Sociedad civil(izada)

Hoy hablar de la sociedad civil está de moda, pero ¿qué es la sociedad civil? Filósofos, sociólogos y politólogos se devanan los sesos buscando una respuesta, pero esta es muy fácil: sociedad civil es toda aquella parte de la sociedad que no es incivil. Y para saber si cada grupo que se proclama parte de ella cumple o no la condición de civilidad, basta ver sus obras y su actitud y talante. ¿Permite ese grupo la pluralidad en su interior? ¿Acepta el disenso real? ¿Respeta las decisiones personales? ¿Prefiere el acuerdo al desacuerdo? ¿Entiende la divergencia dentro de la voluntad de suma? ¿Es capaz de captar la fuerza de lo heterodoxo? Entonces es sociedad civil (y sobre todo civilizada); si no, es incivil.

Entre ambas posiciones (como entre lo legal y lo ilegal) hay otra categoría muy extendida. Hoy los partidos políticos no están en uno ni en otro campo: son sociedad acivil. No se rigen por los principios que permiten diferenciar lo civil de lo incivil. Se hallan en el limbo de la acivilidad. “Al servicio del partido”, “lo que diga el partido”..., suelen decir sus miembros cuando se les pregunta cuál es su actitud ante el futuro. “El partido”, así, sin adjetivos. Y son aciviles porque así lo han elegido. Nadie les ha forzado a serlo: podría haber un partido político civil(izado) y otro incivil(izado). En Europa abundan, desgraciadamente, estos últimos.

El problema es que hemos caído en el perverso error de la acivilidad. En un clarividente libro sobre los italianos y la figura de Silvio Berlusconi, Giovanni Orsina (siguiendo a Karl Popper) nos descubre que desde Platón, las sociedades mediterráneas no dejamos de hacernos la pregunta equivocada. La cuestión no radica en quién debe gobernar, sino, y cito textualmente, en “cómo podemos organizar las instituciones políticas en modo de impedir que los gobernantes dañinos o incompetentes hagan demasiado daño”. En Italia, las energías del país se han volcado en dos procesos equiparables a lo que en España ha pasado: el ansia de modernización y la necesidad y urgencia de identificar una clase política modernizante. Con este rumbo, la nave de la sociedad civil no tiene nada que hacer y me temo que el país tampoco. Porque la sociedad civil (como tal) no está para decidir quién gobierna, sino cómo se debe gobernar.

En el País Valenciano (ahora que hasta el ministro Montoro nos llama así), diferentes iniciativas se apelotonan en el limitado campo de la denominada sociedad civil. Pero en realidad damos vueltas a la misma equivocada idea: ¿dónde están los líderes que nos sacarán de esta tormenta pluscuamperfecta?, ¿a quién confiaremos las riendas del país? Es un error por parte de la sociedad civil pretender responder esta pregunta para confiarle seguidamente los potentes instrumentos de control y modelado de un país. En su lugar, su tarea debería ser la de promover (como decía Popper) instrumentos y mecanismos, acuerdos tácitos, artefactos de control de daños y un innato reflejo civil(izador) en la sociedad ante los desmanes de quienes la gobiernan...

En términos futbolísticos, Orsina nos resume el sentido de esta misión: ¡no discutir sobre la cualidad de los jugadores, sino sobre las reglas del juego! Dramáticamente reflejado en la imagen de la mosca dando vueltas en el interior de una botella, nuestras sociedades pueden seguir sacrificando clase política tras clase política lanzadas de manera irresponsable al campo minado de la realidad en el que antes que tarde les estallará algo a sus pies. Es triste y desesperanzador incluso para esa misma clase política...

El deber de una sociedad civil(izada) es trabar reglas de juego, mecanismos de salvaguarda, estados de ánimo y una buena dosis de ética ante la que se estrellen los malos gobernantes. Una muralla civil(izada) de barreras legales a la incompetencia, sutiles trampas a la osadía irresponsable y paredes de vergüenza civil ante las que un gobernante funesto no tenga más remedio que escurrir el bulto. Si en Valencia hubiéramos dedicado más tiempo a discutir sobre las reglas de juego, no estaríamos en una tormenta pluscuamperfecta de la que nadie sabe cómo salir. O sí: alguien ha decidido que Valencia es hoy como el tren de la película de los hermanos Marx. “Más madera!”, grita el maquinista, y el tren va siendo desmantelado poco a poco hasta su desaparición final. Solución perfecta a la tormenta perfecta.

La sociedad civil(izada) está en este mundo ni más ni menos que para ayudar a construir un país plausible. No un país perfecto, sino sencillamente plausible. Después, ya veremos hacia dónde va el país, qué rumbo toma, cuáles son sus rasgos, pero previamente debemos esforzarnos por construir un entorno de plausibilidad para él.

Josep Vicent Boira, profesor de la Universitat de València.

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