Socialdemocracia o liberalismo

Ocho años después de la Gran Recesión y con un horizonte de recuperación en Europa aún débil, la política económica continúa en un permanente dilema sobre cuál debe ser el camino hacia adelante entre una apuesta liberal u otra socialdemócrata. El resultado es una Europa que avanza a saltos marcados por las urgencias de la crisis y unas políticas nacionales que avanzan también de manera discontinua, restringidas por el marco europeo. Tras más de cuatro décadas de un sesgo liberal hace falta un cambio de timón y recuperar una orientación socialdemócrata adaptada a la nueva realidad de una economía globalizada y del conocimiento. Llevar a cabo este cambio requiere una reconsideración de valores y del modelo económico que permita sustentarlos.

En valores, el principal referente en las economías avanzadas lo constituye el triángulo de valores de la Revolución Francesa: libertad-igualdad-solidaridad (fraternidad). Todas las ideologías, con diferentes sesgos, buscan un equilibrio a este trilema en algún punto interior, que además puede variar en el tiempo en función de las circunstancias económicas y de la demanda social. Desde la década de 1980, los vientos se han movido hacia la libertad, el referente central del liberalismo. En los años noventa, la tercera vía de la socialdemocracia europea trata de enfatizar la equidad entendida como igualdad de oportunidades de forma que, si ésta queda garantizada, la distribución del producto social estaría legitimada como resultado del esfuerzo y el mérito individual.

Estos planteamientos cuadraban en el período de la “Gran Moderación”, la larga etapa de crecimiento estable desde los años noventa; pero han quedado desfasados tras la crisis financiera global que ha puesto de manifiesto la multiplicidad de factores e imponderables que inciden en la distribución del producto social y la pronunciada tendencia hacia su concentración en unos pocos. Es necesario reducir desigualdades recuperando la igualdad entendida como distribución equitativa del producto social. Más aún debe enfatizarse el concepto de solidaridad, como garantía de unas condiciones mínimas que permitan mantener la autonomía del individuo cuando ocurren riesgos sociales. Cualquiera puede verse en situación de exclusión en unos mercados caracterizados por la volatilidad y la menor esperanza de vida de las empresas.

En cuanto al marco teórico, desde la aportación de John Maynard Keynes, la economía se ha caracterizado por una suerte de movimiento pendular entre paradigmas de corte neoclásico o keynesiano. La escuela neoclásica explicó mejor la estanflación de los años setenta, dando paso a un dominio académico de largo recorrido que se ha traducido en políticas macroeconómicas de estabilización monetaria y consolidación fiscal y en el predominio de lo privado, bajo el argumento de que los fallos del sector público superaban a los del mercado. Es el marco que quedó sintetizado en los denominados consensos de Washington (estabilización macroeconómica y liberalización de mercados) y de Jackson Hole (banco central independiente con objetivo anti inflacionista), hoy abandonados.

La crisis financiera está dando paso a un nuevo paradigma, el de la escuela nuevo keynesiana desarrollada en los años noventa, que explica mucho mejor la naturaleza de la crisis y que asume como los neoclásicos las expectativas racionales. Como ha insistido Paul Krugman en numerosas ocasiones, se trata de una crisis de deflación de deuda en la que el sector privado no tira de la economía, bien porque tiene que reducir su excesivo apalancamiento, bien por la incertidumbre sobre la recuperación. La única opción es la expansión macroeconómica por parte del sector público. Es el tipo de política que se está aplicando en la práctica con las inyecciones monetarias masivas y la expansión fiscal, incluida Europa con la relajación de los plazos de ajuste en el pacto de estabilidad.

El marco nuevo keynesiano aporta el sustrato teórico para políticas de reactivación económica que en último término deben permitir avanzar hacia los objetivos de reducción de la desigualdad y la inclusión social, en un contexto de globalización económica. Para ello, debe desmitificarse el crecimiento económico como un objetivo suficiente, porque el denominado efecto goteo consistente en crecer primero para distribuir después ha resultado una peligrosa trampa, que ha profundizado y perpetúa la desigualdad. El crecimiento es necesario, pero debe reconducirse por una senda socialdemócrata en la que la inclusión social (solidaridad) y un adecuado reparto del producto social (equidad) sean objetivos explícitos.

Donde el liberalismo considera que la expansión macroeconómica ha sido excesiva y es tiempo de retroceder porque se está poniendo en peligro la estabilidad monetaria, fiscal y financiera; la socialdemocracia reconoce estos riesgos, hay que vigilarlos y anticiparse a ellos, pero se estiran los márgenes de la expansión bajo el prisma del objetivo primero de la inclusión social. La socialdemocracia implica continuar con el proceso de construcción del “más Europa”, superando el esquema de la responsabilidad individual de los países, avanzando hacia una mayor unión fiscal y desarrollando políticas más próximas a los ciudadanos, además del rescate de países y sistemas financieros.

La socialdemocracia significa también mayor presión fiscal con una fiscalidad progresiva que permita sustentar una solida red de protección social, mayor transparencia y control en el gasto público, mayor vigilancia de los mercados desde instituciones independientes, menor pudor para regular y corregir ineficiencias o para incentivar determinados comportamientos socialmente deseables (calidad laboral, género, medioambiente, o protección de los agentes pequeños). En general, una defensa de lo público, con un sistema educativo que no genere abandonos (¿o habría que decir “abandonados”?) en las fases tempranas del ciclo escolar, una sanidad pública de calidad y una apuesta decidida por la innovación porque como bien ha ilustrado Mariana Mazzucato, detrás de las grandes empresas privadas punteras en las telecomunicaciones, la energía o la biotecnología, están grandes proyectos de inversión financiados con recursos públicos. Se trata de corregir el mercado, no de sustituirlo. No está de más recordar que la socialdemocracia nace como una escisión del marxismo y que abraza el mercado, la propiedad privada y las libertades individuales.

El reto no es fácil. Los liderazgos y equilibrios políticos importan mucho, sobre todo en Europa, pero recordando a Keynes: “Los economistas tendrían una tarea demasiado fácil e inservible si en tiempos de tempestad, solo pudieran decirnos que mucho después de que la tormenta se haya ido, volverá la calma al océano”. Llevamos casi una década de tempestad, no se puede simplemente esperar a que llegue la calma.

Manuel Moreno y Pablo Moreno son economistas del Estado y autores del libro Socialdemocracia o Liberalismo. La política económica en España (Catarata).

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