Sobre el país del caos calmo

No sé si se trata de una feliz casualidad o de todo lo contrario, pero lo cierto es que han coincidido en las mismas semanas el estreno en España del último filme de Nanni Moretti y la aparición de dos libros presentados como oportunos para entender el aberrante presente político de Italia; las memorias de Pietro Ingrao - un dirigente del Partido Comunista, que lo fue casi todo en las instituciones del Estado- y las de su oponente dentro de la izquierda del PCI, Rosanna Rossanda.

A mí, las películas de Moretti me gustan todas, y cuando digo todas, incluyo aquellas que he encontrado sosas, o demasiado egocéntricas, o torpes de realización. Me gustan todas, incluso las que no me entusiasman, porque me identifico con él; soy torpe, me falta imaginación, y hasta sus historias de familia las considero cercanas a las mías.

Lo confieso, es un caso de impostación de la personalidad. Y al mismo tiempo no quisiera, de ninguna manera, ser Nanni Moretti, fuera de que es uno de esos tipos feos pero agradecidos, además es delgado, alto, y goza de una capacidad de improvisación que para mí quisiera. Pero con todo y con eso, no envidio a Moretti. Es de otro grado mi disidencia. Nace de mi incapacidad para entender la sociedad italiana. Estamos rodeados de expertos en el mundo italiano - Catalunya los produce como champiñones desde mediados de los sesenta, cuando la inteligencia barcelonesa quería parecerse a Cesare Pavese, pero con una sexualidad pletórica y sin su final trágico-.

Me gusta Moretti, porque lo siento cercano, y si les recomiendo vivamente Caos calmo, un filme recién estrenado en España y que ni siquiera él dirige, es porque ahí están todas sus claves, incluso los recursos fílmicos de su estilo inconfundible. Disfruto con Nanni Moretti y gocé como un adolescente - el gozo es pasión de adolescencia- viendo Caos calmo,porque me gusta hasta el título. Me atrapa ese aire provinciano de Moretti. La supervivencia burguesa y radical en un mundo amenazado por la ruina, pero con hábitos de triunfadores. No hay ni un solo personaje en Caos calmo que sea honrado, honesto, sincero. Todos mienten, pero al modo de Vittorio De Sica o Vittorio Gassman; con un gesto de desdén, un movimiento de manos y una sonrisa perdonable. Esa historia, absolutamente convencional, del ejecutivo de una productora de televisión al que se le suicida su esposa y se empeña en atender, hasta el mimo y la extravagancia, a una niña, su hija, tan aguda y sensata que parece una reencarnación de Anna Magnani, haciendo de niña, y sin haber salido del arroyo sino de una casa lombarda, con mucha luz y dos criadas de servicio.

¿Qué es Caos calmo? Una película para espectadores que desconocen la PlayStation; que no se toman la molestia de leer las reseñas musicales de los diarios, salvo si las firma Mingus B. Formentor; que consideran a Esquerra Republicana de Catalunya una organización que equivocó su ubicación, porque hubiera podido hacerlo en Nápoles, en Sicilia o en esa esquinita del norte de Cerdeña donde hay gente que es capaz de chapurrear catalán tras una subvención razonable. Caos calmo se ve con placer, y eso que quizá muchas claves ¿identitarias? italianas se nos escapen, y sin que pase nada, porque son accesorias.

En la taxonomía de los géneros, estaríamos ante una comedia dramática. Un ejecutivo sufre un shock ante el suicidio de su esposa y decide dedicar su vida a la atención primordial de su hija. En riguroso consecuente, instala su oficina en los jardines, frente al colegio donde la niña estudia, y la espera todos los días hasta que sale. Inicia así una nueva vida; al cambiar de lugar de trabajo, su entorno se traslada a visitarlo y lo convierte en un referente prestigioso: un hombre consecuente. Una de las características más estimadas del cine de Moretti: su obsesión por hacer de sus protagonistas unos tipos consecuentes. Al fin y al cabo, ¿qué es un tipo inconsecuente? Un radical cansado.

