Socialismo cercado

Los escraches que persiguen a los dirigentes populares culpabilizándolos por los desahucios y suscitando una diatriba sin precedentes entre el derecho de expresión y crítica y el ámbito privado de la vida de todo representante público están ocultando un acoso muy distinto, silencioso pero probablemente más efectivo, que es el que ambientalmente sufren los socialistas, zarandeados por una sucesión de acontecimientos ante los que se ven imposibilitados para responder con sosiego. Es el cerco que reflejan también las últimas encuestas, tras el retraimiento continuado de su opción de voto desde hace tres años, sin que el desgaste que padece el Partido Popular pueda atenuarlo. La debacle socialista se debió a una mezcla de agotamiento cíclico y de brusca rectificación del optimismo antropológico de Rodríguez Zapatero. Ahora los escraches, convertidos en metáfora acaparadora de la contestación social, empujan al socialismo con riesgo de que pierda el equilibrio que le permitía asentarse entre la defensa del Estado de bienestar y un realismo democrático.

La rebelión de quienes acarrean con las peores consecuencias de la crisis sabiéndose inocentes en su gestación está desbordando los cauces de la socialdemocracia no tanto porque represente a una mayoría social sino porque la interpela con una radicalidad imprevista descolocándola del todo. Los exitosos, que hasta hace bien poco eran envidiados y hasta admirados por quienes se las veían canutas para hacer frente a la hipoteca, son hoy objeto de odio. El establishment, del que forman parte los socialistas aun en la oposición, está en la diana de ese reproche sin componendas. Es como si una sorprendente “nueva generación de derechos” hubiera emergido, a cuenta del mantenimiento de la vivienda propia, reclamando justicia incluso hasta donde las leyes actuales o imaginables no pueden alcanzar.

Frente a la práctica imposibilidad de sostener el Estado de bienestar tal cual lo conocíamos antes de la crisis se dan cita, simultáneamente, el fatalismo del desistimiento, por un lado, y la pretensión de un Estado todavía más social que el anterior, por el otro. En medio queda atenazada la socialdemocracia, que busca la vía de escape por esta segunda salida. La asunción por parte del PSOE de la iniciativa de la Junta de Andalucía de expropiar temporalmente viviendas en poder de bancos e inmobiliarias sería su nuevo estandarte. Pero quizá resultan más elocuentes las modificaciones fiscales que propone el partido de Alfredo Pérez Rubalcaba, con el propósito de efectuar la carambola imposible de incrementar la recaudación, dotarse de un marco tributario socialmente más justo y contribuir al crecimiento y el empleo.

El cerco ambiental obliga a actuar a los socialistas, aunque corren el riesgo de agitarse sin que su alternativa se abra paso realmente. Es el riesgo de imprimir radicalidad a un programa que, con esta, se reinventaría por tres veces y otros tantos años, después de que Zapatero corrigiera su expansión en derechos sociales consagrándose a la defensa de la estabilidad presupuestaria, para ahora superar por elevación su acorralamiento. Semana tras semana, las sesiones de control en el Congreso y en el Senado han mostrado la incapacidad socialista para tenerse siquiera en pie ante la impasibilidad de Rajoy, y no sólo debido a la abusiva cantinela de la herencia recibida, sino sobre todo a la dificultad para lanzar propuestas ante las que el Partido Popular no pudiera escabullirse. El recurso a una reforma de la Constitución, tanto en su dimensión social como en cuanto a la organización territorial del Estado, refleja muy bien cómo una idea que pudiera ser más o menos discutible y más o menos interesante ni siquiera alcanza la categoría de tótem útil para el relato socialista cuando el ensayo de un nuevo consenso democrático se antoja imposible, si no temerario. Los socialistas no pueden ponerse a correr precipitadamente para salir del atolladero sin desconcertar al amplio público que les queda y a sus propias bases militantes, a pesar de que estas demanden movimiento. En parte porque no pueden deshacerse tan fácilmente del pasado y sus omisiones, aunque ahora reclamen total transparencia de la Corona, por poner un ejemplo. En parte porque, a pesar de las facilidades que en la oposición de encuentran para ofertar un horizonte dichoso, los ciudadanos han aprendido tantas cosas estos cuatro o cinco últimos años que prima el escepticismo más que el conformismo social. El cerco que rodea a los socialistas no se desvanecerá por ensimismamiento ni por efervescencia, que en estos momentos son lo mismo.

Kepa Aulestia

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