Sistemas culturales inerciales

¡Con lo que me afané en seguir los consejos de mi padre sobre el leer, de mi madre sobre el escribir y de ambos sobre el estudiar! No llegaron a presenciar, para su bien -aunque se detectaban trazas de cacahuete-, el definitivo triunfo de la hez. Que sí, que siempre ha habido listos, como dice el tango. Sacudirse responsabilidades, o ser desleal en el momento oportuno, siempre ha tenido premio. Pero eso atañe a la ética. Existían últimamente -en los últimos siglos, quiero decir- ciertos requisitos estéticos. Una decoración del hombre y de su alma que llamábamos cultura antes de que los okupas ocuparan el vocablo.

La meritocracia inversa también ha alcanzado a esa parte decorativa, que en realidad lo es todo porque debajo está el vacío, o mejor, la nada de los físicos. A tantos nuevos poderosos me remito. Vidas que en otras épocas habrían estado condenadas a la grisura, en comandita con otras vidas que pedían arrabal, celda y moco colgante, se ven propulsadas por esa fuerza extraordinaria que se nos lleva a todos sin que nos quejemos. Quejarse es de perdedores, piensa el pragmático. Porque los pragmáticos piensan en inglés, o en español con traducciones literales de expresiones estadounidenses. Póngase pragmático y verá cómo afluyen frases malas a su boca, como regüeldos sintácticos. Si las rastreáramos, acabaríamos dando con un traductor de guiones a destajo, que están muy mal pagados y por eso se precipitan.

Otra forma de contemplar el fenómeno, la incultura de la cultura, es darle la vuelta al catalejo: he ahí la cultura de la incultura. Reparar, sin ir más lejos, en los problemas que acarrea en el presente al hombre político un exceso de lecturas. Que el apolítico es idiota por definición ya nos lo dijo el griego. Pero el político, por su bien, no debería leer mucho. O, al menos, no muy variado. Prudencia. O sea, que lea lo que quiera de su especialidad, si es que la tiene, porque eso no es propiamente leer. Fuera de su disciplina (el derecho, la economía, la peluquería, el crimen organizado, la ingeniería, lo que sea) no se salga de los más vendidos que le indica la librería. No se meta en problemas.

Todo lo cual no obsta para que alcemos nuestra voz juvenil y exclamemos: ¡Lee, hombre masa! Nihil obstat, sino todo lo contrario, para pintar versos en la calzada, donde el semáforo, para pagar campañas muy emocionantes dedicadas a convencer al pueblo soberano, también llamado mercado, de que una cosa es comprar un libro y otra es comprar una escoba. Pues oiga, yo he tenido escobas más interesantes que siete de los diez libros más vendidos en la semana del año que escoja. Lee mucho, hombre masa, que aunque te lo diga no lo harás. Pero uno queda divinamente con el consejo, avivando el fetichismo del objeto libro. Como si el interés de los libreros y de las editoriales coincidiera con el de tu espíritu. Todo esto contribuye a la incultura de la cultura. Por no hablar del Ministerio sin competencias, de toda la retahíla de consejerías del ramo, con sus respectivas excrecencias extractivas. Excreta extractos mientras tanto el anónimo ejército que hace la wikipedia para que cada analfabeto funcional tenga tema de conversación en la tertulia de la radio de su pueblo. Aunque ese pueblo sea tan cerrado como la burbuja político-mediática de Madrid.

Y es en ese momento de la cultura y de la lectura y de España y del vacío donde, de repente, zas, una peste se cruza con otra, una pandemia con un puñado de buscavidas de la política que han tenido un golpe de suerte. Sí, lo arriesgaron todo al rojo porque no tenían nada que perder, y doblaron. Y luego lo pusieron todo al cero y se forraron. Lo que quieras, pero ahí los tenemos, y en el sosegado Ibex están ahora mismo compitiendo a ver quién les aplaude más. Porque este poder político encarna el espíritu de los tiempos. Por eso tiene futuro. En el ejecutivo moran los que querían matarlos a impuestos, e incluso meterlos en la cárcel de forma preventiva porque, como dijo Colau en el Congreso, señalando al representante de la Asociación Española de la Banca: «Este señor es un criminal. No le he tirado un zapato porque era importante quedarme aquí a decir esto». Aplausos.

Pero, ¿dónde está escrito que tengamos que aplaudir los demás? Todo viene del malentendido según el cual la gran empresa era sensata. Pero los catalanes, y yo lo he sido, hemos visto a demasiados jerarcas y directivos empresariales quemarse a lo bonzo. ¿Que por qué se prenden fuego a sí mismos, o más exactamente a sus accionistas? Primero se persuaden de que lo aberrante es lo correcto merced a una prensa obediente al poder. El tiempo y la dependencia hacen estragos. También está el juego de espejos. Todos se imitan. El mando intermedio imita a unos jefes que tratan con el poder político. Allí se encuentran con gentes tan centradas como Pujol, Maragall, Mas, Puigdemont o Torra. O como Sánchez e Iglesias. Aunque lo de este último es un caso especial; no pretende estar centrado, pero por el cargo se le supone. Una prensa pillada que ha ido cediendo posiciones y normalizando lo anormal sitúa los términos de cada debate. Y aunque los términos sean estrambóticos para el observador externo, dentro no se nota. Los empleados imitan a los mandos intermedios, y viceversa. Todos se imitan entre sí en un sistema inercial donde, a diferencia de lo que ocurre en el imperio de lo tangible, las leyes «de la física» no se cumplen para cada sistema. Y ya la tienes liada. Lo vimos en Cataluña y ahora lo vemos en el conjunto de la Nación porque, como es sabido, había que catalanizar España.

Juan Carlos Girauta.

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