Es difícil imaginar un candidato menos digno de servir como presidente de Estados Unidos que Donald Trump. Él ha demostrado ser moralmente inadecuado para un cargo que exige a su ocupante poner el bien de la nación por encima del interés propio. Ha demostrado ser temperamentalmente inadecuado para un cargo que requiere precisamente de las cualidades —sabiduría, honestidad, empatía, valentía, moderación, humildad, disciplina— de las que él más carece.
Esas características descalificadoras están agravadas por todo lo demás que limita su capacidad para desempeñar las funciones de la presidencia: sus numerosos cargos penales, su edad avanzada, su fundamental falta de interés por las políticas públicas y su cada vez más extraña lista de asociados.
Esta verdad inequívoca y desalentadora —que Donald Trump no es apto para ser presidente— debería bastar para que cualquier votante a quien le importe la salud de nuestro país y la estabilidad de nuestra democracia le niegue la reelección.
Por esta razón, independientemente de cualquier desacuerdo político que los votantes puedan tener con ella, Kamala Harris es la única opción patriótica para la presidencia.
En su nivel más básico, la mayoría de las elecciones presidenciales giran en torno a dos visiones diferentes de Estados Unidos que surgen de políticas y principios contrapuestos. En esta ocasión se trata de algo más fundamental. Se trata de si invitamos al cargo más alto del país a quien ha revelado, de forma inequívoca, que degradará los valores, desafiará las normas y desmantelará las instituciones que han hecho fuerte a nuestro país.
Como una servidora pública comprometida que ha demostrado esmero, competencia y un compromiso inquebrantable con la Constitución, Harris está sola en esta contienda. Puede que no sea la candidata perfecta para todos los votantes, especialmente para quienes se sienten frustrados y enfadados por la incapacidad de nuestro gobierno para arreglar lo que no funciona, desde nuestro sistema migratorio hasta las escuelas públicas, pasando por el costo de la vivienda y la violencia armada. Sin embargo, instamos a los estadounidenses a contrastar el historial de Harris con el de su oponente.
Harris es más que una alternativa necesaria. También existe un argumento optimista para encumbrarla, un argumento basado en sus políticas y confirmado por su experiencia como vicepresidenta, senadora y fiscala general de estado.
En las últimas 10 semanas, Harris ha ofrecido un futuro común para todos los ciudadanos, más allá del odio y la división. Ha empezado a describir una serie de planes bien pensados para ayudar a las familias estadounidenses.
Aunque el carácter es muy importante —particularmente en estas elecciones—, las políticas también lo son. Muchos estadounidenses siguen profundamente preocupados por su futuro y el de sus hijos en un mundo inestable e implacable. Para ellos, Harris es claramente la mejor opción. Ella se ha comprometido a utilizar el poder de su cargo para ayudar a los estadounidenses a poder pagar lo que necesitan, para que sea más fácil ser propietario de una vivienda, para apoyar a las pequeñas empresas y para ayudar a los trabajadores. Las prioridades económicas de Trump son más recortes fiscales, que beneficiarían sobre todo a los ricos, y más aranceles, que harían los precios aún más inalcanzables para los pobres y para la clase media.
Más allá de la economía, Harris promete seguir trabajando para ampliar el acceso a la atención médica y reducir su costo. Tiene un largo historial de lucha para proteger la salud de las mujeres y la libertad reproductiva. Trump pasó años intentando desmantelar la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio y se jacta de haber elegido a los jueces de la Corte Suprema que acabaron con el derecho constitucional al aborto.
A nivel mundial, Harris trabajaría para mantener y fortalecer las alianzas con países afines que durante mucho tiempo han promovido los intereses estadounidenses en el extranjero y mantenido la seguridad de la nación. Trump —quien durante mucho tiempo ha elogiado a autócratas como Vladimir Putin, Viktor Orbán y Kim Jong-un— ha amenazado con destruir esas alianzas democráticas. Harris reconoce la necesidad de soluciones globales al problema mundial del cambio climático y mantendría las grandes inversiones del presidente Joe Biden en las industrias y tecnologías necesarias para lograr ese objetivo. Trump rechaza la ciencia aceptada, y su desprecio por las soluciones energéticas con bajas emisiones de carbono solo se compara con su empecinada lealtad a los combustibles fósiles.
