Lo sucedido últimamente en el PSOE invita a una reflexión que excede sus consecuencias políticas. Más allá de la lucha por el poder entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, lo que está afectando a esa centenaria institución refleja profundos cambios económicos que la han situado en una situación delicada. Ya Marx afirmaba, en su Contribución a la Crítica de la Economía Política, que la conciencia de los individuos refleja las condiciones materiales de su existencia. Y, hoy, esas condiciones han cambiado drásticamente: tanto en Europa como aquí, crecientes grupos de la población tienen la percepción, real y certera por otro lado, de que su futuro y el de sus hijos será peor que en el pasado. Y que la igualdad de oportunidades se va desvaneciendo.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Lo acaecido es el resultado de la confluencia de fuerzas de origen diverso pero que, en conjunto, ensombrecen el horizonte económico de amplios grupos sociales. La primera, la globalización, con su rosario de caídas de precios de productos y servicios comercializables, aumento de los de las primeras materias y compresión del valor añadido generado por las empresas, tanto de la parte destinada a salarios como de los excedentes empresariales. Frente a este choque solo hay dos salidas: o moverse hacia arriba en la escala del valor, o aceptar la reducción de salarios y beneficios y sus inevitables secuelas.
La segunda, el cambio técnico y su impacto sobre el empleo, con aumento del paro estructural y presión a la baja sobre salarios. Es cierto que, en el pasado, las revoluciones tecnológicas comportaron nuevos nichos de ocupación. Pero esta vez la evidencia disponible parece sugerir que será distinto. De hecho, existe hoy un preocupante consenso sobre la reducción de la demanda de empleo en las próximas décadas, en especial, pero no únicamente, para el trabajo menos cualificado. En este orden de ideas, les recomiendo la lectura de Men Without Work, de Nicholas Eberstadt, que muestra como en Estados Unidos el peso de los hombres inactivos de 25 a 54 años ha aumentado desde el 7% de los años 70 a más del doble en la actualidad. Una tendencia que, de continuar, lo situaría en el 2050 en un insólito tercio del total.
La tercera, menor crecimiento económico, con sus negativas consecuencias sobre el bienestar, en especial de los grupos con menos recursos. Las posibles razones de ese problema son diversas: estancamiento secular (Larry Summers), exceso de ahorro mundial en relación a la inversión (Ben Bernanke), agotamiento de los fuertes incrementos de productividad (Robert Gordon), negativo impacto del envejecimiento o creciente desigualdad (Raghuram Rajan). En este último aspecto, un reciente trabajo del FMI de Alichi, Katenga y Solé (Income polarization in the United States) muestra como el consumo que se ha dejado de efectuar por el aumento de la polarización del ingreso se sitúa en el entorno de los 400.000 millones de dólares/año, un 3% del total. En suma, y sea cual sea la causa del menor aumento del PIB, lo sustantivo es que parece que nos enfrentamos a una situación peor que en el pasado. Las dificultades de superar la crisis actual formarían parte, en esta narrativa, de ese mismo proceso.
Frente a esta dura realidad y a sus negativas expectativas futuras, la socialdemocracia europea y española no han sido capaces de actualizar su tradicional programa de redistribución del ingreso y de igualdad de oportunidades. Porque las tesis dominantes, las de la tercera vía de Tony Blair, se basaron en una visión del mundo que no es, simplemente, la de hoy. Y por ello se han visto desbordadas por la realidad, dejando atrapados a gran parte de los partidos socialistas europeos en un discurso alejado de la realidad.
¿Qué hacer? Sugiero a sus estrategas que efectúen una relectura de las políticas de pacto social que, desde la segunda guerra mundial y hasta los años 80, presidieron su actuación. Cierto que volver al pasado parece hoy obsoleto. Pero, créanme, no hay nada más avanzado que, a través de la fiscalidad, regresar a la vieja política de redistribución del ingreso y garantía de oportunidades. Las élites occidentales, y las de los partidos socialdemócratas son una parte de ellas, deberían evaluar seriamente las transformaciones económicas operadas, y las consecuencias que generan sobre sus ofertas políticas. De no corregir su enfoque, la crisis de estos días no será más que otro paso, uno más, hacia su definitiva pérdida de influencia social.
Josep Oliver Alonso, UAB y EuropeG.