Sísifo lo tenía más fácil

Ciertamente Sísifo sufría un suplicio que se repetía sin cesar... pero al menos veía su objetivo, o sea, la cima de la peña hasta donde debía llevar su piedra. Para los palestinos, el objetivo final ni siquiera está a la vista. Todos los protagonistas de las negociaciones directas israelo-palestinas que acaban de comenzar han mostrado un optimismo comedido. Los norteamericanos, anfitriones del primer encuentro, fueron los más efusivos. Hasta aquí todo normal, pues sería cuanto menos curioso dar la impresión desde el comienzo de no tener confianza en un proceso tan difícil de arrancar. Pero los recuerdos históricos son un cementerio de esperanzas decepcionadas, muy numerosas en lo relativo a esperanzas de paz en Oriente Medio. En el último periodo, recordemos que George W. Bush hablaba en el 2005 de su visión de un estado palestino al cabo de un año y que la cumbre de Annapolis de otoño del 2007 evocaba el mismo calendario.

Más allá de estos recuerdos, un importante número de consideraciones vienen a alimentar los elementos de inquietud sobre los futuros acontecimientos. En primer lugar existe la voluntad de algunos grupos armados palestinos de hacer descarrilar el proceso de paz incluso antes de que comience. Aún no se habían abierto las negociaciones cuando un ataque terrorista palestino mató a cuatro colonos israelíes en Cisjordania. Si vuelve este tipo de atentados, las voces que, en Israel, defienden que decididamente no es posible entenderse con los palestinos hallarán cada vez más eco. No es verdad que el actual Gobierno israelí retome la fórmula de Yitzhak Rabin, que afirmaba querer seguir el proceso de paz como si no hubiera terrorismo y combatir el terrorismo como si no hubiera proceso de paz. Ya entonces Hamas había contribuido a obstacular el proceso de Oslo con sus atentados. Haciéndolo otra vez, refuerza a la derecha y a la extrema derecha israelíes, formando con ellas una alianza objetiva de los enemigos de la paz.

Otro obstáculo es el final de la moratoria sobre la colonización decretada por el Gobierno israelí, prevista para el 26 de septiembre. Beniamin Netanyahu ha indicado que no la prolongará. Mahmud Abas ha declarado que el final de esta moratoria impediría la continuación de las negociaciones. Netanyahu quizá podría hacer un gesto prorrogando esta moratoria, aunque fuera provisionalmente. Obtendría así un beneficio político importante ante los estadounidenses y aparecería como determinado a continuar seriamente las negociaciones y a llegar a un acuerdo. ¿Lo hará? ¿Su coalición gubernamental sobreviviría? No hay nada seguro. Pero hay algo más preocupante: Netanyahu ha declarado que sólo se podría llegar a una paz auténtica y duradera si ambas partes efectúan concesiones mutuas y dolorosas. Eso supone que los palestinos también deben hacer concesiones. ¿Sobre qué? ¿Sobre las futuras fronteras del Estado palestino? ¿Deben renunciar a ver liberado el conjunto de sus territorios? En acuerdos informales precedentes, estaba previsto que Israel pudiera conservar una parte de las colonias a condición de que hubiera un acuerdo con los palestinos y una compensación territorial. ¿La concesión que deberían hacer los palestinos sería olvidar esta compensación? Tras haber aceptado crear su estado sobre sólo el 22% de la Palestina mandataria, ¿tendrán que hacer más concesiones territoriales? ¿Deberán aceptar una concesión amarga y mutua sobre Jerusalén?

Oed Eran, director del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional en la Universidad de Tel Aviv, ha afirmado que si no se acepta el statu quo y no se puede lograr un acuerdo sobre todos los problemas centrales, será necesaria una alternativa para una solución parcial respetando el espíritu del objetivo final. ¿No es una manera de anunciar la creación de un Estado palestino reducido? ¿No oculta una voluntad de poner sobre la mesa los hechos consumados?

Es la paradoja del conflicto israelo-palestino, que lo convierte en un conflicto único. Ningún Estado, si siquiera Estados Unidos, reconoce las conquistas militares de 1967 y mucho menos la anexión de Jerusalén. Son ilegales jurídicamente. Pero cuando se habla de un arreglo del conflicto no hay ninguna exigencia a Israel para que se atenga al derecho internacional. Se espera un acuerdo entre las dos partes como si ambas actuaran en pie de igualdad. Pero hay una diferencia entre ellas. Los palestinos tienen razón jurídicamente pero son inferiores militarmente. Y nadie parece querer que se aplique el derecho. Se deja al infractor la decisión de estar de acuerdo. Lo que es una rara fuente de aplicación del derecho.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.