Rogaría a los gestores de esta oportunidad única que se despojaran de frivolidades, renunciaran al marketing político y descartaran el cálculo mezquino. No es el momento. Se trata de mantener a España unida y salvar su democracia liberal. Tiempo tendrán de volver a pullas y minucias cuando liquiden el sanchismo, objetivo donde la necesidad más absoluta se une a la urgencia más apremiante.
Hora es de verdades, no de posicionamientos, miedos escénicos, luz de gas y zancadillas partisanas a quien va a ser tu socio en el único escenario donde España permanece libre y permanece España. Las verdades de lo acuciante son, por una vez, simples. Una: el PP no obtendrá mayoría absoluta en julio. Dos: el PP solo puede contar con Vox. Ya está. De estas dos verdades se derivan algunas necesarias reflexiones, así como un actuar acorde con la gravedad del momento. Y puesto que las élites españolas nos vuelven a fallar (no esperábamos más), no hay más remedio que explicar otra vez lo obvio. Procedo.
¿Por qué el PP no obtendrá mayoría absoluta? Porque sus muchos descontentos, o no del todo contentos, tienen alternativa. Vox es la cesta donde van a caer los votos que el PP pierde, por ejemplo, al dejarse engañar con la existencia de un nacionalismo leal al que hay que caer bien. Los desorientados barajan una abstención del PSOE. Vemos. Si pasara, que no pasará, ¿qué viene luego? ¿Qué proyecto? ¿Derogar las leyes principales de los que te han aupado? ¡Anda ya! No diré que toda la élite se equivoque al respecto, pero sí afirmo que quienes lo hacen pertenecen a élites empresariales, funcionariales, académicas y mediáticas.
El nacionalismo no merece ningún respeto. Lo merecerán las personas que para su desgracia han caído en esa patología social. No su credo. «El nacionalismo es la guerra», dijo Mitterrand, y por una vez dio en el clavo. Es como el topicazo de «todas las opiniones son respetables», extendida estupidez que no necesito ilustrar con ejemplos de opiniones no respetables para un lector que ha terminado este párrafo.
Un nacionalista puede ser respetable; el nacionalismo, no. Es ideología destructiva y nuestro principal problema. Desde la Transición, no ha hecho sino lesionar libertad e igualdad, atizar el odio, envenenar la convivencia, adoctrinar, mentir y matar a más de ochocientas personas. Los que se dieron al terrorismo, los que lo justificaron y/o se beneficiaron de él son hoy socios imprescindibles de un PSOE cuyos cuadros y periodistas paniaguados practican el blanqueo con entrega propia de una madre. Bildu ha cosechado un gran éxito electoral presentando asesinos y antiguos terroristas. El 'éxito' es de Sánchez; callando y otorgando, ha firmado la rendición moral de un país al que no merece representar. ¿Cómo puede dormir por las noches? Uno esperaba, en vano, alguna resistencia en el socialismo español. Pero no la ha habido. Si te puedes tragar un sapo como ese, ni te cuento las felaciones políticas que eres capaz de hacerle a unos meros golpistas como los de ERC. Al carecer de escrúpulos –y en general de cualquier atributo– operó una fuerza de atracción, hasta la fusión de facto, con Podemos. ¿O es que Sánchez no habla, razona e incendia el discurso cual podemita medio? Fíjate que el sanchismo, cuando llegan las elecciones cruciales, es un Frente Popular, más cohesionado por cierto que el original. Su propaganda es la que cabía esperar: viene el fascismo y tal.
Es un país raro. Los banqueros, hoy azotados, exhibieron entusiasmo con la llegada de Sánchez. Poderosos grupos de comunicación defienden lo indefendible o lo interiorizan por tontería. Estaba cantado que antes de las generales se levantaría el dedo admonitorio y se alzaría la voz: ¡Vox es fascista, y como el PP pactará con Vox, el PP es derecha extrema! Uy, qué miedo, ¿verdad? Pues increíblemente sí. El PP se ha colocado de grado en la última situación en que debería estar: a la defensiva. De no creer. ¿Se han planteado el ataque? Recordar, por ejemplo, cuánto se parece al fascismo medio Gobierno y sus amigos separatistas. El carácter democrático de un partido no lo da el coincidir con el contenido de la Constitución, sino el encauzar tu proyecto político sin violar ni forzar aquella. O sea, Vox es un partido democrático y ERC no. Ni Junts, ni Bildu, ni Podemos. En cuanto al PSOE, está más lejos que cerca del respeto a la Constitución. Esta no pide que la quieras y la piropees. Pide respeto. Es más, lo ordena desde la cima del ordenamiento jurídico. Quien se ha echado al monte es esa izquierda que un día lejano fue socialdemócrata y ahora es nada y woke.
Los dos partidos necesarios para echar a Sánchez son impecablemente democráticos. Esto significa –lo subrayo para los repetidores– que ambos respetarán las reglas de juego por encima de sus idearios. Pues bien, he aquí que uno de ellos, el PP, acepta la falsa premisa de la toxicidad de Vox. He aquí que la línea oficial parece ser la de esa líder extremeña que considera al PSOE mucho más próximo que Vox. Igual es su caso. O bien ha cundido el miedo, en el peor momento, a ser señalado como «derecha extrema» por los mismos que llamaban fascista al PP cuando Vox no existía, le ponían cordones sanitarios, asaltaban sus sedes, ¡pásalo! Solo los grandes triunfadores del PP, como Ayuso y Albiol, tratan a Vox como lo que es: un partido con el que comparten mucho, democrático, conservador, incompatible con el nacionalismo y que merece respeto. Aunque te tire los presupuestos. ¿No ve Feijóo que ahora lo primordial es echar a Sánchez? Es preciso pasar de 175 y solo hay dos sumandos.
Juan Carlos Girauta