En cuanto a la migración, un asunto enorme y en gran medida sin resolver, el expresidente sigue satanizando y deshumanizando a los migrantes, mientras que Harris al menos ofrece la esperanza de llegar a un acuerdo, largamente negado por el Congreso, para asegurar las fronteras y regresar al país a un sistema migratorio sensato.
Muchos votantes han dicho que quieren más detalles sobre los planes de la vicepresidenta, además de más encuentros espontáneos en los que explique su visión y sus políticas. Tienen razón en pedirlo. Dado lo que está en juego en estas elecciones, Harris puede pensar que su campaña está diseñada para minimizar los riesgos de un error no forzado —después de todo, responder a preguntas de periodistas y ofrecer más detalles de políticas podría generar controversia— con la idea de que ser la única alternativa viable a Trump puede ser suficiente para llevarla a la victoria. En última instancia, esa estrategia puede resultar ganadora, pero no le hace bien al pueblo estadounidense ni a su propio historial. Y dejar que el público tenga la sensación de que se está protegiendo de las preguntas difíciles, como fue el caso de Biden, podría resultar contraproducente al debilitar su argumento central de que una nueva generación competente está preparada para tomar las riendas del poder.
Sin embargo, Harris no se equivoca en cuanto a los claros peligros de que Trump vuelva al poder. Esta vez, Trump ha prometido ser un tipo de presidente distinto, uno que no se verá limitado por los controles de poder establecidos en el sistema político estadounidense. Su promesa de ser “un dictador” desde el “primer día” podría haber sido una broma, pero su afición manifiesta a las dictaduras y a los caudillos que las dirigen es cualquier cosa menos eso.
En particular, minó sistemáticamente la confianza pública en el resultado de las elecciones de 2020 y luego intentó anularlo, un esfuerzo que culminó en una insurrección en el Capitolio para obstruir la transferencia pacífica del poder y que acabó con él y algunos de sus partidarios más destacados acusados de delitos. No se ha comprometido a respetar el resultado de estas elecciones y sigue insistiendo, como hizo en el debate con Harris el 10 de septiembre, en que él ganó en 2020. Al parecer, ha hecho de la disposición a apoyar sus mentiras una prueba de fuego para aquellos que están en su órbita, empezando por JD Vance, quien sería su vicepresidente.
Su desdén por el Estado de derecho va más allá de sus esfuerzos por obtener el poder; también es fundamental para la forma en que planea utilizarlo. Trump y sus partidarios han descrito una agenda para 2025 que le daría el poder para cumplir sus promesas y amenazas más extremas. Promete, por ejemplo, convertir la burocracia federal e incluso el Departamento de Justicia en armas a su voluntad para herir a sus enemigos políticos. Durante su presidencia, hizo justamente eso en al menos 10 casos, presionando a agencias federales y a fiscales para que castigaran a personas que él consideraba que lo habían perjudicado, con poca o ninguna base legal para el enjuiciamiento.
Algunas de las personas que Trump nombró en su último mandato salvaron a Estados Unidos de sus impulsos más peligrosos. Se negaron a incumplir leyes en su nombre y alzaron la voz cuando puso sus propios intereses por encima de los de su país. Como resultado, si es reelegido, el expresidente pretende rodearse de personas que no estén dispuestas a desafiar sus exigencias. La versión actual de Trump —la versión con dos juicios políticos y que se enfrenta a un torrente de cargos penales— podría resultar ser la versión moderada.
A menos que los votantes estadounidenses le hagan frente, Trump tendrá el poder de causar un daño profundo y duradero a nuestra democracia.
Eso no es simplemente lo que los críticos de Trump opinan de su carácter; es un juicio sobre su presidencia por parte de quienes mejor la conocen, las personas que él mismo nombró para ocupar los puestos más importantes de su Casa Blanca. Es revelador el hecho de que entre quienes temen una segunda presidencia de Trump haya personas que trabajaron para él y lo vieron de cerca.
