¿Solidaridad española a cambio de nada?

El debate suscitado por el plante de España al reglamento propuesto por la Comisión Europea para reducir un 15% el consumo de gas de los Estados miembros podría condensarse en uno de los más célebres apotegmas de Mariano Rajoy: "Una cosa es ser solidario, y otra cosa es ser solidario a cambio de nada".

A esto sonó la justificación de Teresa Ribera para negarse a respaldar el plan de emergencia de Bruselas orientado a capear el escenario de un corte del gas ruso el próximo invierno. Dijo la ministra para la Transición Ecológica: "España es una sociedad europeísta y solidaria. Por tanto, lamento profundamente decir que España no apoya esta propuesta". ¡Somos solidarios, pero no a cambio de nada!

Finalmente, España ha cedido en su postura de recortes cero y ha transigido con una reducción del 7% en el consumo de gas después de las múltiples excepciones para los países isla energética incluidas en la norma aprobada por los ministros de Energía de la UE.

Paralelamente al hecho de que nuestro país haya tenido que envainársela una vez más en Bruselas, lo más interesante es que sigue coleando el debate sobre la solidaridad.

Nadie duda de la razonabilidad de los argumentos del Gobierno para negarse a pagar por los errores de la planificación energética alemana. España ha venido diversificando sus proveedores, se ha dotado de notables infraestructuras de regasificación y tiene su capacidad de almacenamiento cubierta en más del 80%.

Lo que sí se cuestiona es la moralidad del rechazo español a participar del rescate energético europeo a Alemania. De nuestra opinión publicada de estos días he podido rescatar, fundamentalmente, los siguientes argumentos en contra de la decisión del Gobierno:

1. No es recomendable dejar que Alemania entre en crisis, dado que, en virtud de la integración económica europea, su crisis nos afectará también a nosotros. Ya saben, si la locomotora europea se gripa, descarrilarán también los vagones de clase turista.

2. Europa ya ha sido sobradamente solidaria en su momento con España, y ahora nos toca devolver esa solidaridad. ¿No ha salido nuestro país netamente beneficiado por el rescate bancario, las compras masivas de deuda, la relajación de las reglas de déficit, los Fondos Next Generation EU y, más recientemente, por la excepción ibérica?

3. Incluso concediendo que el norte de Europa no fuera estrictamente solidario en su momento (la solidaridad de los halcones tampoco fue a cambio de nada, sino que vino acompañada de ajustes severos), la altura moral que designa el propio concepto de solidaridad supone que nosotros sí debemos ser caritativos, olvidando todo revanchismo o ajuste de cuentas.

4. Rechazar el plan de contingencia comunitario es hacerle el juego a Vladímir Putin, que precisamente busca una Europa dividida.

En debates como estos, lo más aconsejable es contemplar la cuestión bajo una luz nueva, que permita no tanto resolver el problema como "disolverlo". Algo así hizo Luis Atienza en su última tribuna en El País, introduciendo un elemento nuevo a la discusión: la confusión entre solidaridad y simpatía.

Primero, porque no parece demasiado solidario el desdén de los países noreuropeos a lo largo de estos años por la mejora de la capacidad de interconexión con el continente de los países periféricos. Una conectividad deficiente que, como explica Atienza, es la que ahora dificultará el apoyo mutuo entre los países para redistribuir el gas. En este sentido, es compatible la aplicación del principio de solidaridad con "un reparto equilibrado del esfuerzo".

Pero segundo, y más importante, porque no tiene sentido exigir los mismos recortes energéticos a España que a Alemania "cuando ese ahorro apenas puede beneficiar a los socios porque no hay interconexiones suficientes. Se trataría de cortes de suministro por simpatía, no por solidaridad. Algo así como ponerse a dieta para acompañar a alguien que está obligado a hacerla".

