Solo en la bolera

Escribe Aristóteles, nada menos: no existe vida política en una ciudad donde los unos envidian y los otros desprecian. España debe tener voz propia en la cumbre de Washington. Tenemos que ser capaces de distinguir entre Estado y Gobierno, entre el interés general y el oportunismo partidista. Tal vez ellos no lo hacen. Nosotros, sí: por sentido del deber. Ojalá consiga Zapatero esa «wild card» de última hora para asistir a la fiesta, aunque lo tiene difícil. A lo mejor nuestra diplomacia demuestra ser eficaz después de tanto letargo... Por dimensión económica y financiera, España tiene que estar casi en todas partes. Hay otros ausentes. Por citar ejemplos de la Unión Europea, faltan países como Holanda o Suecia. ¿Sobran algunos? La lista incluye populistas, dictadores y algún que otro desastre, pero eso importa poco. Es conveniente estar allí. ¿Para qué? Esa es una historia diferente. Hablan de refundar el capitalismo, una solemne tontería. La derecha asume sin pudor el lenguaje de la izquierda. Todos somos socialdemócratas, dispuestos a enterrar a los perversos neoliberales que algunos poco sutiles confunden con los «neocons». Fatal arrogancia, diría Hayek. El capitalismo no se crea ni se destruye, es producto de una evolución de siglos ajena -por fortuna- a la supuesta omnisciencia de los políticos intervencionistas. Habrá foto y poco mas. Es decir, lo único que importa de verdad a nuestro presidente posmoderno.

Escribo desde Oviedo, poco antes de la brillante ceremonia de los premios Príncipe de Asturias. Hay buenas plumas entre los premiados: Atwood, Todorov... Me quedo con Clarín, por aquello del paisanaje. O mejor con don Leopoldo Alas, porque comparece aquí en su faceta de profesor y jurista. Habla el maestro sobre los diletantes de la democracia, gente cándida y superficial, habitantes del «nirvana» político, partidarios del «por ahora». ¿Pensaba ya en Zapatero? Las relaciones internacionales son un asunto muy serio. La política de poder es incompatible con lecturas adolescentes y maniobras en la sede del partido. La culpa es suya, claro. El catálogo, bien conocido: desaire a la bandera; salida en falso de Irak; guiños a ciertos tiranos; ocurrencias del tipo Alianza de Civilizaciones, propias acaso de una redacción escolar. En el siglo XXI nadie puede jugar a las bravatas con el presidente de los Estados Unidos. Hallarse en «no speaking terms» con Bush pasa factura donde más duele. Es ridículo apostar por un cambio radical en la Casa Blanca, aunque triunfe Obama como parece... Mientras algunos se agitan, ABC informa. Habrán leído, sin duda, la minuta oficial del viaje de Moratinos a Washington en abril de 2004. Ya saben cuál era la opinión de Joe Biden, probable vicepresidente: gane quien gane, costará mucho reparar los daños. Eso por no hablar de Collin Powell, el nuevo amigo del candidato demócrata. En la república imperial todo el mundo sabe a qué juega cada uno.

Sería injusto no reconocerlo. Zapatero resulta menos irritante desde que preside el Gobierno de España (o sea, a finales de la pasada legislatura) y no la deriva sin rumbo de una Nación discutida y discutible. No hay, que sepamos, negociación con ETA. Cabe incluso limitar la fractura territorial, si se confirman ciertas sospechas acerca de la sentencia constitucional sobre el Estatuto catalán. Incluso el fiscal recurre sin rodeos el auto delirante de Baltasar Garzón. Parece que, poco a poco, le interesa la política exterior. El problema reside en la extraña mentalidad del socialismo flotante. Las ideas tienen consecuencias, escribe Richard M. Weaber, en un libro muy recomendable para lidiar con la revolución conservadora. Los hechos, todavía más. Los posmodernos no lo admiten porque imaginan que todo sale gratis y que basta cambiar el discurso cuando y como convenga. No es así. La realidad no es una construcción arbitraria que nos propone un modelo para armar a base de fragmentos, aunque lo digan los folletos progresistas y los intelectuales de cabecera. No es indiferente hacer las cosas bien o hacerlas mal. Los actos, insisto, tienen consecuencias, mal que les pese a los habitantes de la ciudad irreal. Los errores son patentes. Cabe rectificar, pero eso lleva tiempo y exige voluntad firme. Por ahora, sólo hay indicios menores y sería ingenuo confiar en un personaje tan voluble. De hecho, las medidas ante la crisis -copiadas de los demás- llegan con el lastre del eterno oportunismo partidista para sorprender al adversario.

Falacias que debilitan la posición internacional de España. Primera. Ruptura del consenso constitucional. Con sus grandezas y servidumbres, la Transición nos dejó una seña de identidad colectiva como nación renovada. Hasta hace poco, en las universidades extranjeras estudiaban la labor de Adolfo Suárez. Ahora, eterna maldición, salen los huesos de García Lorca. Si hay propósito de la enmienda, habrá que cerrar el grifo de la falsa memoria histórica. Segunda. Desbarajuste territorial: un país que juega con fuego dentro de su territorio ofrece un flanco débil para competir en un mundo ajeno a las treguas solidarias. Tercera. Pésima elección de los socios internacionales. Ante todo, digamos la verdad: la reacción social ante la guerra de Irak y el 11-M fue deprimente, por la izquierda y por la derecha. He aquí los límites de una sociedad que mantiene desde hace siglos una relación poco madura con el mundo exterior. Hemos mejorado, sin duda, pero todavía falta mucho. A pesar de todo, no nos merecemos a Chávez y a otros déspotas menores. Tampoco al castrismo terminal. Urge rectificar y aprender la lección. Cuarta, y por ahora última. Opinión unánime: la fortaleza de nuestro tejido empresarial y bancario, con varias multinacionales al frente, contrasta con una clase política mejorable y unos reguladores fallidos que no garantizan la limpieza del mercado. Falso consuelo: salvo alguna excepción, les pasa lo mismo a los invitados del G-20.

Eterno adolescente, el presidente del Gobierno corre el riesgo de pasar el 15-N «solo en la bolera». Utilizo, ya saben, el título ingenioso de un notable estudio sobre la pérdida de «capital social» en los Estados Unidos, fuente de arduos debates entre comunitaristas y liberales. El chico en la bolera (da lo mismo el basket, a estos efectos) y los mayores en la foto para sustituir a Bretton Woods en los manuales de historia económica. Castigo excesivo para su vanidad mediática. Nacerá el consenso socialdemócrata y los protagonistas serán Brown, tal vez Almunia y -cosas de la vida- algunos políticos del ámbito liberal y conservador. Ojalá esté allí Zapatero. Nos ha costado mucho llegar hasta (casi) la primera fila para perder el sitio nada más empezar el juego, aunque sea por una negligencia imperdonable.

Si no hay foto, callados y a trabajar. El nivel está discreto, basta con mirar a los elegidos. En poco tiempo se puede recuperar la confianza dilapidada. Eso sí, con rigor y seriedad. También con patriotismo del bueno, y no del que pretende cerrar la boca al que dice las verdades. Se impondrá pronto la lógica. Los mejores de los nuestros tienen mucho que decir en el futuro de la banca y de la gran empresa. Olviden las bromas sobre refundación del capitalismo y las cortinas de humo para ocultar las penurias del mal gobierno. Por el bien de todos, descartemos la imagen del solitario en La Moncloa, leyendo a Eliot, el formidable poeta, en aquella triste circunstancia: «¿Qué vamos a hacer mañana? ¿Haremos algo alguna vez?».

Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas.