Sobre el terrorismo

Mario Soares, presidente de Portugal entre 1986 y 1996 (LA VANGUARDIA, 01/02/04).

Dos años y unos meses de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 que alcanzaron a Nueva York y a Washington –y conmocionaron a Estados Unidos– constituyen tiempo más que suficiente para reflexionar sobre la estrategia seguida desde entonces en la lucha contra el terrorismo.

No digo “guerra”, como la llama Bush, ya que este término me parece impropio en el plano conceptual y resulta incluso perjudicial para Estados Unidos. Porque, en tal caso, serían de aplicación contra los terroristas las garantías de las convenciones de Ginebra, lo que no ha sido el caso.

Como puede comprobarse en el escandaloso ejemplo de Guantánamo.

Es evidente que el terrorismo constituye uno de los mayores azotes a los que se enfrentan las sociedades modernas, cuestión que no ofrece duda alguna. Por la misma razón, debe ser combatido de forma implacable en defensa de las víctimas inocentes y de los principios que nos rigen. No es ésta la cuestión que se halla en juego en este caso, sino la inteligencia y el sentido de eficacia con que debe librarse este combate sin renegar por ello de nuestros valores esenciales y, en especial, de los derechos humanos.

Es lo que ahora, por desgracia, no ha sucedido. Con el debido respeto, la política aplicada por la Administración Bush en la lucha contra el terrorismo no ha sido ni inteligente ni eficaz. Ha sido desastrosa. Los resultados están a la vista. El unilateralismo de la política de Bush –y asimismo su doctrina, difundida por los neoconservadores que le aconsejan, de defensa del carácter imprescindible de la “guerra preventiva”– dividió a la coalición, incrementó sensiblemente la desconfianza y la crispación en todo el mundo islámico, brindó argumentos a la espiral de violencia siempre en aumento en el conflicto palestino-israelí y facilitó el alistamiento de nuevos terroristas. Bin Laden tendrá razones para estar satisfecho, desde el fondo de su madriguera...

En cuanto a la situación en Afganistán, dista de caracterizarse por la serenidad. Los talibán son una sombra que amenaza los tenues pasos dados para poner en funcionamiento un gobierno propio, que carece de representatividad. Los atentados y demás actos terroristas se multiplican a diario. En cuanto al resto de los problemas que afectan y condicionan la vida cotidiana del país, lo que se sabe con seguridad es que Afganistán se ha convertido en la actualidad en el mayor productor mundial de opio (y el más rentable).

En Iraq la situación es mucho peor. Las fuerzas armadas anglo-norteamericanas, que la propaganda presentaba como de “liberación” de la odiosa dictadura de Saddam Hussein, que serían recibidas con flores y besos, como en Normandía, son atacadas todos los días como un odioso ejército de ocupación, carente de legitimidad a ojos del pueblo.

Es verdad que Saddam Hussein fue capturado como un animal escondido en un agujero, con una caja llena de dólares y una pistola al alcance de la mano, pero sin protección ni partidarios. No obstante, ¿qué avances se han derivado de ello como para proclamar la democratización de Iraq? Sin conocerse su paradero –ni cómo actúa ni cómo se le trata–, su juicio (si llega a celebrarse) acarreará un gran dolor de cabeza a los ocupantes de Iraq. Por otra parre, las armas de destrucción masiva no han aparecido. Es muy posible que no existieran. ¿Mintieron los responsables políticos, George W. Bush y Tony Blair, a sus respectivas opiniones públicas para justificar mejor y más cómodamente la guerra?

El dictamen de lord Hutton ha llegado a la conclusión de que Blair fue engañado por sus servicios secretos. El informe de David Kay, ex asesor de la Casa Blanca, apunta en la misma dirección y responsabiliza a los servicios secretos norteamericanos. Pero la duda subsiste: ¿cómo es posible que se dejaran engañar tan fácilmente unos líderes experimentados, en la misma cúspide de sus respectivos estados? Y cabe añadir: ¿no serán responsables del engaño en que incurrieron?

Lo cierto es que el galimatías de Iraq empeora cada día que pasa. La democracia –otro objetivo de la guerra– es un espejismo que nadie con buen sentido toma actualmente en serio. La unidad nacional iraquí se halla en vías de desaparición. Las tres pincipales comunidades étnicas guerrean entre ellas: chiitas, suníes y kurdos. Incluso en la menos mala de las hipótesis, Iraq avanza hacia un Estado federal caótico y corre el peligro de desestabilizar políticamente a los países limítrofes. Irán, por supuesto, país donde el chiismo goza de mayor implantación en el mundo; Siria, Jordania, Arabia Saudí, la misma Turquía a causa del problema kurdo...

Sin embargo, la peor de las consecuencias de Iraq ha sido el recrudecimiento del terrorismo islámico, con Iraq convertido en centro de entrenamiento por excelencia de terroristas... Nos encaminamos hacia una “guerra”, naturalmente, pero de intereses –el problema de fondo sigue siendo el petróleo– y, sobre todo, de religiones, lo que resulta mucho peor.

Sintomáticamente, la voluntad imperial norteamericana se ha mitigado a medida que se acercan las elecciones presidenciales. Paul Bremer, el procónsul norteamericano en Iraq, ha acudido a las Naciones Unidas a pedir su intervención a Kofi Annan para que los norteamericanos puedan aliviar de forma sustancial el esfuerzo de su presencia militar en Iraq hasta el próximo mes de junio. Terrible humillación que ha tenido lugar, tal vez, con reservas mentales. Pero, también, ¡una indisimulable confesión de impotencia!

Si regresáramos al respeto de los derechos humanos y del derecho internacional, reconociendo la importancia del diálogo entre las diversas culturas, el multiculturalismo y la soberanía de los países del planeta; si nos pusiéramos de acuerdo para considerar que los grandes problemas de este siglo son el desorden medioambiental, el hambre, la ignorancia, el subdesarrollo y las grandes pandemias cuya solución se halla a nuestro alcance, ¿no constituiría tal actitud la mejor forma –acaso la única posible– de disminuir la violencia, de reducir sensiblemente los conflictos y de retirar cualquier fundamento de apoyo al terrorismo a escala mundial?

Estoy convencido de que sí. Sería una gran contribución por parte de Estados Unidos a favor de la paz y el desarrollo sostenible de todos los pueblos de la Tierra.