Sistemas de ideas y no de ideologías

No se sabe si se puede afirmar que el país está muy emocionalizado, o muy sentimentalizado, o muy superado por el hábito de sentir, en vez de por el de pensar, si lo que se pretende advertir es que nuestra sociedad tiene toda la apariencia de estar tan dividida como siempre, en función más de las emociones partidarias y de las creencias ideológicas que de los razonamientos, además de pertinentes, necesarios; no se sabe, porque ya no es exactamente así.

Cuando, hace unos años, se valoraban las tomas de posición respecto de la situación que empezábamos a atravesar, daba la impresión de que no era precisamente del análisis intelectual y de la reflexión serena de donde surgían. Se constataba, eso sí, que llevaban a un amplio porcentaje de ciudadanos a no confiar en la gestión del presidente de Gobierno a la hora de sacarnos de la crisis que comenzaba y a otro igualmente amplio porcentaje a no hacerlo en la del jefe de la oposición en el poco probable caso de que las urnas le confiasen tal misión a la vuelta de un tiempo. Eso era así. Lo decían las encuestas. Ahora ya no. Ahora el preocupante dato que nos ofrecen es el de que un 70% de la población española no confía ni en el Gobierno ni en la oposición para que nos saquen de ella.

Los líderes políticos, con ellos los equipos que los secundan, no gozan de la confianza de la gente. Las instituciones, el Parlamento, la judicatura, la clase política en su conjunto, la propia banca, incluso, parecen vivir en un apacible vórtice ciclónico, ajenos por completo a la realidad, mientras la sociedad lo hace en los sectores de mayor riesgo de la alta presión ambiental alcanzada. La pregunta es por qué y lo que preocupa es la deriva que pueda adquirir el ciclón, las velocidades alcanzadas por sus vientos y, además de los desastres que está generando, el resultado final que se alcanzará en consecuencia con las turbulencias que estamos padeciendo. Las respuestas son variadas y distintas.
Se ha llegado hasta aquí, primero, en función de que el espectro ideológico se ha radicalizado en extremo, a fuerza de interpretar el conocido adagio italiano que reza «piove, porco governo» sin demasiadas reflexiones, tan pertinentes, y con nulos o escasos sometimientos a una concepción política que, de aplicarse, impediría el deterioro de las propias instituciones nacionales ofrecidas a la realidad internacional, sin pudor alguno, con tal de sacar tajada electoral y ver de tocar moqueta nuevamente. La experiencia anterior, GAL mediante, indica que la oposición, llegada la ocasión, no suele andarse con muchos miramientos por muy de corte institucional que se pretendan.
Segundo, lo que ofrece el otro lado del espejo que refleja la realidad colectiva, lo que ha venido ofreciendo fueron, son, vacilaciones y dudas, contradicciones flagrantes, pasos adelante y pasos atrás, ingenuidades reales o aparentes, falta de pulso o ministros/as que mejor estaban en sus casas en vez de en los despachos que ahora ocupan. Todo ello, conjuntado, es lo que ha permitido que la realidad antaño escindida en función de los sentimientos y no de la racionalización de los hechos se haya convertido ahora en ese 70% de habitantes que, contemplando el paisaje político tan sucintamente descrito, han pensado que lo prudente es no fiarse ni de unos ni de otros. ¿Qué sucederá cuando, llegado el caso, tengamos una abstención superior al 60% del electorado?
El haber insistido tanto en la ideologización partidaria de nuestra sociedad, el hecho de considerar al ciudadano poco menos que como inmaduro, el tan interesado mantenimiento de la sociedad civil en un letargo intelectualmente improductivo, tiene que ver con la situación alcanzada y, de paso, en el más que probable agotamiento del modelo. Hay que ir pensando en modificar la Constitución, con ella la ley electoral, la de financiación de los partidos y tantas otras. Seguir por la misma senda empieza a ofrecerse complicado.

LAS PALABRAS las carga el diablo. Acaso una de las más explosivas sea, a la postre, el término ideologías. En nombre de ellas, se han llevado a cabo demasiadas barbaridades. Entre ellas, la de convertirlas en una cuestión de fe, en vez de en un sistema de ideas que permita analizar el entorno en que vivimos, entenderlo y hallar el método que creamos apropiado para mejorarlo. Quizá sea el momento de empezar a hablar de sistemas de ideas, no tanto como de ideologías. Los sistemas de ideas, mucho más que ellas, son lo mismo, pero al menos durante un tiempo no devendrán en otra cosa que tienda a ignorar, cuando no a suprimir, los sistemas de valores de los que deben ir siempre acompañados. Valores que deben ser comunes a todas ellas, a todos los sistemas, sin que ninguno pueda patrimonializarlos. Resultaría útil tener en cuenta esta matización aparentemente tan sencilla. La crisis actual no es una crisis del capitalismo, sino un catástrofe provocada por el alto capitalismo financiero, el de todo vale y que el mercado se autorregule como pueda, consecuencia de la pérdida de esos valores, así que cuanto más pronto los recuperemos, mejor, si lo que pretendemos, y necesitamos, es restablecer el norte.

Alfredo Conde, escritor.