Mike Pence, el vicepresidente de Trump, se ha negado a respaldarlo. Ningún otro vicepresidente en la historia moderna lo ha hecho. “Creo que quien se ponga por encima de la Constitución nunca debería ser presidente de Estados Unidos”, Pence ha dicho. “Y cualquiera que le pida a otra persona que lo ponga por encima de la Constitución nunca debería volver a ser presidente de Estados Unidos”.
El fiscal general de Trump ha planteado preocupaciones similares sobre su incapacidad básica. También su jefe de gabinete. Y su secretario de Defensa. Y sus asesores de seguridad nacional. Y su secretaria de Educación. La lista sigue; es un historial de denuncias sin precedentes en la larga historia de la nación.
Eso no quiere decir que Trump no haya contribuido a la conversación pública. En particular, rompió décadas de consenso en Washington y llevó a ambos partidos a combatir los inconvenientes de la globalización, el comercio desenfrenado y el ascenso de China. Sus esfuerzos por reformar la justicia penal fueron acertados, su atención al desarrollo de la vacuna contra la covid rindió frutos y su decisión de utilizar una medida de emergencia de salud pública para rechazar a los migrantes en la frontera fue la correcta al comienzo de la pandemia. Sin embargo, incluso cuando el objetivo general del expresidente puede haber tenido mérito, su incompetencia operativa, su temperamento voluble y su imprudencia categórica a menudo condujeron a malos resultados. Los aranceles de Trump costaron a los estadounidenses miles de millones de dólares. Sus ataques a China han agudizado las tensiones militares con el rival más fuerte de Estados Unidos y una superpotencia nuclear. Su gestión de la crisis de la covid contribuyó a un descenso histórico de la confianza en la salud pública y a la pérdida de muchas vidas. Su extralimitación en las políticas migratorias, como su orden ejecutiva sobre la separación de familias, fue ampliamente denunciada como inhumana y a menudo ineficaz.
Y esos fueron sus logros. Su plan fiscal añadió 2 billones de dólares a la deuda nacional; la extensión que ha prometido añadiría 5,8 billones en la próxima década. Su retirada del acuerdo nuclear con Irán desestabilizó el Medio Oriente. Su apoyo a líderes antidemocráticos como Putin envalentonó a abusadores de derechos humanos en todo el mundo. Provocó el cierre de gobierno más largo de la historia. Sus comentarios comprensivos hacia los Proud Boys ampliaron la influencia de los grupos extremistas de derecha del país.
En los años transcurridos desde que dejó el cargo, Trump ha sido condenado por falsificación de documentos comerciales, ha sido declarado responsable de abusos sexuales en un tribunal civil y se enfrenta a otros dos, o posiblemente tres, casos penales. Ha seguido avivando el caos y fomentando la violencia y la anarquía siempre que le ha convenido para sus objetivos políticos, promoviendo recientemente mentiras crueles contra migrantes haitianos. Reconoce que la gente común y corriente —votantes, jurados, periodistas, funcionarios electorales, agentes de la ley y muchos otros que están dispuestos a cumplir con su deber como ciudadanos y servidores públicos— tiene el poder de pedirle cuentas, por lo que ha pasado los últimos tres años y medio intentando debilitarlos y sembrar la desconfianza en cualquier persona o institución que pudiera interponerse en su camino.
Lo más peligroso para la democracia estadounidense es que Trump ha transformado al Partido Republicano —una institución que se solía enorgullecer de sus principios y cumplía sus obligaciones con la ley y la Constitución— en poco más que un instrumento de su búsqueda para recuperar el poder. Los republicanos que apoyan a Harris reconocen que esta elección se trata de algo más fundamental que un pequeño interés partidista. Se trata de principios que van más allá del partido.
En 2020, este comité presentó los argumentos más sólidos que pudo contra la reelección de Trump. Cuatro años después, muchos estadounidenses han olvidado sus excesos. Les instamos a ellos y a quienes puedan recordar ese periodo con nostalgia o sientan que sus vidas no son mucho mejores ahora de lo que eran hace tres años a que reconozcan que su primer mandato fue una advertencia, y que un segundo mandato de Trump sería mucho más dañino y divisivo que el primero.
Kamala Harris es la única opción.
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