La solidaridad es una cualidad de nuevo cuño que llena ahora las páginas de la Prensa, si bien los protagonistas de la llamada del corazón son especialmente entusiastas de esta novedosa virtud. Para ejercerla, basta viajar un fin de semana con el fotógrafo predilecto a una de las innumerables islas tropicales y abrazarse a un tierno infante de mirada de gacela, mientras se dispara la cámara para perpetuar las imágenes.
Quien dice islas tropicales, acepta igualmente las sabanas del África subsahariana y las selvas del Amazonas o de Malasia. Las fotos serán parecidamente lucidas, pero el alojamiento y el disfrute posterior a la sesión fotográfica van a desmerecer bastante.
Conviene retratarse con vestimenta sencilla pero de alguna firma señera en la moda que, oportunamente notificada, se hará cargo de los gastos de traslado y habitación, además de un plus para pequeños gastos. Las mujeres estarán perfectamente maquilladas porque lo cortés no quita lo valiente y las criaturas locales deberán mostrar un contraste notorio con el o la protagonista: la ropa presentará abundantes destrozos, la suciedad será obligatoria en manos y piernas, aunque lo esencial es una mirada triste que mueva a compasión.
La ventaja de la solidaridad es que puede ejercitarse lo mismo en verano que en invierno, en época alta publicitaria o en temporada sin eventos, cualquier momento es conveniente porque para hacer el bien, todos son oportunos.
También resultan muy solidarias las grandes cenas con vestidos de las mejores firmas, la inauguración de joyerías y tiendas de moda, y todas aquellas ocasiones en las que el lujo y la riqueza pueden ostentarse con un fin altruista.
Dudo que los interfectos, poco inclinados al análisis de vocablos según mi impresión personal, sepan que la Real Academia Española define solidaridad como «adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros», pero si ese fuera el caso, seguro que lo que más les atrae es el adjetivo circunstancial. ¡Sería tremendo que esa situación tuviera continuidad!
Como la de esos misioneros, numerosos y desconocidos, que dedican su vida a las personas del África profunda (ellos la llaman con el nombre propio y en su idioma local), de las selvas bolivianas o peruanas, y del sudeste asiático. Pero todos esos sujetos son masoquistas, gente sin notoriedad alguna, y que no están adscritos a ninguna ONG sino a un instituto u orden de la Iglesia Católica, en flagrante demostración de su radicalidad y cerrilismo.
Son tan arcaicos que dicen obrar por caridad, obsoleta voz que en griego significa amor y que según la ya nombrada RAE es «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos», ¡Serán antiguos!
Cuando el amor, como saben todos los habituales de las tertulias radiofónicas o televisivas, consiste en compartir el lecho con una persona que una vez saludó al cuñado del sastre que engalanó a la vecina de piso de cierto pariente lejano de un famoso.
Pero así está el país, sin una noción clara de las cosas más elementales y tergiversando conocimientos y saberes.
Las personas solidarias están además, en su inmensa mayoría, «comprometidas», adjetivo que nunca acompaña a ningún sustantivo porque tanta definición sería contraria a la postura benefactora del haz bien y no mires a quien. Y de compromiso en compromiso, bien henchidos de solidaridad, puede pasarse toda una temporada en espera de que llegue el verano, que con biquini de rayas o no, es el gran momento de ese sector de la sociedad que siembra felicidad entre los coetáneos dando a conocer su interesante vida.
Hoy en día, cualquier actividad cara al público exige la mayor base posible y la solidaridad no aparta a nadie e incluso su ropaje altruista favorece la buena acogida, y como es laica que significa neutral para algunos, «ni chicha ni limoná», resulta muy actual, pues lo trascendente produce erisipela en el cutis de la modernidad.
El número es el ídolo al que adorar: se remunera a deportistas e intérpretes artísticos en función de las personas que los ven actuar, no por como ejecutan lo que constituye su profesión. Si la audiencia es astronómica, gracias especialmente a la televisión, sus emolumentos también lo serán; estarán acordes con el público que lo contempla independientemente de la calidad de lo que realicen, por eso los cantantes de moda tienen mayores ingresos que los de ópera, comparando dos actividades en las que el aprendizaje no puede equipararse en esfuerzo.
En una época de sucedáneos lo mismo en la alimentación que en el pensamiento, se buscan palabras que suavicen o confundan los conceptos: el crudo sexo se disfraza de amor, la solidaridad remplaza a la caridad, y a la moral se la denomina ética porque los sabios discípulos de la Logse entienden que el griego es menos exigente que el latín.
Marqués de Laserna, académico correspondiente de la Real de la Historia.