Sobran las palabras

Hay asuntos en los que previsiblemente se llega a un desenlace que es contrario a lo deseado. A pocos les extrañará como ha quedado el tema de la letra del himno de España. Resultaba singular que la iniciativa tuviese su origen en la necesidad de que unos deportistas superprofesionalizados cantasen a todo pulmón unas estrofas acompañados, en su caso, por unos aficionados seguidores de unos colores patrios.

Un himno, como una bandera, es un elemento de identidad de un país y no una simple melodía acompañado de unas letras emotivas como las que con toda fruición cantan los hinchas del españolizado Liverpool: "Nunca te quedarás solo". El himno de una nación es algo más. Es positiva la participación de los estamentos sociales promoviendo iniciativas. Sin embargo, la buena intención del Comité Olímpico Español tenía que haber venido acompañada con el seguimiento del asunto por nuestros gobernantes.

Sin embargo, en el Congreso de los Diputados no se abordó ese tema. Los portavoces que en otros debates exhibían orgullosos camisetas deportivas (¿por qué siempre de fútbol en el que nada ganamos internacionalmente?) de lo que cada cual consideraba como su nación, no pudieron recitar con la mano en el corazón estrofas o melodías encadenadas a modo de propuestas.

Más importante hubiera sido que el Consejo Superior de Deportes, dependiente del Ministerio de Cultura, encauzase el asunto y que calculase lo que se estaba generando. Expectativas en algunos casos. Recelos en otros. Estos últimos partían de la siguiente pregunta: ¿verdaderamente es necesario que el himno tenga letra? ¿Es que acaso si no tenemos letra nos falta algo como país? ¿Somos menos nación por ello?

Inevitablemente, el asunto traspasó la dimensión deportiva para alcanzar consecuencias políticas. Desde algunos sectores independentistas se vertían expresiones despectivas. Algunos no trataban al himno español con el respeto que ellos confieren a Els Segadors. Tan dignos son los himnos de cualquier comunidad que se sienta representada por esa melodía, con independencia de la calidad de su música o letra (generalmente poco afortunadas). Hay personas que consideran los elementos de identidad como algo sagrado. No es mi caso pero tengo claro que la misma actitud mística o relativista que se tome respecto la bandera o himno de un pueblo ha de atribuirse a todos, no dando solo respeto a lo propio y deprecio o indiferencia a lo ajeno.

El haber dejado que este asunto llegase tan lejos en uno de los momentos tan frecuentes de nuestra historia en que en España nos psicoanalizamos preguntándonos quienes somos y de donde venimos, con turbulencias políticas por medio, no era lo mejor. El haber abortado la presentación pública tras las reacciones mayoritarias era previsible. Se escondieron inicialmente los responsables y apenas quedó dando la cara el ciudadano palentino autor del texto que se tomó las críticas como algo personal.

¿Qué opinaba el Ministerio de Cultura cuya titularidad es de un literato? Silencio y mirar hacía otro lado. Me resultó, en cambio, muy significativa que la voz del Gobierno sobre este asunto fuese desempeñada, refiriéndose aparentemente a la calidad, por el Ministro de Defensa. Era la confirmación de algo subyacente: la vinculación de los elementos identitarios con una dimensión militar encargada de velar por las esencias patrias. Es conocido que el origen de las banderas es, en no pocos casos, bélico, como elemento identificativo de estandartes castrenses o, en algún caso, marítimo. Pero siempre referido a uno varios hechos históricos especialmente relevantes. Exactamente igual los himnos patrióticos cuyas letras (y en este sentido han seguido su estela los de los clubs de fútbol) aluden siempre a "combate", "lucha", "victoria" y vocablos similares.

Además de ser elementos identitarios vinculado a la historia o a costumbres, los himnos han de generar emoción y esto, como todo sentimiento, es muy difícil conseguir que sea espontáneo. Al menos, necesitan tiempo aunque algunos como el de la Comunidad de Madrid, no lo lograrán ni en siglos. Esto sucede especialmente con aquellos que son artificiales bien por ser de encargo a algún escritor insigne (de la tierra, por supuesto) o ser de laboratorio mezclando sin más palabras más o menos bonitas en un concurso en el que solo ha faltado que se permitiese votar a los ciudadanos a través de mensajes telefónicos (a 0,52 euros más IVA).

La rectificación pública de ahora era inevitable, dando ya la cara los responsables del COE. Sin duda, aunque un error sea evidente, es siempre de agradecer admitir que algo no se ha hecho bien pues no siempre se hace así. Ahora, es cuestión de reposar el asunto y no forzar algo que no solo ha sido fallido para el deporte sino que ha generado una polémica con variados efectos colaterales. Confío que las opiniones expresadas hagan reflexionar acerca de si es verdaderamente necesario que el himno tenga letra. Yo, por esa circunstancia, no me considero, como español, que me falta algo. Además de que, en su caso, junto a la calidad lírica que pudiera tener el texto, este sea asumido por amplísimos sectores sociales y políticos de España. Y esto, no es fácil.

Jesús López-Medel, ex diputado por Madrid, PP.