Sobrevivir en la confusión

El pleno extraordinario sobre terrorismo que se celebró en el Congreso el pasado día 15 dejó algunas imágenes verdaderamente llamativas. El presidente del Gobierno descalificó a Rajoy porque, según Rodríguez Zapatero, el líder de la oposición «no tiene ni idea de política antiterrorista». Con similar desparpajo, el presidente se jactó de haber respetado «en todos y cada uno de sus apartados la resolución de esta Cámara de mayo de 2005», aquella resolución -hay que recordar- que apoyaba el diálogo con ETA si se manifestaban «actitudes inequívocas» de abandono de la violencia. No menos curioso es haber visto a la bancada socialista aplaudir en ausencia al presidente del Partido Nacionalista Vasco tras la agradecida alusión que le hizo Rodríguez Zapatero. De hecho la empatía llegó a tal punto que el portavoz nacionalista, en pleno arrebato transversal, solemnizó el absurdo político proclamando: «Señor Zapatero, compartiré con usted el fracaso»; a lo que, tratándose del PNV, podía haber añadido: «Pero sírvame poquito».

Nada más estéril y desalentador que el hecho de que el fracaso concite tantas adhesiones. Porque esa solidaridad en torno al fracaso, tanta benevolencia como la que exhiben los que hasta ayer actuaban de implacables inquisidores de otros, ese discurso llorón que quiere hacer de Rodríguez Zapatero un 'bambi' pacificador acosado por el cruel PP indican que la respuesta al desafío etarra por parte de la abigarrada coalición vigente de la izquierda y los nacionalistas discurre por el peor de los caminos: el voluntarismo hueco con pretensiones de superioridad moral, lleno de afirmaciones sin sentido. Durán Lleida, en nombre de CiU, habló en el pleno de «un fracaso colectivo», mientras el representante de ERC declaraba que su grupo «ahora y siempre» apostará por el diálogo. El presidente del Gobierno insistía en reprochar a Rajoy la falta de consenso, sin reparar en que fue él quien en mayo de 2005 decidió cambiar el apoyo de los 148 escaños del PP, en el marco del Pacto por las Libertades, por el de 38 en torno a una resolución incumplida por el propio Gobierno que la propuso.

Durante estos últimos meses Rodríguez Zapatero ha estado haciendo equilibrios imposibles con sus soliloquios sobre la paz y la política. Hoy no tenemos ni la una ni la otra. La paz no sólo deja de existir cuando ETA coloca una bomba de enorme poder destructivo y asesina a dos personas, sino cuando al propio concepto de paz se le priva del significado cívico que le proporciona la libertad como valor superior. La política certifica su ausencia cuando es sustituida por toda la colección de extravagancias fallidas, espejismos, y efímeras autocríticas que nos devuelven al viejo decorado -ya se verá hasta qué punto es así después de las elecciones municipales y forales-, en el que la tragedia se convierte en comedia de enredo.

En esta situación no puede extrañar que se hable de falta de liderazgo y de confusión. Lo milagroso sería que los ciudadanos no estuvieran confusos. Ahora bien, la confusión no es un defecto en la comunicación de Rodríguez Zapatero, es su objetivo. Ya deberíamos saber que muchos de los defectos por los que se critica a Rodríguez Zapatero son para el presidente cualidades que cuida con celo como instrumentos esenciales para su gestión política. Cuando, en su comparecencia tras el atentado de Barajas, habló de la suspensión del proceso y no de ruptura del mismo, dijo exactamente lo que quería decir. No hay 'lapsus' alguno en la calificación del atentado como 'accidente', término plenamente integrado a la jerga presidencial al menos desde abril de 2006 para referirse precisamente a estas ¿eventualidades?

