Sobre victorias

Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 24/09/06):

El 11-S no ha cambiado el mundo en el sentido de que no ha cambiado el orden internacional.

Las relaciones de fuerza entre las potencias y sus política respectivas han permanecido más o menos inalteradas.

EE. UU. se ha visto duramente tocado, pero no debilitado. Su posición como hiperpotencia no se ha tambaleado. Las posiciones de Rusia, China, Japón, Europa, tampoco se han visto afectadas. Los retos a los que deben enfrentarse estos países no se han transformado radicalmente. En este sentido, el 11-S no se puede comparar con la caída del muro de Berlín, que sí modificó la estructura de las relaciones internacionales con el final de la división entre Este y Oeste. De Oriente Medio a la conservación del medio ambiente, de la lucha contra el sida al desequilibrio económico Norte-Sur, ninguno de los grandes desafíos a los que se enfrenta el planeta ha visto alterados de verdad por el 11-S los términos de su problemática. Hacía tiempo que el terrorismo estaba en el orden del día de las prioridades internacionales. El unilateralismo estadounidense también existía antes. Sin embargo, las conclusiones extraídas por George W. Bush de ese acontecimiento dramático han modificado la política estadounidense; y, debido a la potencia de ese país, ello ha tenido un impacto considerable sobre el planeta. La guerra de Iraq es una consecuencia del 11-S, pero no era la única respuesta posible al 11-S. Si el mundo ha cambiado, es más por las consecuencias extraídas del 11-S por el Gobierno estadounidense que por el acontecimiento en sí. Podemos hacer la comparación con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914. Ese acto terrorista podría no haber tenido repercusión histórica, pero desencadenó la Primera Guerra Mundial por las decisiones funestas de las grandes potencias de la época.

El propio Bin Laden anunció sus tres objetivos en 1998: liberar Arabia Saudí en particular y el mundo árabe en general de la presencia estadounidense, poner fin a los sufrimientos del pueblo iraquí provocados por el embargo de que era objeto y liberar el pueblo palestino de la ocupación israelí. El 11-S quizá lo haya hecho entrar con gran estrépito en la historia, pero su fracaso es patente: el pacto entre Riad y Washington no se ha puesto en tela de juicio, la presencia estadounidense en el mundo árabe se ha reforzado política y militarmente, el 11-S desembocó en la guerra de Iraq, y la suerte de los palestinos se ha agravado desde entonces. George W. Bush debe además a los atentados el haberse ganado la aureola de jefe militar y, por lo tanto, de jefe de Estado, así como el haber sido reelegido en el año 2004.

Bush eligió convertir la guerra contra el terrorismo, una guerra global, en una prioridad estratégica para Estados Unidos, como había sido antes el enfrentamiento con el bloque soviético. La sensación justificada de ser víctima condujo a los estadounidenses a dar unas respuestas militares erróneas. Cuando Al Qaeda acababa de perder su santuario afgano y estaba debilitada, la guerra de Iraq le dio un nuevo aliento. Estados Unidos no está más seguro ahora que en el 2001, por más que sus gastos militares hayan aumentado en casi un 50 por ciento. Nunca el peso del complejo militar-industrial ha sido tan grande en ese país.

George W. Bush no ha conseguido vencer a Al Qaeda, ni siquiera capturar a Bin Laden. No deja de repetir que Estados Unidos es un país más seguro que el 11-S, pero aún con carencias en materia de seguridad. Es la confesión de un fracaso, porque Estados Unidos no ha resuelto ninguno de los problemas planteados por el 11-S, aunque se trata al mismo tiempo de una victoria política. Ahora bien, si el 11-S le fue útil, la política seguida que ha seguido desde entonces es nefasta para Estados Unidos. Bush ha conseguido por ahora imponer su agenda de lucha contra el terrorismo y convertirla en el horizonte de la agenda estratégica. Un horizonte que se aleja a útil, la política seguida que ha seguido desde entonces es nefasta para Estados Unidos. Bush ha conseguido por ahora imponer su agenda de lucha contra el terrorismo y convertirla en el horizonte de la agenda estratégica. Un horizonte que se aleja a Bush, bien podría ser una guerra sin fin, porque contribuye a alimentar el terrorismo que afirma combatir. No sólo no se ha resuelto el gran conflicto palestino-israelí, sino que se han desarrollado otros: guerra de Iraq, guerra de Líbano. Nunca había sido tan mala la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe y musulmán. Tras el 11-S, George W. Bush planteó la pregunta: ¿por qué nos odian tanto? Todavía no ha encontrado ninguna respuesta, porque, aunque Washington ha desarrollado medios jurídicos y militares de lucha contra el terrorismo, sigue sin haber emprendido una verdadera reflexión estratégica. Una reflexión, es cierto, que debería conducir a un cuestionamiento radical de la política exterior estadounidense.

George W. Bush mantiene de forma voluntaria una confusión ideológica e incluye bajo el término terrorismo a todos los adversarios de Estados Unidos, desde Irán hasta Al Qaeda. Israel es, a corto plazo, uno de los beneficiarios de la situación, puesto que se presenta como el paladín del mundo occidental en la lucha contra el terrorismo, como su puesto avanzado en Oriente Medio. Sin embargo, la perpetuación del conflicto palestino-israelí, la degradación de la suerte de los palestinos y el apoyo casi total de Estados Unidos a Israel son unas de las fuentes de la cólera del mundo musulmán. Los problemas de seguridad siguen siendo la principal preocupación de los estadounidenses, y la seguridad queda reducida en gran medida a la lucha contra el terrorismo. El foso entre el mundo árabe y el mundo occidental se agranda cada vez más. Ambos repiten a placer que hay que refutar la hipótesis de un choque de civilizaciones; sin embargo, esto último ha pasado de ser una teoría estratégica relativamente confusa a ser una perspectiva que no sólo no es posible alejar, sino que parece acercarse cada día.

Y eso es una victoria para Bin Laden.