¿Sirve una alianza militar árabe?

El acuerdo marco nuclear alcanzado recientemente por Irán y el P-5 (China, Gran Bretaña, Francia, Rusia y Estados Unidos) más Alemania representa un paso adelante en un importante reto a la seguridad en Oriente Próximo. Sin embargo, está surgiendo otro problema de seguridad a medida que algunos países árabes avanzan en la creación de una fuerza militar conjunta: ¿una alianza así empeorará o mejorará a la región, especialmente si se tiene en cuenta la actual división entre chiíes y suníes, que no hace más que ahondarse?

La coalición, encabezada por Arabia Saudita y en la que participan 9 países (como Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Jordania), ya está realizando ataques aéreos contra los rebeldes hutíes de Yemen, que cuentan con el respaldo de Irán. El Líder Supremo iraní Ali Jamenei declaró que la intervención acabaría “arrastrando las narices de los sauditas por el suelo”. Y sin embargo, el presidente de Egipto, General Abdel Fattah el-Sisi, ha señalado que el mandato de la coalición se debe ampliar más allá de Yemen.

Pero, ¿cuál es ese mandato?

Desde el comienzo ya se pueden descartar unos cuantos objetivos. Por ejemplo, la democratización post-conflictos, dado que los regímenes árabes no tienen ni antecedentes ni conocimientos de construcción de democracias, y sus ejércitos no están dispuestos ni son capaces de ayudar en el proceso. De manera similar, se puede descartar la intervención humanitaria, debido no sólo a la falta de experiencia de la mayor parte de los regímenes árabes y su triste historial de violaciones a los derechos humanos, sino también porque ninguna de las declaraciones oficiales de la fundación de esta iniciativa conjunta ha sugerido ni de lejos que los derechos humanos fuera uno de sus intereses.

La estabilización podría ser un objetivo, pero solamente si los gobiernos respectivos pueden ponerse de acuerdo en cuáles son los riesgos que enfrentan y cómo abordarlos. Por ejemplo, podrían adoptar el enfoque clásico del “equilibrio del poder y terror”, interviniendo para debilitar al actor más poderoso en un conflicto, obligarle a negociar y dictar los términos de cualquier acuerdo al que se llegue para así beneficiarse del nuevo status quo.

Sin embargo, la creación de coaliciones militares árabes da lugar a serias preocupaciones, sobre todo porque el historial de intervenciones militares árabes (a diferencia de las occidentales en sitios como Bosnia, Kosovo e incluso Libia) no es nada de prometedor. Por lo general han apuntado a fortalecer a alguna fuerza política afín por sobre sus rivales militares y políticos, en lugar de evitar desastres humanitarios o institucionalizar un mecanismo no violento de solución de conflictos después de una guerra.

Un buen ejemplo es la intervención militar de Egipto en Yemen en los años 60. Para fin de 1965, el Presidente Gamel Abder Nasser había enviado 70.000 soldados a Yemen para apoyar un golpe de estado republicano contra las fuerzas monarquistas. No logró sus objetivos, a pesar de haber usado armas químicas contra las guerrillas yemenitas de 1963 a 1967, por primera vez en un conflicto entre países árabes.

Además de su humillación militar, quedó afectada la reputación internacional de Egipto cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas condenó a sus fuerzas armadas por el uso de armas químicas sobre poblados que apoyaban a la monarquía. La aventura tuvo además serios costes económicos: a 1965, Egipto tenía una deuda externa de casi 3 mil millones, lo que lo obligó a añadir un “impuesto de defensa” para financiar la guerra de Yemen.

Tampoco lo hizo mucho mejor la “Fuerza Árabe de Disuasión”, dominada por Siria, cuando intervino en la guerra civil del Líbano en los años 80: no logró poner fin a los brutales combates ni dar seguridad a los vulnerables refugiados palestinos. Tras 1982, cuando el gobierno libanés dejó de extender el mandato de la FAD, se convirtió en una fuerza siria puramente militar que, en la llamada “Guerra de los Campos” de 1985, acabó cometiendo algunas de las peores atrocidades contra facciones y refugiados palestinos.

Las intervenciones breves y menos complejas también han demostrado ser incapaces de poner fin a las crisis de violencia, y en algunos casos las exacerbaron. Un ejemplo claro son los recientes ataques aéreos de Egipto en Libia, que no sólo socavaron el proceso de paz impulsado por la ONU en un país profundamente dividido, sino además han fortalecido a los elementos más extremistas.

Por supuesto, la historia no tiene que condicionar inevitablemente el futuro y podría ser que una intervención impulsada por los árabes acabe de manera muy diferente. Pero hay pocas señales en esa dirección: de hecho, a pesar de los cientos de ataques aéreos sauditas sobre bases militares controladas por los hutíes, los rebeldes siguen avanzando. Para evitar los errores de las intervenciones pasadas, las coaliciones militares árabes que vayan creándose deberían reconsiderar su enfoque, en especial las deficiencias estructurales que contribuyeron a los fracasos del pasado.

En una guerra civil son muchos los factores que afectan el resultado de una intervención militar, especialmente si incluye una ofensiva terrestre. En particular, los líderes árabes deberían poner énfasis en revisar los procesos por los que se formulan las políticas de seguridad nacional, mejorando las relaciones cívico-militares, proporcionando el entrenamiento necesario a las fuerzas de paz, reformando la cultura política y dando respuesta a complejos socio-sicológicos.

Si los líderes árabes no pueden superar estas deficiencias, bien puede ocurrir que la más reciente fuerza árabe acabe siendo otra fuente de inestabilidad sectaria y antidemocrática en Oriente Próximo, con el potenciar de agravar el conflicto entre chiíes y suníes. Es lo último que necesita la región.

Omar Ashour, Senior Lecturer in Security Studies and Middle East Politics at the University of Exeter and an associate fellow at Chatham House, is the author of The De-Radicalization of Jihadists: Transforming Armed Islamist Movements and Collusion to Collision: Islamist-Military Relations in Egypt. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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