Y aquí es donde entramos en los apeaderos de los radicales cansados. Esos lugares donde la gente que ha gozado durante buena parte de su vida de una indiscutible capacidad de juicio y de análisis deviene en jardineros jubilados, o lo que es peor, en payasos sin disfraz. Para algunos miembros de mi generación que se dedicaron a la política cuando la política estaba prohibida, Pietro Ingrao formaba parte de una leyenda. Se constituyó, muerto Togliatti, en la solidez de la dialéctica. Con cultura cinematográfica, porque por esos andurriales empezó su carrera, siempre figuró en los debates de la izquierda europea como el símbolo del rigor, de la preocupación por lo preciso y por una oratoria brillante y eficaz. Pues bien, debo confesarles que alguien está equivocado y que posiblemente, casi con toda seguridad, el errado soy yo. Pietro Ingrao acaba de publicar en castellano sus memorias con un título tan estúpido que las descalifica: Quería la luna (Península). Una memez irónica que hace referencia a un episodio de su infancia pero que cubre todo el marco de la vida de este funcionario de la revolución. Que yo sepa, nunca conocí a ningún militante comunista en la clandestinidad que pidiera la luna. Ni siquiera llegué a conocerlos en los países de Europa occidental, donde se desarrollaban con notable libertad. Lo digo con franqueza: sólo un viejo chocho y acabado, un fantasma que vendía motos políticas por Italia, puede tener la frivolidad de cerrar su vida militante haciendo un libro que se titule Quería la luna. Eso podría ser el recordatorio de los bellos tiempos de Ramón Tamames, de Jordi Borja o de Josep Piqué, y de algunos otros que no cito para no ponerles en evidencia. ¡La luna! En mi vida he luchado por ninguna utopía. Luchar por algo imposible es un ejercicio religioso al que no me he visto tentado nunca. Otra cosa es que piense que muchos de nosotros fuimos más cándidos, ingenuos y gilipollas que cualquier utopista, pero no por utópicos, sino por ignorantes. ¿Osea, que Pietro Ingrao, a la hora de resumir su vida de revolucionario profesional, no encuentra mejor resumen que admitir que pedía la luna? Este abuelo cebolleta descubre que aspiraba a la luna. Las únicas páginas interesantes de su libro son las que se refieren a su mujer, que no parecía que aspirara a la luna, porque tenía dos dedos de frente. ¿Cómo es posible que un líder del partido comunista más importante de Europa occidental diga tal cantidad de chorradas y tópicos sobre Hungría 1956, o Checoslovaquia 1968, y no digamos de su visita a Cuba y su encuentro con Ernesto Guevara el Che, al que considera ministro ¡de la Guerra!? ¡Viejo patético!Admito que las memorias de Rossana Rossanda son de otra rama. Del mismo árbol, pero de distinta rama. Primero sabe escribir con algo más de soltura que la jerga funcionarial de Ingrao. Rossanda titula sus memorias La muchacha del siglo pasado (Foca). Las partes más interesantes no son las de la militancia comunista y radical, sino las de la adolescencia. Merece la pena detenerse en este detalle, porque ni siquiera Trotsky, que tenía una pluma brillante y mucha memoria de su infancia y adolescencia, fue tan audaz como para enganchar a sus lectores en la parte de la formación más que en el apartado de las conquistas. Si alguien espera, y sería lógico que lo esperara tratándose de profesionales de la política, que tanto Ingrao, en su ambición de lunas, como Rossanda, en su evocación de chica bien metida en líos - es divertido el pudor calvinista de estos estalinistas convictos y no confesos; sólo logramos enterarnos de que estuvo casada ¡en la página 305!-, si alguien espera, insisto, que estos analistas inveterados del vuelo de la mosca le van a suministrar alguna pista sobre la deriva del PCI, el partido comunista más importante de Occidente por su influencia teórica y de masas, desengáñese. Estos dos revolucionarios jubilados dejan sus memoriales mucho antes. Ingrao lo termina, es un decir, contando banalidades sobre el asesinato de Moro. Y Rossanda, más audaz, da el golletazo a su coqueta memoria en 1969. No acabo de entender cómo se puede ser tan irresponsable y dejar a la gente con la basura en la puerta. Porque ¿habrá que explicar cómo acabó la cosa, ese PCI idolatrado? ¿Y cómo llegó Berlusconi, de la mano de Bettino Craxi y del Partido Socialista, primero a la riqueza y luego al poder? Ya que los viejos políticos insisten en hacer mala literatura, les recomiendo que vean un cine ciudadano inseparable de la política.

Gregorio Morán