Solidaridad y deslegitimación

Como nuestros tres hijos y nuestros nietos viven en Tel Aviv, mi mujer y yo decidimos dejar la bella ciudad portuaria de Haifa, en la que vivíamos desde hace 45 años, y mudarnos a lo que llamamos irónicamente el “Estado de Tel Aviv”. Preparando la mudanza, nos encontramos con un manojo de cartas de la década de los sesenta, cuando vivíamos en Francia mi mujer y yo. Eran las cartas que escribimos a nuestros padres, en Israel, desde mediados de mayo de 1967 hasta finales de julio de ese mismo año. Al principio, expresábamos nuestra angustia y temor ante la guerra que cada vez se hacía más previsible, después hablábamos de la guerra misma, que sólo duró seis días, y por último mostrábamos la euforia por la victoria israelí.

Sobre esa época se han escrito muchos libros desde distintos puntos de vista, pero la experiencia y el testimonio personal que reflejaban esas viejas cartas me impresionó de nuevo, sobre todo por la diferencia entre la angustia, la solidaridad y la admiración que los europeos sentían hacia Israel hace 45 años –y que nosotros sentimos con fuerza en primera persona– y entre las crecientes reticencias hacia el Estado judío en los últimos años y que a veces llegan hasta su deslegitimación como Estado e incluso a la posibilidad de que desaparezca como tal a finales del siglo XXI.

¿Cómo y por qué se ha dado este giro? Sin duda, la preocupación de entonces por Israel era auténtica e importante. Hasta hubo jóvenes no judíos que iban a inscribirse como voluntarios para luchar del lado de Israel en una guerra que se consideraba peligrosa y perdida. En aquellas semanas existía la sensación de que defender a Israel no era una cuestión política sino una obligación moral, tal como pasó en la guerra civil española.

Tampoco la rápida y deslumbrante victoria israelí redujo el grado de solidaridad con nuestro país. Nadie pensó que tal vez Israel había engañado a la gente mostrando una angustia exagerada, y que había querido dar la apariencia de ser débil cuando en realidad su poder y fuerza eran grandes. Al contrario, su victoria se vio como un hecho justo. Por otro lado, también conviene recordar que la solidaridad con Israel cruzó el telón de acero y se extendió por el bloque soviético.

Además, la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU avaló la victoria israelí de forma unánime y determinó con claridad que los territorios ocupados en la guerra sólo volverían a ser parte de sus antiguos países a cambio de la paz con Israel y de la desmilitarización de esos territorios.

Lo que pasó después es conocido ya por todos: primero, los árabes se negaron a entablar negociación alguna con Israel y se inició una guerra de desgaste en las nuevas fronteras, con una ola de terrorismo en Cisjordania, en la franja de Gaza y dentro de Israel. Y con todo, ya entonces empezó a deteriorarse la imagen y el estatus moral del Estado de Israel. Y a pesar de los acuerdos de paz con Egipto y Jordania y la devolución de toda la península del Sinaí, la solidaridad, el amor y la admiración de antaño se convirtieron en rabia y decepción hacia Israel.

Es curioso porque en comparación con las atrocidades cometidas en el siglo XX (la guerra de los Balcanes, Vietnam, Camboya o países africanos), por no hablar de los sanguinarios regímenes nazi y estalinista, lo que hacía el ejército israelí en los territorios ocupados era una auténtica tontería. Hay que decir que incluso en plena Segunda Guerra Mundial, a nadie se le ocurrió decir, ni siquiera a un judío, que había que exterminar a Alemania de la faz de la tierra ni deslegitimarla como Estado.

Cuando hoy en día oigo las recriminaciones justas e injustas contra Israel, observo que hay una que sobresale frente al resto y que creo que es la causa principal del odio furibundo que a veces se siente hacia Israel. Me refiero a la imparable construcción de asentamientos en los territorios ocupados; muchos se justifican por motivos de seguridad y otros se justifican con la excusa de que, debido al pequeño y vulnerable territorio de Israel, conviene que los territorios estén desmilitarizados. Sea por lo que sea, nadie con ética y conciencia histórica puede justificar la construcción de asentamientos a través de expropiaciones aleatorias e injustas de tierras que se supone que han de conformar el Estado palestino.

En definitiva, se trata de un acto injusto que pone en duda la justicia que implicaba la victoria israelí en la guerra de los Seis Días. Y como la solidaridad y admiración del pasado se han convertido en una amarga decepción en el presente, ahora se está poniendo en duda también la legitimidad del propio Estado de Israel. La mayoría de los israelíes consideran los asentamientos una cuestión secundaria, y aunque no los vean como algo necesario y justo, siguen siendo un asunto menor dentro de la lucha global del país por sobrevivir en paz. Pero no se dan cuenta de que este asunto está deteriorando la posición moral de Israel a los ojos de muchos. Para mantener su legitimidad, es mucho más importante la justificación moral del Estado judío que otros aspectos como su carácter democrático, el recuerdo de la shoah o el poder económico, militar y cultural que Israel ha ido acumulando con tanta diligencia.

Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.

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