Interpretarle de esta manera no significa atribuir a Rodríguez Zapatero ninguna carencia perversa de sensibilidad ante la brutalidad cometida por ETA. No es ésa la cuestión. Se trata de que el presidente del Gobierno realmente considera que lo ocurrido en Barajas es un accidente de recorrido en este proceso largo, duro y difícil que nadie más que él puede comprender en toda su complejidad. Cuenta con que el paso del tiempo haga bueno su fallido pronóstico de paz y prosperidad para 2007 y a ello se ha puesto sin más tardar llamando la atención sobre la supuesta importancia que habría que atribuir a las declaraciones de Otegi en las que éste definía las amenazas de ETA como 'línea de respuesta' y los asesinatos de la T4 como un lapsus de credibilidad del alto el fuego. Todos tenemos una determinada percepción de la realidad y el presidente tiene la suya, por preocupante que resulte.

La confusión como técnica de supervivencia de los defraudados se alimenta de declaraciones continuas y contradictorias en las que aquéllos prescriben el futuro. Suelen ser declaraciones de dos párrafos. El primero se dedica a afirmar con gran énfasis que las bases del proceso tendrán que ser radicalmente distintas en el futuro. En el segundo, el interlocutor (PSOE, PNV, ERC, IU) explica que ese cambio radical en las bases del proceso consiste en hacer exactamente lo mismo, una vez que ya se sabe que cuando el Gobierno fracase de nuevo estará muy acompañado. Lo cierto es que el proceso se ha asentado sobre un cúmulo de conjeturas equivocadas: la interiorización por ETA de su final, la irreversibilidad del fin del terrorismo, la transformación del entorno internacional, la autonomía del brazo político de los terroristas y, entre todas estas falsas suposiciones, la peor, la vinculación del final del terrorismo con una negociación política para alterar el marco institucional del País Vasco. Cambiar estas bases significaría que el Gobierno actuara sólo sobre certezas comprobadas y que hiciera bueno el rechazo a pagar precio político alguno, dando carpetazo de una vez a la gran mentira escenificada por Otegi en nombre de ETA en Anoeta, su oferta falaz de dos mesas para que los encapuchados se sienten a sus anchas y desarrollen su invariable estrategia. Con semejantes credenciales Rodríguez Zapatero pretende dar lecciones sobre terrorismo etarra al líder de la oposición, sin explicar cómo ha sido posible tal acumulación de errores -todos ellos reiteradamente advertidos-, empezando por el de la quiebra de un pacto de Estado en favor de una opción tan estruendosamente fallida. Rodríguez Zapatero tenía dos sobres. Abrió el de 'Josu Ternera' pero el premio estaba en el de 'Pakito'.

Hace falta bastante más para creer de verdad -y sobre todo para que ETA se crea- que en el futuro las cosas no serán igual y que los terroristas no podrán contar con que el Gobierno vuelva a estar ciego ante los signos y cometa los mismos errores que con tanto optimismo ha cometido. Si de verdad están dispuestos a que un eventual diálogo en el futuro quede sujeto al abandono de las armas por parte de ETA, así debe decirse, lo que implica olvidarse del punto 10 del Pacto de Ajuria Enea y de la propia resolución parlamentaria del 17 de mayo de 2005, que se limitan a pedir que los terroristas expresen voluntades y actitudes supuestamente inequívocas pero luego nunca confirmadas.

Si se niega el pago de precio político alguno por el cese definitivo del terrorismo, por qué no recordar que el Pacto por las Libertades circunscribe el diálogo a quienes tienen que ser sujetos del mismo, esto es, a los representantes legítimos de los ciudadanos y en las instituciones en que ese diálogo tiene que producirse. Nada de eso. Esta pretendida firmeza es sólo apariencia bajo la que esperan las conocidas exigencias radicales de que se desmantelen los instrumentos del Estado de Derecho que acabaron con todos los mitos legitimadores del terrorismo etarra. ¿Alguien cree que con absurdas expresiones de solidaridad con el Gobierno en su fracaso, con apuestas de diálogo permanente, o con la consagración de un supuesto derecho del Gobierno a equivocarse indefinidamente se está mandando a ETA el mensaje que merece su felonía?

Javier Zarzalejos