Sobre el cardenal Enrique y Tarancón

Días atrás tuve el privilegio de asistir al preestreno de una película sobre el cardenal Enrique y Tarancón, coproducida por Radiotelevisió Valenciana. Debo recordar que el cardenal fue miembro del Consell Valencià de Cultura desde 1985 hasta su muerte en 1994. Pero tengo que decir que esta parte de su biografía no aparece en el filme, centrado en episodios más dramáticos, como era de suponer. También supongo que la dimensión valenciana de don Vicente no fue su faceta más cinematográfica. Así que, aprovechando que esto no es una película sino un artículo de periódico, trataré de recordar en las líneas que siguen algunos aspectos de su actividad como miembro del Consell Valencià de Cultura, ya jubilado de sus obligaciones eclesiásticas.

En 1990 salió a la luz la primera publicación de la entonces joven entidad asesora, que ahora me honro en presidir: el Proyecto del Genoma Humano. En ese momento casi nadie sabía siquiera el significado de la palabreja: «genoma». Tarancón sí lo sabía; de hecho, se encargó del prólogo de este libro, en el que básicamente se recogían los trabajos de la Conferencia Internacional sobre el Genoma Humano que tuve el honor de proponer y organizar, y que se celebró en Valencia a finales de octubre de 1988. Un primer fruto de la conferencia fue la «Declaración de Valencia sobre el Proyecto del Genoma Humano», primer documento mundial sobre las implicaciones éticas, sociales y jurídicas del uso de la información genética. Decía el cardenal:

«Esa actitud consciente y humanamente responsable de los científicos reunidos en Valencia ratificaba preocupaciones muy serias existentes en la comunidad científica internacional y en cuantos comparten, desde los más diversos campos culturales, la voluntad de trabajar sin descanso por un futuro mejor para la Humanidad.

No cabe duda de que proclamando la precisión de los enfoques interdisciplinares, del principio de publicidad y de las normas de cooperación internacional, como se hace en esa Declaración, se contribuye eficazmente a llamar la atención, una vez más, sobre la necesidad de una urgente regulación jurídica que debe establecer una normativa eficaz, garante de la prioridad de los principios éticos en el acelerado desarrollo de las investigaciones en curso, como expuso claramente Juan Pablo II y reconocen todos los científicos responsables…».

Previamente, en 1987, la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados había organizado una reunión científica sobre Ética y Medicina, con la participación de destacados investigadores, médicos, deontólogos, moralistas y hasta un político, el entonces ministro de Sanidad, Ernest Lluch, a quien hemos recordado recientemente con motivo del décimo aniversario de su asesinato, y un hombre de Iglesia, nuestro cardenal, a quien convencí para que aceptara la presidencia de honor de la conferencia. Su intervención y la de Ernest Lluch se recogieron posteriormente en un librito del Consell Valencià de Cultura, Ética y Medicina. Valencia, 1987. Copio un fragmento de la presentación del cardenal:

…«La investigación científica está llegando a unas metas realmente extraordinarias. Abre unas posibilidades insospechadas, pero crea también otra problemática muy fuerte. Entonces, vosotros, médicos la mayor parte, que estáis por la vida y que utilizáis todos los instrumentos para salvar la vida, habéis de utilizar todos los medios que la investigación os puede proporcionar; pero es necesario que tengamos todos en cuenta que no todo lo que se puede se debe hacer; o sea, que en la base de todos los investigadores científicos ha de estar el valor ético; porque, al fin y al cabo, la vida, que, según decimos nosotros, es un don sagrado, hay que tratarla con toda delicadeza, y sobre todo, la dignidad de la persona humana hay que respetarla, hay que perfeccionarla y no se la puede manipular. Algunas veces puede existir este peligro. Y así como en otros campos de la ciencia las mismas investigaciones pueden producir bienes extraordinarios, pero también peligros muy graves, como vemos, por ejemplo, en la investigación atómica, creo que es el momento en que las personas que se dedican a estos temas tan importantes reflexionen serenamente…».

Don Vicente Enrique y Tarancón era un hombre extraordinariamente comprensivo, dotado de una gran capacidad para templar ánimos y evitar confrontaciones, lo que no significa que se inhibiese ante posturas injustas o absurdas. Como él decía: «Hay que ser comprensivo, pero no tolerante». Y un compañero nuestro del Consell Valencià de Cultura observaba, a propósito de la influencia del cardenal en los debates de la institución: «Nunca impuso sus criterios, pero jamás se aprobó nada que no contara con su aquiescencia.» Esa era su habilidad, y el peso de su hombría de bien y de su sensatez —cualidad que valoraba sobre todas—, de las que dejó una huella imborrable en momentos muy delicados de la reciente historia de España.

Como recordaba Carmen Velasco en un artículo publicado en Las Provincias—«Tarancón burló el paredón, pero no el cine»—, el Consell Valencià de Cultura y el Ayuntamiento de Borriana organizaron actos en su honor en el año 2007, primer centenario de su nacimiento. Lo que no dice es que en aquella ocasión sugerimos que se construyese una fuente en su honor, que nunca se hizo. Una fuente hubiese sido el símbolo más adecuado para su memoria.

Para terminar, añadiré que las películas están muy bien, pero quien quiera hacerse una idea más completa de quién y cómo fue don Vicente no tendrá más remedio que leer. Le propongo dos libros: el primero, Homenaje al cardenal Tarancón, publicado por el Consell Valencià de Cultura en 1997, en el que, además de una serie de artículos sobre el personaje y su vida a cargo de firmas muy autorizadas, pueden encontrarse sus grandes discursos (el famoso «El pan nuestro», «Homilía en la coronación de Juan Carlos» y otros) y también una selección de escritos menores suyos, sobre política y moral cristiana, sobre temas históricos o incluso sobre nuestra literatura medieval; y el segundo, el muy interesante Tarancon. Converses amb un cardenal valencià, publicado por la editora Rosa Serrano, que fue miembro del Consell Valencià de Cultura, en noviembre de 1994. Este último es el resultado de más de veinte extensas entrevistas al cardenal, realizadas por la periodista Fúlvia Nicolàs entre octubre de 1992 y enero de 1994 en Villa Anita, la casa de D. Vicente en Vila-real.

Don Vicente era un hombre simpático pero reservado. Era más bien alto —la ropa talar le sentaba muy bien, y él la llevaba muy bien; le gustaba la buena mesa, pero solo de vez en cuando, y también de vez en cuando, al final de la comida, le gustaba encender un Montecristo, de los que le enviaba su amigo Don Francisco Martínez, obispo de Orihuela-Alicante, y conversar ante una copa de Cardenal Mendoza— «para no salirse del gremio», como decía bromeando sobre los nombres religiosos de estas marcas. En fin, el Tarancón más humano y más próximo está en las páginas de estos libros, quizá más que en ningún otro sitio. Léanlos ustedes. No se arrepentirán.

Una nota final. Mi colaborador Josep Bonet, que trabaja en el Consell Valencià de Cultura y me ha facilitado alguna noticia de las que aparecen en este artículo, me recuerda que en 1993 el cardenal se sometió a una serie de sesiones de rodaje, que duraron casi un año, de un largo reportaje audiovisual sobre su persona. Este reportaje forma parte de los fondos documentales de la Conselleria de Cultura valenciana. Creo que debería darse a conocer, quizás a través de la red de bibliotecas de la Generalitat. En fin, no es más que una idea, pero espero que llegue a alguien con capacidad para hacerla realidad. La memoria del cardenal Tarancón merece con creces ser conocida en su integridad.

Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencià de Cultura.