Solidaridad con los alemanes

En lo peor de los enfrentamientos entre los gobiernos griego y alemán en medio de la crisis del euro, un funcionario alemán trató de convencerme de no insistir en pedir un alivio de deuda para Grecia, con el argumento de que aunque Alemania sea rica, la mayoría del pueblo alemán es pobre. Y no se equivocaba en lo segundo.

Un estudio reciente ha confirmado que la mitad de la población de Alemania posee apenas el 1,5% de la riqueza del país, mientras que el 0,1% superior posee el 20%. Y la desigualdad está empeorando. Durante las últimas dos décadas, el ingreso real disponible del 50% más pobre ha estado en caída, mientras que el del 1% superior viene subiendo rápidamente, a la par del alza de los mercados inmobiliarios y bursátiles.

Hay que ubicar en este contexto de niveles de desigualdad altos y crecientes el estado de ánimo de la población alemana, en particular la resistencia popular a la idea de una unión fiscal paneuropea.

Es comprensible que los trabajadores alemanes, para quienes es cada vez más difícil llegar a fin de mes, rechacen la idea de hacer enormes transferencias constantes de dinero a ciudadanos de otros países. El hecho de que Alemania como un todo se esté volviendo más rica les resulta irrelevante. Saben por experiencia que es probable que el dinero enviado a Italia o Grecia lo aporten ellos, no el 0,1% superior (por no hablar de que probablemente terminará en los bolsillos de unos viles oligarcas griegos o de empresas privadas alemanas que compraron activos griegos por casi nada).

Por eso el fondo de recuperación contra la pandemia por 750 000 millones de euros (880 000 millones de dólares) recién acordado por la Unión Europea y bautizado Next Generation EU amenaza con profundizar las divisiones dentro de Europa, en vez de ser el bálsamo unificador con el que sueñan muchos comentaristas. Dejando a un lado la insignificancia macroeconómica del esquema, hay que analizarlo desde la perspectiva de una persona típica que sobrevive en Alemania dentro del 50% inferior de la distribución de riqueza del país.

Imaginemos que a una trabajadora alemana del común le dicen que el gobierno de su país contraerá una deuda adicional de 100 000 millones de euros para que la UE ayude a otros países a recuperarse de las consecuencias económicas de la pandemia. Esta alemana oye decir que «los italianos recibirán del fondo de recuperación europeo 80 000 millones; los españoles 78 000 millones; y hasta los griegos se embolsarán 23 000 millones».

¿Y para ella qué hay? Menos que nada. Como su gobierno ya está en modo de consolidación fiscal con el objetivo de recuperar un pequeño superávit en 2021, lo único que nuestra trabajadora puede esperar es salarios estancados y más austeridad en la provisión de hospitales, escuelas, rutas y otras infraestructuras locales.

Tal vez sienta compasión por italianos y españoles, que perdieron a tantos por la COVID‑19, pero jamás aceptará repetir esta mutualización de deudas para los europeos del sur o del este. La solidaridad de los trabajadores alemanes (con quienes nadie es solidario) tiene un justo límite.

Sin embargo, apenas se aprobó el fondo Next Generation EU, ya se lo aclamaba como el primer paso de Europa en dirección a una unión fiscal. Pero los entusiastas del plan no tuvieron en cuenta la opinión de la mayoría alemana, un error que ni la canciller Angela Merkel ni quien la siga en el cargo cometerán. Como sea, es probable que la forma subrepticia en que se introdujo la mutualización de deudas en el esquema de financiación de Next Generation EU termine asestando un golpe mortal a la creación de una correcta unión fiscal.

La razón es fácil de comprender. No hay duda de que la mutualización de deudas es una condición necesaria (pero no suficiente) para convertir la eurozona en un área de prosperidad compartida, algo que beneficiará también a los trabajadores alemanes. Pero necesita una implementación correcta y una comunicación persuasiva. Basta pensar en otra unión fiscal (la República Federal de Alemania) y compararla con lo que acaba de crear el Consejo Europeo.

Cuando el capitalismo alemán, por la razón que sea, entra en crisis, el déficit fiscal del gobierno federal aumenta automáticamente, conforme un adicional de fondos fluye hacia los estados federados que hayan sufrido la mayor pérdida de nivel de empleo y recaudación tributaria. Lo bueno de esta correcta unión fiscal es que ningún político alemán tiene que decidir el reparto de las transferencias entre los estados alemanes.

Imaginemos el desastre que sería si el Bundestag alemán, o un foro de ministros presidentes de los estados, tuviera que negociar cuánto dinero transferirá cada uno de los estados más ricos, como Baviera, Renania del Norte‑Westfalia y Baden‑Württemberg a cada uno de los estados más pobres, como Turingia, Sajonia‑Anhalt y Mecklemburgo‑Pomerania Occidental. E imaginemos lo que pasaría si, justo antes del desembolso, el ministro presidente de Baviera pudiera detener la transferencia con destino a Turingia por un plazo de hasta tres meses mientras se analizan sus cuentas públicas. Alemania sería presa de la división y la parálisis.

Lo que acabo de describir es el defecto divisivo fatal que se ha introducido en Next Generation EU. Como escribí en otro lugar, casi parece que esto lo hubiera diseñado algún euroescéptico astuto.

En los próximos años, al activarse el fondo Next Generation EU, las élites alemanas revisarán las cuentas de Italia, España y Grecia. Eso contribuirá a desviar el enojo de los trabajadores alemanes por la austeridad que padecen (junto con los trabajadores italianos, griegos y españoles) en dirección a sus homólogos italianos, españoles y griegos, que naturalmente les responderán con la misma animosidad. Acá no hay ninguna receta para unificar a Europa, sino un plan para dividir a personas cuyos intereses, de hecho, están alineados.

Los que de veras queremos unificar a Europa tenemos el deber de empezar mostrando solidaridad a la mitad de Alemania que posee el 1,5% de su riqueza. Antes de hablar siquiera de eurobonos, primero tenemos que defender un aumento de los salarios alemanes, que se prohíba la recompra de acciones y que se pongan grandes límites a las bonificaciones de los ejecutivos.

A continuación tenemos que demostrar a nuestros amigos alemanes que las políticas actuales de la UE fomentan la desigualdad de riqueza en Alemania, ya que contribuyen al patrimonio del 0,1% y a las penurias de la mayoría. Finalmente, tenemos que explicarles el verdadero significado de una unión fiscal: transferencia de riqueza no de Alemania a Grecia o de Países Bajos a Italia, sino de Hamburgo, Lombardía y Atenas septentrional a Turingia, Calabria y Tracia.

Yanis Varoufakis, a former finance minister of Greece, is leader of the MeRA25 party and Professor of Economics at the University of Athens. Traducción: Esteban Flamini.

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