzas, que incluyen miles de combatientes entrenados y misiles capaces de alcanzar casi todas las ciudades de Israel. Hizbulah, actor de adscripción no estatal y de carácter chií, y su patrón, Irán, consideran Siria un factor crucial del llamado eje de la resistencia y se sienten objetivo en el punto de mira de Estados Unidos e Israel. Hasan Nasralah, jefe de Hizbulah, ha subrayado que el movimiento, de carácter chií, defenderá Siria a toda costa, tanto en su nombre como en el del líder supremo iraní en Teherán.
Cuando el senador Risch preguntó al secretario de Estado John Kerry sobre la respuesta de Rusia a un posible ataque estadounidense contra Siria, este último aseguró con presteza a sus antiguos colegas que ni Rusia ni Irán se opondrían a la acción de Estados Unidos ni tampoco defenderían a El Asad. Kerry replicó: “Y déjenme ir más lejos: ellos (Rusia e Irán) han condenado el uso de armas químicas. Los rusos las tienen. Los iraníes las tienen. Y dado que la prueba de su uso se hace crecientemente evidente en el curso de este debate, creo que va a ser muy difícil que Irán o Rusia adopten decisiones en contra de estas mismas pruebas ya que aquí hay algo cuya defensa es una causa justa”.
Sin embargo, durante la audiencia, Kerry y Hagel dejaron claro que uno de los objetivos subyacentes de la posible intervención de Estados Unidos es enviar un contundente mensaje a Irán y disuadirlo de hacerse con un arma nuclear. A la luz de lo que se conoce de la acérrima oposición de Rusia e Irán, la respuesta de Kerry carece de sentido.
¿Qué hacer con la desgana de la Administración estadounidense a la hora de considerar seriamente las consecuencias no intencionadas de su conducta? Para empezar, el testimonio del equipo de seguridad nacional de Obama fue un argumento para vender el tema a un Congreso y a una población estadounidense profundamente escéptica, con vistas al consumo local. Luego, la evaluación optimista podría dar cuenta del consenso de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que no se caracteriza precisamente por un historial impresionante a la hora de predecir la conducta de los gobernantes de Oriente Medio.
Sin embargo, se halla en juego un sesgo más estructural en esta cuestión, una convicción entre los funcionarios estadounidenses acerca de la omnipotencia del poder duro estadounidense para obligar a los adversarios a cambiar su conducta y sus cálculos.
Obviamente, se han aprendido algunas lecciones de las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio y en otros lugares en el último medio siglo, sobre todo en los casos de Vietnam, Afganistán e Iraq. En la citada audiencia, el senador demócrata por Connecticut Chris Murphy planteó una pregunta pertinente que quedó sin respuesta: “Nos preguntamos si existe un límite a la capacidad del poder militar estadounidense de influir en la política sobre el terreno en Oriente Medio”. Murphy recordó a Kerry que después de la costosa debacle de Estados Unidos en Iraq en sangre y dinero, la gente ya no teme que la fuerza militar estadounidense pueda o crea que puede influir sobre los acontecimientos internos de Siria.
El presidente Obama procede de modo razonable al subrayar que Estados Unidos y la comunidad internacional no tolerarán el uso de armas químicas en ninguna parte del mundo, por parte de nadie, y procede del mismo modo al pedir una rendición de cuentas sobre el caso en particular. En lugar de apresurarse a la guerra unilateral contra Siria basada en pruebas “convincentes” aportadas por los servicios de inteligencia de Estados Unidos , la Administración debe compartir sus pruebas con los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, entre ellos Rusia y China, e intentar convencerles de su argumentación.
A pesar de la rivalidad entre Estados Unidos y Rusia sobre Siria y otros lugares, no es demasiado tarde para que Washington y Moscú, junto con las potencias regionales clave, contribuyan a pactar una solución política que eche a El Asad del poder, acabe con la carnicería que ha causado más de 100.000 víctimas hasta la fecha y preserve las instituciones del Estado. En su esfuerzo por encontrar una solución diplomática al callejón sin salida de las armas químicas, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, ha instado Siria a someter la cuestión de sus armas químicas al control internacional y a proceder a su desactivación, una iniciativa de inmediato bien recibida y posteriormente aceptada por el Gobierno sirio.
Aunque es demasiado pronto para predecir su éxito, la iniciativa rusa ofrece una oportunidad, una salida a la amenaza inmediata de guerra, y promueve potencialmente las perspectivas de un horizonte político de la crisis siria.
Fawaz A. Gerges, profesor Relaciones Internacionales de Oriente Medio en la London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.