Socialismo, resiliencia y renovación generacional

Aún permanece en la retina de las generaciones adultas aquella noche del 28 de octubre de 1982 en la que la aplastante victoria socialista significó, para muchos, la auténtica reválida del proceso democrático español, jalonando el fin de la Transición. Desde entonces y hasta el momento presente, el socialismo español y su organización – el PSOE – se ha erigido en la estructura más comprometida con la construcción institucional de la España democrática, asumiendo un papel nuclear que casi nadie discute. Desde 1982 hasta 1996, impulsó las reformas más relevantes que dotaron de estabilidad a un país que salía balbuciente de una dictadura consumida en su propia sordidez.

Esta energía inicial, desplegada desde el liderazgo innegable de Felipe González, se fue consumiendo, propiciando el abandono de una buena parte de sus votantes, que han manifestado una cierta sensación de abandono, acaso por ausencia de la necesaria renovación ideológica y programática –aderezada de algún episodio de corrupción– carencias y defectos por donde se han colado discursos de corte populista (Podemos) o social-nativista (remedando a Piketty).

En definitiva, la España de los 80 ha mudado sustancialmente, y sin perjuicio del reconocimiento a los afanes y logros de la generación de la transición, que personalizamos –por todos– en la figura indiscutible de Felipe González, es cierto que la democracia española se enfrenta, aquí y ahora, a enormes retos, principalmente relacionados con el irresuelto problema de la estructuración territorial del Estado y la crispación en torno al revival nacionalista. Este complejo asunto se erige, con frecuencia, en terreno fértil para la disputa partidista, con especial incidencia en el PSOE, pues conviven propuestas claramente federalistas, con posiciones de “descentralización” moderada, próximas a postulados convalidables con el centro derecha.

Los últimos acontecimientos en torno al apoyo presupuestario de Bildu y ERC han vuelto a desatar los viejos demonios que han inflamado la organización en los últimos tiempos, abanderando el propio Felipe González y la llamada vieja guardia una actitud negativista en torno a cualquier acuerdo con los partidos presuntamente más a la izquierda del PSOE, incluidos los nacionalistas. Es una postura legítima, aunque aquejada de una interpretación de la Constitución raquítica (por excluyente), pretendiendo desconocer lo enmarañado del tiempo que vivimos. La simplificación de lo complejo – siempre atractiva– implica una actitud interesada, y su utilización recurrente traslada la sensación de deslegitimación de alternativas y de quien las formula, como es el caso del presidente Pedro Sánchez y su propósito de proponer nuevos caminos –hasta ahora inexplorados– en la pretensión de encontrar la respuesta a viejos problemas heredados.

Viene aquí al caso un texto que le tomo prestado a Thomas Paine, del que participo, y que me parece especialmente feliz: “Cada edad, cada generación es y debe ser tan libre de actuar por sí misma en todos los casos como las edades y las generaciones que las preceden. Si tenemos sobre este punto otro credo, actuamos como esclavos o como tiranos: como esclavos, si creemos que una primera generación tuvo algún derecho para vincularnos; como tiranos, si nos atribuimos la autoridad de vincular a las generaciones que han de seguirnos”.

En la mitología griega, Zeus se vio obligado a mandar a su padre (Cronos) al Tártaro, en su particular contienda generacional. La proverbial resiliencia del PSOE y su capacidad de adaptación al cambio están haciendo posible –con alguna que otra disonancia– un cambio generacional intrínsecamente complejo, sin necesidad de recurrir a la drástica solución arbitrada por el Rey de los Dioses. Eso sí, facilitaría el tránsito, que el viejo dios Cronos se mostrara menos intempestivo y más empático con Zeus, admitiendo de una vez por todas la legitimidad de su reinado.

Juan Manuel Cofiño González es vicepresidente del Consejo de Gobierno del Principado de Asturias.

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