Solo el sólo

El pasado 17 de noviembre ABC publicó una columna de David Gistau titulada «S.O.S», sobre la tilde de la palabra sólo, y en la cual –dentro de un tono acentuadamente cordial al que me adhiero– eran referidos como «matarifes» quienes la cercenan en el periódico. Quizá sería suficiente presumir en el ánimo de estos un sano espíritu podador, sin voluntad mortífera... Poco después (30 de noviembre), ABC ofreció una doble página con opiniones de escritores diversos acerca de ese mismo asunto: o sea, sobre la devastación de la tilde, no sobre los matarifes, esos sospechosos jiferos, virtuosos solistas del descuartizamiento del adverbio, entre quienes «mato» y me cuento / sin fruición ni remordimiento (poesía). En aquella doble página Salvador Gutiérrez, coordinador de la «Ortografía de la Lengua Española», exponía sabias razones para suprimir la dichosa tilde, cuyos respetables guardianes tal vez prefieran calificarla en francés, idioma que para llamarla dichosa en el mismo sentido dispone del adjetivo «sacrée» (¡sagrada!).

Solo el sóloHay muchos partidarios de mantener la tilde en sólo. Sus argumentos, por descontado, son tan válidos como la opción opuesta, que es la que prefiero. La controversia no degenerará en polémica (del griego «polémos»: guerra); no merece belicismo, por muchos matarifes que haya. El interés principal no está en la supervivencia o el adiós de la virgulilla, sino en la atención y las fogosas adhesiones que su suerte ha suscitado, en contraste con otros usos y abusos lingüísticos. Como si Conan el Bárbaro fuera quien escabecha tildes y no quien a mano armada hace destrozos mucho mayores en el cuerpo de la lengua, más indefenso que el penacho de aquellas. Los márgenes de las páginas se cubren de tildes cercenadas, pero la que está hecha trizas no es la o, sino la lengua misma.

Es chocante, insólito. Qué grandes pruritos, defensas y emociones a cuenta de una tilde, como si en la gorra empinada del sólo –look Neymar– se concentrara la entera galanura del español. En el tocado nos ponemos susceptibles, custodios, estupendos; de la gorrilla para abajo, sin embargo, en cuestiones que lo necesitan mucho más, no se aprecia idéntico escrúpulo, sino un creciente desarreglo, del que sigue esta somera relación de ejemplos:

«Le dijo a sus amigos que...» (mejor: LES dijo). «Soy de los que opina que...» (los que opinAN que). «Un grupo de gamberros interrumpieron...» (interrumpiÓ). «Deben ser las 7» (deben DE ser las 7). «Deberías de venir» (deberías venir). «Mientras ella ha ganado mucho, yo lo he perdido todo» (mientras QUE...). «Mientras que se ponía el sol, paseamos por...» (mientras se ponía). «Estoy seguro que vendrá» (estoy seguro DE que). «Lo tramó junto a su mujer y sus hijos» (no es que lo tramara a su lado; lo tramaron todos: lo tramó junto CON ellos). «Con su propio arma...» (su propiA arma). «El jefe trasladó a su equipo su decisión» (verbo a la repelente moda política: trasladar; en vez de decir, expresar, comunicar, manifestar...). «Pepito admitió trampas en la partida» (otro que tal, el último grito político-social, el verbo admitir, peligrosamente equívoco. ¿Se quiso decir que Pepito toleró/aceptó las trampas? No, sino que las hizo. En tal caso, reconoció que, confesó que...). «Preguntado, el autor respondió que...» (no; lo preguntado es la pregunta, no el personaje). «El suplente Fulano actuará ante la baja del titular» (POR, A CAUSA DE...). «El pedido llegará en breve...» (PRONTO. En breve no es incorrecto, pero a base de afectación está dejando al pronto en peligro de extinción. Me temo que pronto desaparecerá en breve).

La muestra podría ampliarse indefinidamente, sobre todo si en vez de ejemplos imaginarios como estos escogiéramos otros reales: libros, periódicos, anuncios publicitarios y textos o locuciones de toda especie rebosan de este tipo de errores, huérfanos del atildamiento que se le dedica al sólo. (Huelga decir que tanto Gistau como aquellos encuestados pueden excluirse con todo derecho del personal negligente; solo han sido aludidos aquí como mera referencia para el arranque de este artículo).

En resumen: concordancias a bulto, verbos al tuntún, preposiciones a voleo... ¡Peeeeero ahí tenemos la tilde del sólo, airosa, resistente, digna, para probar el común esmero con el que todos, medios, literatos, doctores, discípulos, lumbreras, esnobs, líderes eminentes, mercachifles de crecepelo, velamos por el acendrado empleo de nuestro universal lenguaje!

El calificativo es tentador, muy tentador... Pero no tildaré de matarife de la lengua a quien mortifique reglas saludables mientras se pirra por acicalar acentos semidifuntos. La tentación no es para tanto. Porque cargarse una tilde está tirado, pero matar una lengua a fuerza de patadas a la gramática no es tan fácil. Seguirá viva; eso sí, cada vez más desfigurada, fea, deforme. Y a ver quién es el guapo que luego la adecenta. Solo el sólo, de atildada guapeza.

Ignacio Torrijos, periodista.

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