Soberanismo expectante

El resultado del referéndum escocés, sumado a la inviabilidad del Plan Ibarretxe en su día y a las vicisitudes que hoy atraviesan los partidarios del derecho a decidir en Catalunya, parece afianzar esa vía propia que lleva ensayando algún tiempo el PNV de Urkullu y Ortuzar. Estos últimos nunca se habían mostrado más cautos en sus apreciaciones soberanistas que en vísperas del 18 de septiembre. La insistencia de los dirigentes del PNV en que lo que les gustaba de Escocia era el procedimiento y el hecho de que a ninguno de ellos se le ocurriera mostrarse a favor del sí no reflejaba sólo una actitud de prudencia ante un desenlace que se pronosticaba inclinado hacia el no. Además, cabe pensar que los jeltzales se llevaron una contenida alegría con su triunfo. Hubiese sido más comprometido para la política que encarna el lehendakari que Escocia se hubiera declarado partidaria de la independencia.

En medio del desconcierto que el resultado de Escocia ha generado entre los más entusiastas del derecho a decidir se destaca la presencia de un soberanismo peculiar, que podría reclamarse como expectante, aunque por momentos parece comportarse solo como espectador. La formulación jeltzale es sugerente: un nuevo estatus político que emule lo que representan el concierto y el cupo desde el punto de vista financiero. En otras palabras, que Euskadi se haga cargo de todas las competencias menos de aquellas que pacte compartir o ceder a las instituciones centrales del Estado. La idea reivindicaría para sí aquella virtud con la que Ibarretxe calificaba su propuesta de amable. El soberanismo expectante representaría algo así como la última novación del proyecto nacionalista. Pero no deja de ser una respuesta casi instintiva a las dos necesidades básicas que siente el PNV. Por un lado, lograr un marco genuino en la bilateralidad con Madrid que Catalunya no ensombrezca o entorpezca. Por el otro, tratar de caminar por una senda que en ningún caso pueda favorecer a la izquierda abertzale en su pretensión de sustituir a los jeltzales al frente del mundo nacionalista.

El soberanismo del PNV se mueve a tientas, y ello no es ningún desdoro. Llamar estrategia a lo que se hace en política con la nación es siempre pretencioso. Pretencioso que Cameron dijese ahora que cuenta con una estrategia, o que Salmond alegara como causa de su dimisión que la suya le había fallado. Pretencioso que Mas calificase de estrategia el juego del gato y el ratón sobre el tablero de esos múltiples escenarios a los que alude. O que Rajoy se refiriera a ella cada vez que reitera que su obligación es cumplir y hacer cumplir la ley. El soberanismo expectante tiene una cierta idea de lo que no le conviene y debe evitar. Son las lecciones que va recogiendo de su propia experiencia y de los tropiezos que soportan los demás. Observa lo que ocurre a su alrededor y se percata de que -a diferencia de ERC, que no tiene otra cosa que hacer que someter a marcaje al pospujolismo convergente- la izquierda abertzale está tan atareada en preservar su propio pasado, eludir la derrota de ETA y gestionar un sinfín de instituciones, que no le quedan energías para descolocar al PNV avivando el ritmo hacia la independencia.

El soberanismo expectante del PNV sabe también que mientras el Govern convergente de la Generalitat se trastabilla, él podrá mostrar públicamente su simpatía a la efervescencia de la Diada y al empeño por celebrar la consulta, mientras se guarda muy mucho de dejarse arrastrar por la estelada. La situación actual le resulta llevadera, hasta cómoda. El no ha ganado en Escocia y el PNV se ha librado de verse interpelado por una victoria del sí. La consulta no tendrá lugar en Catalunya, y el PNV deplora la cerrazón de Madrid mientras deposita en una ponencia parlamentaria el estudio del futuro del autogobierno vasco y trata de mantener viva una línea de comunicación con Rajoy por pocos frutos que dé. Además, mientras la reivindicación del referéndum ocupe la plaza pública catalana, será más difícil que la Generalitat se entrometa en los privilegios de la foralidad demandando una autonomía fiscal y financiera análoga.

La cautelosa observación de lo que les pasa a los demás es una característica acusada en los últimos años del PNV. Pero todo soberanismo es expectante y se mueve igualmente a tientas. Del mismo modo que todo soberanismo es sincrético, porque no está interesado en depurar su ideario cuando en cada momento puede echar mano de unas u otras referencias de principio para propugnar combinaciones precisas de autodeterminación y de pragmatismo, de efervescencia social y de peana institucional, de oposición y de gobierno. Como si el “péndulo patriótico” tuviese que oscilar a cada segundo, a cada declaración pública.
Kepa Aulestia

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