¿Sobrevivirá Podemos a su propia estrategia mediática?

Si uno de los objetivos principales de tu estrategia de comunicación es permanecer el máximo tiempo posible en primer plano, sin duda, el debate público de Podemos está siendo un éxito total. No obstante, existe un riesgo claro, morir de éxito, pues tanta sobreactuación puede llevarte a creer que la comunicación es un fin y no un medio. Es decir, confundir táctica con estrategia. Un error de primero de Propaganda, muy habitual en los partidos políticos y que parece acentuarse en las nuevas organizaciones, tan proclives a la yuxtaposición verborreica.

Nacer, crecer -e incluso madurar- en la televisión ha hecho que algunos líderes políticos, algunos partidos, antepongan en sus credenciales su capacidad para ganar tertulias televisivas antes que otras cualidades que, tiempo atrás, buscábamos entre quienes aspiraban a ocupar un cargo político. Puede que, por ello, los líderes de Podemos, cuyo hábitat natural parece concebido por Peter Weir, hayan organizado un tour mediático intrapartidista en el que, en el partido en el que más y con más pasión se dialoga, se pregunta y contesta al ritmo que marca la escaleta de los medios. Errejón acude a un plató, Iglesias replica en otro, comunicado de dimisión, golpe en Twitter, videoblog davidlynchiano al canto y vuelta a empezar. Todo el empeño en la forma, mucho ruido, escaso contenido, titular de 140 caracteres: la nueva comunicación política en acción.

La debilidad de los argumentos, escondidos entre tanto artificio, se contrarresta, tal y como argumentan los defensores de la nueva metodología discursiva, al identificar el todo como un rasgo propio de la transparencia y el proceso abierto que esta formación exige a la política. Lo cierto es que, también con frecuencia, sería necesario observar con un candor abrasador este debate para identificar la retórica aristotélica en lo que a todas luces es una guerra de guerrillas 2.0, más propia de una discusión tuitera -con sus gif, vídeos y hashtag-que de una elevada reflexión filosófica.

Exigencias de la política de contingencia en la que sólo los viejos dinosaurios han recordado que las guerras partidistas se viven con la misma pulsión que sufren los jugadores de ruleta de Wiesbaden, apostando en una partida en la que solo puede ganar uno, pero en la que pueden perder todos.

Como en toda batalla política, incluso en las que no hay adversarios y sólo se discute por los matices del proyecto político, se simplifica la dimensión de la contienda a dos o tres bandos que, obviamente, personifican otros tantos ungidos. Algo que fuerza a un reagrupamiento de leales que, a cada declaración, incrementan su animadversión por el bando rival, aun cuando todo podría solucionarse con un pincho de tortilla y caña -puede que con más cerveza que tortilla-.

En cualquier caso, al final, y pese al pretendido esfuerzo de la nueva política por desintermediar y abrir el debate, alejándolo de los viejos patrones mediáticos, este sigue encorsetado en las tradicionales formas del politainment. Algo que conocen bien otros partidos como el PSOE, que ha hecho de sus guerras internas un arte que exigiría un cónclave de Sun Tzu y la familia Borgia al completo, y que ha encontrado en la filtración en directo del Comité Federal su última innovación.

Desde el punto de vista estrictamente comunicativo, la crisis de Podemos adolece de una excesiva teatralización, de una excesiva guionización. Respetando el estándar, cada actor ocupa su marca y la crisis recorre los pasos de los dramas clásicos: planteamiento, nudo y desenlace. Un planteamiento que nace, aunque parece pasar inadvertido a estas alturas de la obra, con el fallido pacto de legislatura con el PSOE y la aparición de dos visiones que, como vemos en el nudo, representan dos modelos de partido. Una diferencia que no sólo se reduce al procedimiento de elección de la secretaría general o el grado de centralismo en la toma de decisiones. Como sabemos, el modelo de partido lleva aparejado una visión ideológica. Por este motivo, difiere el presidencialismo de los populares, el federalismo del PSOE o el modelo asambleario de IU.

El nudo, por tanto, tiene mucha más importancia que preparar el desenlace, es decir, si ganara Pablo o Iñigo, o si tendremos una reconciliación con confeti y tarta como en una mala comedia. Más allá de los trucos de cámara y la excesiva teatralización, el próximo Consejo Ciudadano debería hablar del modelo de organización, la gobernabilidad, el futuro del sistema de partidos, el funcionamiento de las instituciones, etc. Sin embargo, anteponer la táctica a la estrategia ha conducido inevitablemente el debate a una lucha entre acción y reflexión, entre dos tipos de liderazgo en los que, obviamente, la acción toma ventaja debido a la intensidad con la que se desarrolla el proyecto.

Esta praxis comunicativa tiene, sin duda, muchos aciertos. Aunque en Podemos no han sido capaces de mantener la calma y ausencia de sospecha que precede a la boda roja -todavía está por ver qué sucederá tras el paso atrás de otra madre fundadora-, la sobreexposición mediática obliga a los electores y militantes a mostrar su simpatía por un bando, a movilizarse y posicionarse. Viejas funciones de la comunicación política que, también, sirven para el desarrollo de un congreso.

Probablemente, una de las grandes aportaciones de la vieja política, posiblemente una de las más negativas y que Pérez Rubalcaba elevó a la categoría de excelencia, es que los congresos de los partidos se ganan en los susurros de los pasillos y no en los gritos del atril. Quizás Podemos haya intentado invertir esta lógica en un torpe intento de ganar su congreso en los medios. Una innovación fallida a juzgar por el resultado que se ha producido. El riesgo no compensa un beneficio que, aun reforzando el modelo de liderazgo reactivo, no termina de convencer a militantes y electores.

Rubén Sánchez Medero es profesor de Ciencia Política y coordinador académico del Máster en Liderazgo Político y Social de la Universidad Carlos III de Madrid.

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