¿Solidarios o soldados?

Por Xavier Rubert de Ventós (LA VANGUARDIA, 02/07/04):

El cofrecillo es siempre un cajón de las sorpresas, una guarida de nimiedades, un refugio de antiguallas ya olvidadas. Lo abrimos y al fondo nos aparecen muñecos, pajaritas, devocionarios, collares y abalorios. Pero al ir removiendo su contenido aparecen los objetos más pequeños –insignias, perlas falsas, algún caramelo que se ha depositado en el fondo–. Fue tras la muerte de mi abuelo, cuando yo anduve fisgoneando en un cofre así, que siempre había mirado con curiosidad, situado en la esquina más oscura de su cómoda.

Al principio aparecieron medallas y cajitas con gemelos desparejados; luego, más al fondo, agujas de corbata, tarjetas de visita y una foto del abuelo con sus cuatro hermanos en el Broadway neoyorquino. Era una foto relativamente grande que parecía coincidir en su extensión con el fondo del cofrecillo y del que era difícil extraerla. Me costó, pero al fin lo conseguí. Debajo de ella, en el fondo del fondo, escondida debajo de la foto, vi entonces que quedaba todavía una condecoración de buen tamaño, redonda y con la bandera española en toda su extensión. En su perímetro, y con letras mayúsculas se leía:

“MEDALLA A LOS VOLUNTARIOS FORZOSOS DE FILIPINAS” (y en el dorso, en letra más pequeña y medio borrada, “Ceilán, 189...”).

Mi perplejidad por eso de “voluntarios forzosos” y por lo de “Ceilán” me conduce hoy a una reflexión política. Pero empecemos por el asombro. Cierto que mi abuelo me había hablado ya de Ceilán como el lugar más bello del mundo, pero en aquellos años la isla pertenecía ya al imperio británico. ¿Por qué le concedieron allí la medalla? Su entusiasmo, casi turístico, por las palmeras y los arrecifes no lo justificaba, ciertamente. ¿O era quizás al revés: no sería la condecoración misma la que le había comunicado el encanto por el país donde se la dieron? No sé, no acabé de entenderlo. Pero sí he recordado ahora que tanto el nombre que le dieron los griegos a la isla –Tapobana: lugar de los regalos exóticos–, como su nombre indígena original –Serendip: lugar donde uno encuentra lo que no ha ido a buscar–, ambos se refieren a la chiripa por la que ocurrían allí las cosas. Cumpliendo con su etimología, mi abuelo habría recibido allí la medalla por chiripa, por serendipity. Como es sabido, desde Horacio Walpole los ingleses han extendido el uso del término serendipity a todo encuentro o descubrimiento que se produce sin buscarlo: Arquímedes en la bañera, Fleming con un cultivo enmohecido que resultó ser el penicillum notatum, un obrero que descubrió la toalla a partir de una tela echada a perder.

Como fue también sin pensarlo –por pura serendipity asociativa– que me volvió a la memoria esta historia al leer, hace unos meses, la siguiente declaración de un ministro del PP, tan paradójica como el lema de mi medalla.

Ese mal llamado déficit fiscal de que tanto se habla en Catalunya –afirmaba el ministro– no es sino la expresión de la solidaridad de esta región con el resto de España.

Pero ¿cómo se puede ser solidario si así está ya mandado y legislado? ¿Cómo puede uno llegar a ser solidario si otros lo deciden por uno? Para ser voluntario mi abuelo no podía ser forzado, como para ser solidaria nuestra región no puede estar literalmente soldada. No se trata pues de que la frase del ministro sea de hecho verdadera o falsa: es simplemente una contradicción en los términos, una paradoja que ya Hegel elaboró en su Fenomenología del espíritu: “Igual que para pelearse hay que empezar abrazándose –decía–, para abrazarse hay que empezar por ser dos”. En efecto, ¿cómo se puede pedir solidaridad a un pueblo que no tiene autonomía fiscal ni puede elaborar sus presupuestos sino una vez le han ya solidarizado? (¿y al que dan aún largas cuando propone una fórmula tan sencilla y generalizable como pagar por renta y cobrar por población?).

Personalmente, yo deseo que el nuevo Gobierno catalán sea todo lo solidario que se pueda con Cuenca o con Almería, y que si ahora le dedica un 8% de su PIB, llegue, si hace el caso, al doble. Lo que considero un sarcasmo es que un presidente del PP y otro anterior coincidieran literalmente en “el reconocimiento paladino de que Catalunya ha hecho todo este tiempo un gran esfuerzo de generosidad hacia España”. ¿Cómo podían loar la generosidad de quien ha sido desposeído de forma no voluntaria, ni equitativa, ni transparente? Tan poco transparente, en efecto, que ni los propios beneficiarios reparaban de ello, de forma que los presidentes españoles de turno trataban de justificar las concesiones hechas a Catalunya recordándoles que, de todas formas, estos catalanes habían sido muy generosos en su solidaria aportación a España. ¿Generosidad? ¿Solidaridad? ¿Aportación? Más exacto hubiera sido hablar del peaje (éste, no de autopista) que han tenido que pagar los habitantes de Catalunya para poder ser españoles; una aportación que representa más del doble porcentual de lo que paga un habitante de Baden-Württenberg por ser alemán. Ésta es la cantidad que tanto Antoni Castells como E. Martínez García y el European Policies Research Group calcularon que aporta Catalunya por encima de lo que le tocaría con criterios europeos: un déficit fiscal desproporcionado que puede resultar tan contraproductivo en Catalunya como adictivo para las regiones más afines a la cultura de la subvención. Y no digamos si en lugar de estar adscrita a España, Catalunya lo estuviera a Francia o al Reino Unido. Allí, las áreas europeas de similar nivel de renta (como Midi-Pyrénées o Escocia) reciben del Estado una aportación neta de un 5% del PIB, mientras que nosotros pagamos el 8% –una diferencia, pues, del 13%–.

Pero lo dicho: yo prefiero pagar más si es necesario pero, eso sí, no estar pegado. Es lo que espero se vaya produciendo ahora que A. Castells es conseller de la Generalitat y que vamos a elaborar un nuevo Estatut: que seamos lo bastante libres para poder llegar a ser solidarios y no seguir ya recibiendo medallas de solidarios forzosos por lo mismo que mi abuelo recibió la de voluntario forzoso: él por ser soldado de España, nosotros por estar soldados a ella.