También Pablo Suanzes en El Mundo nos brinda elementos de juicio alternativos para salir del embrollo de la solidaridad. Y lo hace desmintiendo una vez más aquello del Spain is different. Porque lo habitual es que los países discutan y renegocien las propuestas iniciales de la Comisión Europea: "No hay nada desleal o insolidario en discrepar de buena fe. Todos los países tienen preferencias, intereses y líneas rojas".

Hay una suerte de mistificación europeísta y de seguidismo bruselense transversal a nuestros partidos políticos que  lleva a condenar toda afirmación de singularidad nacional. Y se diría que el idealismo que está en la base del multilateralismo de la UE nos hace olvidar lo que una teoría más realista de las Relaciones Internacionales pone de manifiesto: que los países tienen intereses nacionales que buscan hacer valer en la arena internacional.

Sólo desde una proyección naif de categorías morales improcedentes para el ámbito de las relaciones internacionales se puede afirmar que España esté siendo insolidaria con sus socios. Que los Estados miembros busquen influir en el proceso político comunitario para proteger sus intereses nacionales es lo normal y lo esperable.

Sorprende tener que recordar este aspecto tan elemental en el marco de una Unión Europea (UE) cuyo diseño económico y régimen monetario favorecen claramente a Alemania y a sus socios comerciales en detrimento de la Europa del sur.

No es sólo que Alemania, quien ahora apela a la dadivosidad desinteresada, haya priorizado sistemáticamente las necesidades de su complejo industrial a los intereses geopolíticos y a la cohesión interna de la UE. Es que el mayor peso comparativo que tiene en la toma de decisiones comunitarias también ha decantado históricamente la política económica de la UE en su favor.

Esta no es una cuestión de euroescepticismo.  Los datos reflejan que el país germano salió beneficiado de las medidas aplicadas para paliar la crisis del euro, mientras las clases medias sureñas se empobrecían con unas políticas de austeridad que se demostraron, en el cómputo global, contraproducentes. No se puede perpetuar la mitología de unos PIGS manirrotos y dispendiosos frente a unos frugales siempre fiscalmente diligentes sin entender que la arquitectura de la unión económica y monetaria beneficia estructuralmente a la economía alemana.

Los organismos comunitarios, a su vez, han replicado, en forma de una receta única para países muy distintos, una política económica en línea con los intereses del modelo germano. Devaluaciones competitivas y austeridad fiscal. Y este es justamente otro de los elementos de análisis que cabe oponer a los argumentos contrarios a la insolidaridad del Gobierno español: que Europa no es políticamente neutral.

Como explicó Suanzes en su tribuna, "los españoles tienden a pensar que la Comisión Europea es un organismo aséptico" que "sólo busca el bien común y trabaja en el vacío". Sin embargo, la Comisión "acusa como todos el peso de la ideología o de las nacionalidades" y "tiene intereses y agenda propia".

J. H. H. Weiler, especialista en Derecho de la Unión Europea, recuerda que "ontológicamente, no existe una situación de gobernanza que sea políticamente neutral. Simplemente, la política es escondida bajo la alfombra".

Advertir el sesgo de las instituciones comunitarias supone desengañarse de un europeísmo biempensante que proscribe cualquier defensa de los intereses nacionales en los foros europeos. Los desequilibrios regionales aconsejan que el Gobierno pueda alzar la voz en ulteriores ocasiones en las que estime que las necesidades españolas estén siendo infrarrepresentadas en las decisiones colectivas de los Veintisiete.

Así las cosas, lo más lógico es que España conserve una cierta firmeza contestataria para lograr una distribución del poder más equitativa en la UE, ocupando asimismo espacios en las distintas instituciones europeas.

Como recomendaba el Real Instituto Elcano en uno de sus informes: "Es necesario avanzar hacia un concepto expansivo de influencia en Bruselas", articulando un "ecosistema de influencia española en la UE". O sea, "reducir el componente de reactividad, y avanzar hacia una actitud más propositiva de España hacia la UE".

Víctor Núñez es periodista.

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